Javier Queraltó Dastis | Arquitecto

“Le están cambiando el color a Sevilla”

  • Perteneció a ese grupo de concejales-arquitectos de los primeros ayuntamientos democráticos que consiguieron frenar la destrucción de la ciudad por la especulación

Queraltó, en su domicilio, durante la entrevista.

Queraltó, en su domicilio, durante la entrevista. / José Ángel García

Algunos le han llamado ‘Mr. Adoquín’ por su incansable lucha en la defensa de los adoquines tradicionales de Sevilla, los de Gerena, de un material amarillento y ocre que le da un color muy peculiar a nuestros suelos y que nada tiene que ver con el monótono granito gris con el que lo están sustituyendo. Javier Queraltó Dastis (Sevilla, 1943) perteneció a ese grupo de arquitectos de los primeros ayuntamientos democráticos que consiguieron parar la destrucción a gran escala del centro de Sevilla por el desarrollismo y la especulación. También fue de los que puso freno a la entonces llamada ‘marea negra’, el asfaltado de las zonas históricas sin respeto por sus pavimentos peatonales. Gracias a gentes como él, las plazas de San Francisco o del Salvador dejaron de ser un aparcamiento y consiguieron recuperar su aspecto histórico. Arquitecto con poca obra (algunas viviendas particulares y sociales y un parque en Utrera) Queraltó se siente orgulloso, sobre todo, de su aportación a proyectos colectivos que han servido para una Sevilla mejor: libros de arquitectura, el parque de Miraflores, la lucha por el patrimonio, su labor en la Empresa Pública del Suelo de Andalucía o su papel en la ubicación en Sevilla de una de sus mejores esculturas contemporáneas: ‘El monumento a la tolerancia’, de Chillida.

–Su infancia son recuerdos de un patio de la calle Cerrajería, 9.

–Y del edificio del antiguo Instituto de Higiene del Doctor Murga, que luego fueron los laboratorios Quer, negocio que era de mi familia. Allí se producían medicamentos que ahora sólo se hacen en Barcelona o en Suiza. El edificio se derribó a finales de los cincuenta y en el solar se construyó el ambulatorio de Marqués de Paradas.

–¿Y cómo era el edificio?

–De estilo neoclásico, como un templo griego, con un gran espacio ajardinado abierto a la avenida, con palmeras; contaba con escalinatas y dos logias con esculturas. Hoy no se habría demolido.

–¿Y Cerrajería, 9?

–Era una vivienda-patio, pero la planta de abajo estaba destinada a un negocio de suministros médicos, óptica y ortopedia, piezas de dentista…

En la última intervención, San Andrés ha dejado de ser una plaza para convertirse en un aparcamiento

–La famosa ortopedia-óptica Queraltó.

–Yo pertenecí a una burguesía económicamente saneada. Mi padre era empresario, pero se podría decir que era un arquitecto frustrado. Yo le acompañaba en su continua búsqueda de locales nuevos. Puede que en esas visitas naciera mi vocación. También me influyó la afición a la decoración de mi madre. En 1960, Alberto Balbontín abrió la Escuela de Arquitectura en Sevilla y yo pertenecí a la segunda promoción.

–¿La que estaba en el Pabellón de Brasil?

–Exacto. Uno de los compañeros más conocidos de mi época ess Gerardo Delgado, que curiosamente nunca llegó a trabajar como arquitecto. Entre los profesores que más me marcaron figura Jaime López de Asiain, que ya por entonces estaba muy preocupado por los temas medioambientales y artísticos. Nos llevó a Madrid a conocer a Martín Chirino y a muchos otros artistas madrileños. Ahí surgió mi interés por el coleccionismo, aunque sea modesto. Muchos de los cuadros se los he comprado al galerista Félix Gómez.

–Ya veo que tiene muchas obras de arte en su casa.

–Sí, de Brickman, Salinas, Juan Maestre, Bellotti, Claramunt, Sosa, Andrada, Pedro Simón…

–Usted llegó a dar clases en Arquitectura.

–Sí y tuve alumnos como Cruz y Ortiz… ya no recuerdo si a Guillermo Vázquez Consuegra. A todos les recomendé que se fuesen fuera a estudiar, porque entonces el nivel de la escuela no era muy alto… Ya había desaparecido la gran generación de arquitectos sevillanos del regionalismo: Aníbal González, Talavera, Espiau…

–Antes de en la Escuela, estudió en los Maristas y los Jesuitas…

–Sí, y desgraciadamente viví los derribos de los dos colegios en el centro; también el de las Irlandesas, en Jesús del Gran Poder, antes de mudarse a Bami. Los edificios que los sustituyeron son chocantes e inapropiados, al igual que otros, como el de Galerías Preciados que se construyó en el solar del antiguo Hotel Madrid. Recuerdo también haber paseado sobre los escombros del cuartel de San Hermenegildo (que antes fue un convento), en la Gavidia. Hay un par de libros que retratan muy bien este proceso: La reforma interior de Sevilla entre 1940 y 1959, de Víctor Fernández Salinas; y Las sedes universitarias de Sevilla en la construcción de la ciudad, de Javier Tejido.

