TIEMPO El último fin de semana de abril llega a Sevilla con lluvia

DERBI Horario y dónde ver el Betis-Sevilla

Emilio G. Romero | Abogado y escritor

"Alfonso XIII escribió los guiones de tres películas pornográficas"

  • El también director del Cine Club Vida de Cajasol, divide su tiempo entre los pleitos y la escritura de libros en los que la historia contemporánea, el derecho y el cine tienen un protagonismo especial

Emilio G. Romero, durante la entrevista.

Emilio G. Romero, durante la entrevista. / José Ángel García

Emilio G. Romero (Aracena, 1966) tiene mucho de personaje de una de esas películas sobre las que escribe. Abogado a la antigua, con despacho propio y en perpetuo movimiento por diversos juzgados, es un conversador infatigable y apasionado. Se considera un escritor “de fin de semana”, pero lo cierto es que el tiempo le cunde de manera sorprendente. Es autor de seis libros entre novelas y ensayos y ha colaborado en no pocas obras colectivas en las que las relaciones entre el cine y el derecho son el tema principal. Actualmente dirige el histórico Cine Club Vida de la Fundación Cajasol, en el que lleva presentando películas desde hace 18 años. Entre sus novelas destacan, entre otras, ‘El puente de Go Cong’ (Algaida), que trata de la desconocida misión de sanitarios militares que Franco mandó a la Guerra de Vietnam, o ‘La luz del 14’ (Caligrama), sobre la Barcelona de la Primera Guerra Mundial, tema que le apasiona y sobre el que también ha escrito un libro que analiza su plasmación en el séptimo arte. Gracias a su ensayo ‘Otros abogados y otros juicios en el cine español’ (Laertes) se estrenó la olvidada película ‘La bandera negra’, sobre cuyo rocambolesco rodaje escribió la novela ‘Lejos de Thelema’ (Almuzara).

–Abogado, escritor, cinéfilo... Hace unas semanas lo nombraron director del Cine Club Vida de Cajasol, los herederos del legendario Padre Alcalá.

–Manuel Alcalá fue un ejemplo prototípico del jesuita ilustrado, un hombre con una grandísima formación intelectual y humana. Fue testigo de la historia de la segunda mitad del siglo XX. En la posguerra mundial estuvo en un psiquiátrico en Viena, el mayo del 68 le cogió en Praga, cuando se levantó el Muro de Berlín estaba allí, fue amigo personal de Luis Buñuel... Hablar con él era aprender continuamente y a mí me producía fascinación. Tuvimos la suerte de que llegó a los 90 años con una lucidez impresionante.

–Con su novela ‘El puente de Go Cong’, sobre los médicos militares españoles que estuvieron en la Guerra de Vietnam, ganó el premio Ciudad de Alcalá de Henares. Es una historia muy desconocida. ¿Cómo llegó a ella?

–La escuché en un programa nocturno de radio. Esa misma noche empecé a investigar. Aunque hay un par de documentales sobre esta historia, lo cierto es que es muy desconocida. Me quedé sorprendido cuando vi que un tipo tan rechazable como Franco, al que se suele tachar de pazguato, le dio toda una lección al presidente norteamericano Lyndon B. Johnson.

–¿Y eso?

–Como suelen hacer los EEUU cada vez que se meten en una guerra, intentaron movilizar a varios países en la empresa. A España le pidieron que mandase tropas. Pero Franco le escribió al presidente Johnson dos cartas sobre este asunto. En una de ellas le dice dos cosas muy claras. Primero, que no le va a mandar tropas españolas porque los EEUU iban a perder la guerra. Lo dice en 1965, cuando todavía quedan cinco o seis años para que se contemplase seriamente esta posibilidad. Y segundo, que Ho Chi Minh es un líder del pueblo. Lo alaba de una forma impresionante. Cuando me puse a indagar estalló la pandemia, por lo que tuve tres meses con muchísimo tiempo libre que pude dedicar a escribir la novela.

–Pero sí fueron españoles a Vietnam.

