Lo que sus señorías venían a decir es que quienes no comparten su fantasía no son gallegos, vascos ni catalanes.

Por una vez, podrían tomarse en consideración ciertas políticas de desarrollo en lugar de agravios y cuentos de hadas.

La vivienda ya no es un lugar que habitar, sino un objeto con el que especular. Y el derecho, claro, desaparece.

Cada nueva polémica sobre la educación tiene muy poco que ver con sus problemas reales, de los que no se habla.

Ante la incapacidad de consensuar una identidad, ser español es lo más parecido a no ser de ninguna parte.

Los aliados han dictaminado que no todos los españoles son iguales y que los derechos no pueden ser los mismos.

Sí le doy la razón a Roca Barea cuando acusa a los ilustrados de pretender matar al país de aburrimiento.

Si por la opinión pública fuese, parecería que nadie en España se ha dado cuenta de que los europeos somos nosotros.

La literatura, nos recuerda el sensacional ensayo 'El infinito en un junco', lejos de obedecer a un discurso lineal, constituye toda una red de experiencias en el tiempo.