No es sostenible tirar los adoquines que ya tenemos y traernos unos nuevos de una cantera a 400 kilómetros

–¿La Universidad?

–Sí. Recuerde la destrucción del colegio de Santa María de Jesús para abrir lo que es hoy la Avenida de la Constitución; o la de la antigua sede de la Universidad en Laraña para hacer la Facultad de Bellas Artes…

–Esta destrucción de Sevilla tuvo que influirle.

–Sobre todo a partir de la entrada en la Escuela de Arquitectura de Luis Marín de Terán, que nos puso al día en la consideración sobre cómo intervenir en la ciudad antigua, y quien más tarde fue, junto a Aurelio del Pozo, el autor del libro Los pavimentos: un fragmento de la historia urbana de Sevilla. Lo publicamos en el Ayuntamiento durante mi época de concejal con el apoyo de Jaime Montaner en la Junta. También fue importante la publicación de Apuntes sobre el origen y evolución morfológica de las plazas del casco histórico de Sevilla, de R. Vioque Cubero, M. Vera Rodríguez y N. López, que es un libro que se sigue estudiando en la Escuela de Arquitectura y que ha generado muchos trabajos posteriores. Por desgracia, la Concejalía de Hábitat Urbano, que lleva Antonio Muñoz o, más directamente, la Gerencia de Urbanismo, lo ha obviado a la hora de intervenir en sitios como la Plaza de San Andrés.

–¿No le gusta la gestión de Antonio Muñoz?

–Tiene demasiadas áreas de responsabilidad y el equipo técnico es heredado de la etapa de Zoido, sin que haya hecho nada para modificar sus criterios respecto al tratamiento y consideración de los espacios urbanos del casco histórico. Eso se ejemplifica en el asfaltado y eliminación de los cien mil adoquines de la calle Trastamara y las seis calles colindantes. Nadie sabe dónde ha ido a parar este pavimento. También por la ejecución pésima del proyecto de la calle Carlos Cañal o lo que ha pasado en San Andrés, que ha dejado de ser una plaza para convertirse en un aparcamiento.

–La defensa de los adoquines de Gerena, los tradicionales de Sevilla, es una de sus principales causas. ¿Por qué son importantes?

–Primero por razones de respeto al patrimonio histórico. Creemos que un pavimento que empezó a llegar a Sevilla desde 1850 debería de respetarse. Pero también por un criterio de sostenibilidad. No parece normal que cojamos un material en buenas condiciones y lo tiremos para sustituirlo por otro nuevo que viene de unas canteras del norte de Badajoz, en Quintana de la Serena, a 400 kilómetros, con la huella medioambiental que ello conlleva.

Espero que Espadas libere de funciones a Antonio Muñoz para que se pueda centrar más en el urbanismo

–Usted ha defendido que esos adoquines, además, se pueden cortar por la mitad, para poder conseguir el doble de material.

–Sí, tenga en cuenta que el adoquín siempre se ha relabrado en la línea de adaptarlo a nuevos usos, casi siempre para reducir su tamaño, como es el caso de la Plaza de San Francisco, repavimentada en los 50 con el llamado petit pavé. Ahora, de cada unidad, abombada, podríamos sacar dos si los serrásemos mecánicamente por la mitad, las dos totalmente lisas. Ya hemos hecho pruebas y funciona. Se corta un adoquín en menos de un minuto. Hemos pedido al Ayuntamiento que, ahora que se está trabajando en las calles San Vicente y Baños, se hagan ensayos.

–Además está el tema del color.

–El adoquín de Gerena luce unas tonalidades ocres y amarillentas que no tienen nada que ver con el color gris del granito de Quintana. Sólo hay que mirar el Muelle de la Sal, en el que el adoquín juega perfectamente con los enladrillados y la arenisca de los muros. O San Bartolomé, en cuya repavimentación participé con Juan M. Salado y Paco Granero dentro de esa gran operación pre Expo que se hizo en esta parte de la antigua Judería, en la que también se restauraron algunos edificios civiles y religiosos. Asimismo rehabilitamos cuatro o cinco plazas con caliza o enladrillados, como Curtidores, Zurradores, las Mercedarias, Santa María la Blanca… todo eso eran aparcamientos.

–Desconocemos el destino de muchos de estos adoquines.