–Para quedar bien, Franco les mandó un equipo sanitario en una misión que, aunque no fue secreta, sí fue muy discreta. Era un equipo de doce sanitarios, cuatro médicos, ocho enfermeros y uno de intendencia. Los americanos los mandaron al Delta del Mekong, en pleno meollo de la guerra, a Go Cong, entonces una ciudad pequeña de 18.000 habitantes. Entre septiembre de 1966 y principios de 1971, los españoles hicieron allí una labor impresionante. Fue uno de los pocos equipos sanitarios internacionales que no sufrieron ningún muerto. Eran muy conscientes de que muchos a los que atendían pertenecían al Vietcong, pero habían decidido, en virtud del juramento hipocrático, no hacer ningún distingo.

Franco adivirtió al presidente Johnson de que EEUU iba a perder la Guerra de Vietnam

–¿A quiénes atendían?

–A la población civil vietnamita y, como decíamos, sin distinguir de qué bando eran los heridos o enfermos, pese a las quejas de los americanos. Fue una orden del propio comandante de la misión, Argimiro García Granado. Esa actitud protegió mucho a los españoles, más teniendo en cuenta que estaban sin armas en medio de una guerra. Los vietnamitas se dieron cuenta de que venían a ayudarlos, incluso les avisaban cuando iba a haber boom-boom (ataques). Eso no impidió que en la Ofensiva del Tet cayesen catorce obuses en el hospital y la residencia de los españoles, pero días después les pidieron disculpas. La población en general estaba superagradecida. Salvaron a muchísimos niños. Fueron cinco años de misión y se turnaron más de cincuenta sanitarios. El puente que se inauguró en Go Cong, en 1970, se llamó de España.

–¿Y consiguió hablar con algunos de estos sanitarios?

–Hablé con los médicos militares sevillanos Juan Pedro Gil Lagares y Manuel Murube. En la misión hubo varios canarios y andaluces. También hablé con el general Velázquez (en aquel momento teniente), que aunque ceutí, se llevó más de cuarenta años viviendo en Chiclana. De los que he tratado el único que sigue vivo es Ramón Gutiérrez Terán, que vive en un pueblecito de Toledo, todo un personaje. En el libro reproduzco una foto suya dándole un beso a la actriz Jayne Mansfield, que había ido a Vietnam con Bob Hope para animar a las tropas.

–Nadie puede dudar de que su curiosidad es insaciable. En su novela ‘La luz del 14’ trata de la Barcelona de la Gran Guerra y los orígenes de los pistolerismos anarquista y patronal.

–Verdaderamente, el pistolerismo empieza en Barcelona justo después de que termine la novela, que forma parte de una trilogía sobre la Primera Guerra Mundial en España que no sé si acabaré. Las ciudades de las que hablaré son Barcelona, Sevilla y Madrid. Es curioso comprobar que uno de los orígenes del pistolerismo en Barcelona es la ayuda que los alemanes le dieron a los anarquistas de Barcelona para que saboteasen a la industria que estaba ayudando a los franceses en la Guerra. Les dieron armas y dinero. La famosa Huelga de la Canadiense no se entiende sin los fondos que tenían los anarquistas para la caja de resistencia.

–Imagino que habrá personajes tan inquietantes como fascinantes.

–Está Ino von Roland, que fue el alemán que montó la red de espionaje en Barcelona y la costa de Cataluña. Fue el que tuvo la idea de apoyar al anarquismo para que pudiese atentar contra los patronos. Eso produjo un movimiento reactivo. La patronal decidió contratar a Manuel Brabo (con b) Portillo, un personaje impresionante que había estado trabajando dos años para los alemanes y que se había hecho millonario pese a ser un policía. Entre otras cosas, Brabo Portillo fue el autor del primer libro de policía científica que se escribió en España. Sólo se le recuerda como el que montó las bandas de pistoleros y esquiroles de la patronal, pero se olvidan sus muchos otros méritos.

Uno de los orígenes del pistolerismo en Barcelona es la ayuda que los alemanes le dieron a los anarquistas

–¿Y Sevilla? Cómo le fue en la Gran Guerra.

–Lo primero que me gustaría es desmontar ese mito, que incluso repiten algunos historiadores, de que fue uno de los fundadores de la Sevillana, Otto Engelhardt, el que evitó que unos alemanes sabotearan un barco inglés que estaba cargando armas en el puerto de Sevilla. Como se sabe, Engelhardt escribió Adiós Alemania, en el que explicaba sus razones para renunciar a su nacionalidad cuando Hitler llegó al poder. Le terminaría costando la vida. Lo que sí es cierto es que, desde Sevilla, los alemanes montaron la operación que intentó que –al igual que hicieron en Barcelona– los mineros saboteasen la producción de las minas de Córdoba y Huelva que estaban aprovisionando los británicos. Los resultados fueron más pobres que en Cataluña.

–¿Tiene muy avanzada la novela sobre Sevilla en la Gran Guerra?

–Todavía le queda tiempo. En ella contaré también la Sevilla de Eugenio Noel y su libro sobre la Semana Santa de 1916, en la que se pegaron los nazarenos, aunque esto lo tengo que investigar aún más. En la novela también aparecerá Mónico Sánchez.

–Desconozco al personaje.

–Sin él jamás hubiese existido Madame Curie. Nadie sabe que los primeros aparatos precursores de los rayos X fueron invención de un español de la mancha.

–¿Y Madrid?

–La novela irá muy relacionada con la Oficina Pro Cautivos de Alfonso XIII, que fue una labor humanitaria impresionante del rey de España, aunque nos hemos encargado de denostarla, como todo lo bueno que hacemos en España. También saldrá el tema de los tres guiones pornográficos que escribió Alfonso XIII.

–Con la rijosidad de los Borbones hemos topado.

–En verdad esos guiones los escribió un poco más tarde, sobre 1919. Los hizo para que los filmasen los hermanos Baños. Tenga en cuenta que el género sicalíptico, al que Alfonso XIII era tan aficionado, era considerado hasta la Gran Guerra como algo propio de las clases aristócratas. No estaba mal visto, era chic. Fue a partir del conflicto, con soldados que se pasaban meses en las trincheras sin ver una mujer, cuando se genera el gran negocio pornográfico, cuando la sicalipsis se democratiza y los curas y pastores empezaron a protestar.

–¿Cómo se titularon estas tres películas?

–El confesor, El ministro y Consultorio de señoras. Son guiones muy simples, como todas las películas pornográficas.

–¿Y los hermanos Baños qué ganaron?

–A cambio de que filmasen sus guiones, Alfonso XIII les sufragó de su bolsillo una película llamada Cristóbal Colón y el Descubrimiento de América.

–Es autor también del ensayo ‘La Primera Guerra Mundial en el cine’. ¿Qué le parece la nueva versión de ‘Sin novedad en el frente’?

–No está mal, pero no me dice mucho. Tiene poco que ver con la novela de Remarque, que es maravillosa, y es infinitamente inferior a la realizada en 1930 por Lewis Milestone, incluso a otra versión que se hizo por 1976. En el libro que usted menciona aparecen 146 películas que vi enteras. Hubo un momento en que veía trincheras en la Plaza de la Gavidia. Además de Sin novedad en el frente, este conflicto dio grandes películas, como Senderos de gloria, Adiós a las armas... Sin esta última, Picasso nunca hubiese pintado el Guernica.

–Explíqueme eso.

–Se estrenó en 1936 en París, cuando estaba allí Picasso. Si ve la escena de la huida de la población italiana de un ataque alemán, observará que allí está el Guernica. Esto lo vio muy bien el director de fotografía español José Luis Alcaine. La Primera Guerra Mundial fue un auténtico punto de inflexión en la historia de la humanidad, sobre todo en la relación del hombre con la máquina. En cuatro años se produjo una evolución de cuarenta.

–Aunque suene mal decirlo, las guerras siempre impulsan el desarrollo tecnológico.