–Esa es la pregunta. ¿Qué ha pasado con los de Trastamara o Matahacas? ¿Y con los de la Estación de Cádiz, donde no se han recolocado 52.000 adoquines? En teoría deberían estar en los almacenes municipales para poder reutilizarlos, pero tal como ya hemos informado al departamento de la Gerencia que llevaba el control de la licencia están depositados en una empresa privada, en Demoliciones Alcalá. Allí hemos llegado a comprar alguno suelto por dos euros para hacer las pruebas que antes comentamos. Multiplique para calcular el negocio generado.

–Volvamos al color.

–Ahora estoy haciendo gestiones con Bellas Artes. Me extraña que los pintores no hayan protestado. Le están cambiando el color a la ciudad poniendo esos pavimentos grises que nada tienen que ver con lo que, según la casa Pantone, es el color de Sevilla, un ocre parecido al de la Catedral, el Muelle de la Sal… y al del adoquín de Gerena. Espero que en su nuevo gobierno municipal Espadas libere de funciones a Antonio Muñoz para que se pueda centrar más en estas cosas. Y que la Gerencia se sensibilice en la consideración de estos asuntos.

–Hablando del Ayuntamiento, recordemos su paso por el mismo como concejal, en los dos primeros ayuntamientos democráticos, con Luis Uruñuela y Manuel del Valle. Formó parte de ese grupo que se denominaba ‘Los cuatro arquitectos’.

–Sí, aunque cada uno pertenecíamos a un partido, coincidíamos en muchas cosas y nos poníamos de acuerdo. Tanto que nos llamaron el quinto partido. Lo formábamos Paco Pavón (UCD), Vicente Sanz (PSA), Víctor Pérez Escolano (PCE) y yo (PSOE). Entre todos queríamos parar y cambiar ese planeamiento negativo que era el responsable de la destrucción del casco histórico.

Me siento orgulloso de haber parado la ‘marea negra’ en las calles de Sevilla

–El famoso Prica (Plan de Reforma Interior del Casco Antiguo), el arma legal del desarrollismo y la especulación.

–Era un plan que facilitaba muchísimo los derribos de inmuebles históricos. Entre los cuatro lo paramos con la colaboración de mucha otra gente. No fue fácil, porque incluso había muchos compañeros de partido que temían que subiese mucho el paro en el sector de la construcción. También se hicieron muchas cosas como la construcción de 400 viviendas sociales en solares de San Luis, que entonces estaba prácticamente en ruinas, o conseguir los terrenos donde luego se construyó el parque de Miraflores.

–También se le declaró la guerra al asfalto, eso que se llamó la ‘marea negra’.

–Me siento especialmente orgulloso de ello. En los años sesenta se había intentado solucionar el mal estado del pavimento asfaltando sin ton ni son. Lo más simbólico que hicimos fue eliminar el asfalto en las plazas del Salvador (por lo que pudo volver el monumento de Martínez Montañés) y San Francisco. Hicimos una exposición que un periódico de la ciudad saludó con un título pretendidamente irónico: El adoquín elevado a elemento de arte.

–Antes ha mencionado a San Luis. ¿Qué le parece el proceso de gentrificación que ha sufrido?

–Con ese proceso, que ha afectado a buena parte del Casco Antiguo, han desaparecido muchos corrales de vecinos y ya apenas quedan el de la calle Alcázares y el del Conde, en la calle Santiago. Para frenar la gentrificación, la Empresa Pública de Suelo de la Junta creó un programa con ayudas para la población tradicional de la zona de San Luis, del que fui director. Pero no funcionó muy bien. Luchar contra la lógica del mercado es muy difícil.

–Antes de acabar, me gustaría comentar dos proyectos que han sido muy polémicos en los últimos tiempos. El edificio de González Cordón de la calle Santander y la reforma del paseo de Marqués de Contadero.

–El edificio de González Cordón puede tener aspectos discutibles, pero me sorprenden los ataques furibundos que ha recibido. Es contenido en su volumetría y tiene muy buena entonación de color.

–¿Y Marqués de Contadero? Muchos lo vemos como un horror.

–Eso también se podría matizar. Cuando paseo ahora por allí veo mejor que antes el río y la fachada de la calle Betis. La distribución de cotas ha mejorado esa conexión y los edificios están bien diseñados, con una inteligente aportación de luz a su interior. Ahora bien, comprendo lo de la ausencia de sombra, pero tengo entendido que las pérgolas proyectadas están pendientes de la aprobación de Patrimonio. Además, el proyecto al que sustituye era manifiestamente mejorable…

–¿El de Saldaña?

–Hablo en el sentido de que estaba bastante deteriorado y de que respondía a otros criterios de uso. En su momento recibió algún premio, aunque también el empleo del granito gris en su fachada al río provocó la crítica de los pintores que vivían o trabajaban en la calle Betis al entender que desvirtuaba la tonalidad rojiza que tiene Sevilla vista desde la orilla de Triana. El tema del color otra vez.

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