–Las conservas nunca hubiesen sido lo que terminaron siendo sin la decisión de Napoleón de invadir Rusia. Acabó la Gran Guerra y aparecieron las aspiradoras, los relojes de pulsera... Cuando empezó el conflicto, los aviones tiraban ladrillos y los pilotos se disparaban unos a otros con pistolas.

‘La Desbandá’ fue terrible, pero antes los milicianos de la CNT y la UGT asesinaron a unas 3.000 personas

–Sigamos con otro libro de la factoría G. Romero. Ha sentido gran curiosidad por la plasmación del mundo del derecho en el cine. Ahí está, entre otros, su ensayo ‘Otros abogados y otros juicios en el cine español’.

–Fue mi primer libro y el único por el que me han pagado derechos de autor por adelantado. Lo escribí tras una conversación con Eduardo Torres Dulce, el que fue fiscal general del Estado y gran cinéfilo, para demostrar que había todo un cine jurídico español más allá de El verdugo de Berlanga. Me encontré con unas veinticinco películas desde los años treinta a los noventa. La última que refiero es De niños, de Joaquim Jordà. Aprovechaba los juicios y los recursos en el Supremo que tenía en Madrid para quedarme un poco más y ver en la Filmoteca Nacional cinco o seis películas seguidas. Me trataron fenomenal, incluso me dejaban quedarme más tarde del horario oficial.

–¿Cuál fue la gran sorpresa?

–La bandera negra, una película contra la pena de muerte rodada en 1956 en pleno madrid. Mi primera novela la hice sobre este rodaje. Me pareció sorprendente que nunca se hubiese estrenado. El director, Amando Ossorio, había muerto, pero localicé a Francisco Javier Pérez de Rada, marqués de Jaureguízar, que fue el que puso el dinero, un millón de pesetas que había heredado de su abuela. El rodaje fue nocturno y clandestino, porque atacaba la pena de muerte desde fundamentos cristianos. Filmaban en un sitio, los pillaban y los multaban, pero buscaban otro lugar. Conseguimos estrenarla y acudió el mismo Pérez de Rada y sus hijos, que no tenían ni idea de lo que había hecho su padre. Hubo lágrimas.

–¿Y qué está haciendo ahora?

–Entre otras cosas, una obra de teatro sobre la Guerra Civil protagonizada por un personaje fascinante y completamente desconocido, Porfirio Smerdou.

–¿Quién era?.

–El consul de México en Málaga cuando estalla la Guerra Civil. Como bien sabe, el golpe de Estado fracasó en esta ciudad y, durante seis meses, hasta que los rebeldes la conquistaron, las carnicerías de los milicianos fueron terribles, unos tres mil muertos. Desde el primer día, Porfirio Smerdou refugió a todo el que pudo en su casa. Le salvó la vida a más de 560 personas. Se habla mucho de Arias Navarro (Carnicerito de Málaga), que fue un criminal, y de la masacre horrorosa de La Desbandá, pero no se recuerdan estas pandillas de milicianos de la CNT, la UGT y demás que mataban a quien querían.

–Un ángel blanco.

–Era ahijado de Porfirio Díaz y marido de Concha Altolaguirre, hermana del poeta. Pocos saben que a Altolaguirre los republicanos le mataron a dos hermanos, uno en Málaga y otro en Castellón. Lo bueno es que cuando entraron los nacionales, Smerdou empezó a esconder a militantes de Izquierda Republicana. Durante una semana, en el momento de la toma de Málaga, tuvo escondido a gente de derechas en su consulado y de izquierdas en el consulado argentino, del que él también se estaba encargando. Todos comiendo del mismo rancho.

–Buenísimo.

–Ahí no quedó la cosa. Arias Navarro lo investigó y se salvó porque apareció una carta firmada por muchos de los que había ayudado. De ahí pasó a que Franco lo condecorase. Pero en el 46 lo condenan a 13 años de cárcel por su pasado masón y Franco tuvo que indultarlo. Fue el primero que importó a España maquinaria de los países comunistas.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios