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carlos pera Madrazo. cirujano

"Existe el peligro de que el médico se convierta en un funcionario"

  • Este sevillano afincado en Córdoba, viajero incansable y depositario de los saberes más variados, ha sido uno de los pioneros europeos en la cirugía de trasplantes de órganos

Carlos Pera, en el hotel Alfonso XIII, durante un momento de la entrevista.

Carlos Pera, en el hotel Alfonso XIII, durante un momento de la entrevista. / fotos: juan carlos vázquez

"Usted pregunta mucho y opina poco, como me dijo Balduino de Bélgica que debían ser los reyes". No hay duda de que Carlos Pera (Sevilla, 1935) es eso que llaman un hombre de mundo. Recién terminada la carrera de Medicina, apenas España salía de la autarquía, empezó a viajar por el planeta para convertirse en uno de los cirujanos más importantes de España, el hombre que convirtió el Hospital Reina Sofía de Córdoba -a donde llegó en 1975- en un referente nacional en la cirugía de trasplantes de órganos. Fue el primer cirujano europeo en realizar el doble trasplante hígado-páncreas e hígado-riñón y el segundo de Estados Unidos. Asimismo, ejecutó el primer triple trasplante hígado-páncreas-riñón en Europa en 1997, así como el primer implante hepático de vivo relacionado en Andalucía en 2002. Conversador incansable y viajero impenitente, después de una larga charla nos queda la certeza de que, actualmente, su gran pasión es África, continente por el que ha deambulado en repetidas ocasiones, tanto por placer como para ejercer la medicina y la cirugía de forma desinteresada. También atesora experiencias como navegante trasatlántico y una vasta cultura que impregna su conversación entusiasta y llena de humor. No exageramos si decimos que estamos ante un sabio.

-Es usted un enamorado del desierto.

-El desierto es como el mar, implica soledad, pero siempre estás acompañado por elementos como el cielo. Yo me gané el respeto de los tuaregs porque conocía el cielo. Conocí el nombre y la posición de las estrellas cuando atravesé el Atlántico a vela. El hombre necesita ponerle nombre a todo lo que le rodea, por eso me gusta la botánica. Yo no puedo estar sentado sin saber cómo se denominan las plantas que me rodean. Uno se siente acompañado cuando sabe nombrar a los insectos y las plantas.

-Creo que fue Camilo José Cela el que dijo: "Aprende el nombre de las estrellas y los árboles y serás feliz".

-Es mi caso. Me sé la mayoría de los nombres de los árboles y me siento muy feliz cuando paseo por el borde del Guadalquivir, en Córdoba, y veo su arboleda: los almezos, un roble canadiense, una morera... También hay una fauna muy rica: martinetes, garzas reales, garcetas, martines pescadores...

-¿Y cómo surgió su interés por el desierto?

-Cuando me jubilé decidí doctorarme en Geografía, que era una de mis pasiones. En uno de mis viajes por el Sahara libio, en tiempos de Gadafi, a principios del milenio, vi que el turismo empezaba a invadir toda la zona del Fezán, un paisaje muy especial y frágil. Hablé con mi director de tesis y empecé a trabajar sobre el turismo en el Sahara. Pero era imposible encontrar datos, aunque lo buscamos de todas las formas posibles. El Gobierno libio no nos facilitaba ninguna información. Parecía como si fuésemos espías. Abandoné el proyecto y empecé otra tesis sobre la imagen del Sahara libio a través de los relatos de los exploradores del XIX. Fue cuando empecé a leer sobre los tuaregs.

"En la antigua Facultad de las Cinco Llagas hacía mucho frío y pasábamos visita con las batas sobre los abrigos"

-El Sahara, pese a lo que cree la gente, es un desierto con paisajes muy distintos.

-Para mí, el Sahara más bonito es el argelino y libio. Aunque también me gusta mucho el llamado Sahara Blanco, en la frontera entre Libia y Egipto, donde está el Oasis de Siwa, donde hay un templo magnífico de Amón. Se compone de unos macizos de calcita que le dan ese color blanquísimo. Es muy diferente del desierto negro, cuyo color está producido por un capa finísima de hierro y manganeso que cubre las rocas. Le llaman la laca del desierto.

-Pasemos al mar.

-La navegación ha sido otra de mis pasiones. Tengo la travesía del Atlántico, de América a Europa, que es la más bonita. Salimos de las Antillas, de la Martinica, dirección al Triángulo de las Bermudas, hasta llegar a Cádiz, después de pasar por las Azores, un archipiélago que es una mezcla del paisaje asturiano con el tropical. Los jardincitos están llenos de hortensias y, muchas veces, las azaleas llegan a hacer túneles en las carreteras.

-Es usted un aventurero.

-Siempre he viajado mucho, más desde que me jubilé. Empecé a ir a África en el año 2000, cuando viajé a Bostuana con una hija mía que se había licenciado en Biología. No me quería morir sin ver el delta del Okavango. África es fascinante.

-Mucho antes, cursó sus estudios de Medicina en Sevilla, su ciudad natal.

-Sí, entre 1952 y 1959. Cogí un plan muy curioso en el que había un curso de ingreso, como en las ingenierías, con matemáticas, física, biología... De 300 sólo lo superamos 47, pero con una nota media muy alta. Fue muy bonito, porque había mucha competitividad entre nosotros. Era una época en la que no existía el MIR, por lo que cuando terminé tenía dos opciones: ponerme a trabajar o marcharme al extranjero. Opté por la segunda. Durante toda mi carrera siempre he tenido la inquietud de formarme fuera: Francia, Inglaterra, EEUU... Siempre para traer a España cosas nuevas.

-¿Qué recuerdos le trae la antigua Facultad de las Cinco Llagas, hoy Parlamento de Andalucía?

-Entrañables. Aquellos muros, aquel frío que era terrible... Recuerdo pasando visita con Cruz Auñón, que era el catedrático de Patología General, con la bata encima del abrigo y un enfermo con la boina puesta dentro de la cama que sólo se la quitaba para saludar. Una vez, llegamos ante una mujer que tenía pelagra, le pregunté a Cruz Auñón qué ponía en su historial, y él, que era muy campechano, me dijo: "¡Ponga usted hambre, que se enteren de que hay hambre!"

-La España de la miseria.

-Sí, la posguerra fue muy dura. A algunos enfermos, cuando llegaban, se les metía en una cuba de zotal para despiojarlos.

"De la medicina americana me gusta que siempre va con la verdad por delante. No se puede camelear"

-Usted pertenece a una generación de médicos y cirujanos que todavía tenían un aura, un prestigio casi mágico para muchos sectores de la población.

-Cuando ingresé en la Real Academia de Medicina de Sevilla, García Díaz, que fue el encargado de responderme, dijo que yo era "fin de raza", refiriéndose a esos catedráticos y jefes de servicio que, como yo, éramos omnipotentes y gobernábamos en nuestros ámbitos como si fuésemos reyes. Antes, los enfermos no sabían tu apellido, te llamaban de don y con tu nombre de pila. Ahora, sin embargo, es el "equipo de..." y no conocen al médico por su nombre ni saben nada de él. Entre otras cosas porque un doctor ve al enfermo, otro lo opera y otro pasa la visita... Eso es malísimo. La responsabilidad diluida no es buena. Yo huí de ella en mi época de jefe de servicio en el Hospital Universitario Reina Sofía. También insistí mucho en la necesidad de publicar, porque una publicación clínica, si se hace bien, es una auditoría interna y uno debe saber siempre muy bien cuáles son sus resultados. Es muy importante la autocrítica. De la medicina americana me gusta que siempre va con la verdad por delante. No se puede camelear.

-España siempre presume de tener un buen sistema sanitario. ¿Es cierto?

-Sí, es cierto. Pero existe el peligro de que el médico se convierta en un funcionario.

-¿Qué opina de la profesión médica en la actualidad?

-En los grandes hospitales hay quizás una especialización muy temprana y se ha perdido la visión general. Yo siempre defendí que, antes de la especialización, debía haber una rotación previa en medicina, cirugía, pediatría y ginecología, pero eso se perdió, porque lo que quería la gente era especializarse enseguida. En mi servicio yo siempre obligaba a pasar una temporada en Cuidados Intensivos y aprender traumatología. Yo he puesto muchos yesos a lo largo de mi vida y eso me sirvió luego, cuando fui a África a trabajar en los hospitalitos de los misioneros, y era capaz de hacer una cesárea, de atender un parto, de sacar una uña, de identificar una malaria, de extraer un diente y, por supuesto, la gran cirugía de los trasplantes, etcétera.

-El contacto con el enfermo es muy importante, ¿no?

-Claro. Hay médicos que no charlan con el enfermo, que no se saben su historial clínico. El médico tiene dos armas poderosas: una son sus oídos, con los que escucha las respuestas del enfermo a una serie de preguntas que se deben saber hacer; la otra es la exploración física. Hay que aprender a poner las manos, el uso del fonendo, que enseña muchísimo y no se debe perder. No se puede obviar la visión completa del enfermo, convertir a los médicos en funcionarios. Hay que conocer la medicina entera.

Un momento de la entrevista Un momento de la entrevista

Un momento de la entrevista

-En su dilatada carrera ha recibido muchísimos galardones. Destaco uno que me llama la atención por la situación política actual de España: el Premio Virgili de la Sociedad Catalana de Cirugía.

-Cuando me lo dieron me llevaron a dar una conferencia a Vic, donde se celebraba el Congreso Catalán de Cirugía. Después nos enseñó el museo de la ciudad la propia directora, quien, cuando llegamos a unos bajorrelieves italianos, dijo: "Éstos son de cuando el Reino de Nápoles pertenecía al Reino de Cataluña". Entonces yo, en tono sarcástico, le dije: "No sabe usted lo que me alegro de que me haya sacado de mi error, porque siempre pensé que era el Reino de Aragón". Ella me contestó: "No, no, Cataluña..." y siguió como si nada. A los niños catalanes se les ha enseñado a tener una conciencia de superioridad.

-Como cirujano usted ha sido una eminencia, un auténtico pionero en operaciones tan complicadas como son los trasplantes de órganos.

-Mi mayor logro ha sido conseguir que los trasplantes de órganos sean una rutina dentro del hospital, desmitificarlos, hacerlos cotidianos. Ahora bien, los resultados que teníamos antes en Andalucía estaban por encima de la media nacional y ahora están un poco por debajo. Se van a enfadar conmigo en la Consejería de Salud, pero es cierto. Yo creo que esto se debe a que ha habido una cierta desmotivación, quizás por la misma rutina... Hemos perdido el afán que teníamos por ser los primeros, por ser los mejores... La rutina tiene muchos peligros. Hay falta de liderazgo.

-¿Cómo consiguió que Córdoba ejerciese su liderazgo?

-Le dije a mi equipo: "Vamos a dejar de ir a congresos españoles y vamos a publicar artículos en inglés en las principales revistas de impacto médicas. En definitiva, vamos a trabajar en silencio, en la clandestinidad, para no levantar envidias". Cuando los demás se dieron cuenta, el Hospital de Córdoba ya era líder en trasplantes. Éramos una piña, todos estábamos involucrados. En los trasplantes, como en todo, el número de operaciones realizadas es importante, porque si tú haces muchas veces una cosa la terminas haciendo bien. Los mejores resultados los producen las grandes series. Nosotros lideramos la cirugía del páncreas porque tuvimos muchos casos. Si uno realiza un tipo de cirugía complicada sólo una vez al año, lo lógico es que los resultados no sean buenos.

-¿Cuál cree usted que es el gran reto de los trasplantes

-Conseguir una quimera, que es liberar al enfermo del inmunosupresor. Tenga en cuenta que hacer un trasplante es entrar en la intimidad del ser y el sistema inmunológico está para defender esa intimidad. Por eso son necesario los inmunosupresores, pero eso trae consigo la aparición de enfermedades bacterianas, virales, por hongos...

-¿Cuál es el principal problema de los trasplantes?

-Que los órganos son un bien escaso. Hay que sacarle el mayor partido a lo que tenemos. El problema es siempre el reparto. En este sentido, la Organización Nacional de Trasplantes (ONT) ha sido uno de los grandes logros de España. Ha conseguido que la recogida de órganos y el reparto sea un modelo muy bueno que se ha copiado en muchos otros países. El éxito, como en todo, es que está bien organizada.

-Durante un tiempo se habló de los xenotrasplantes. Coger, por ejemplo, el hígado de un cerdo y trasplantarlo a un hombre?

-Así es. Se pensó que podía ser una solución y yo fui un entusiasta de la misma, pero el problema es que los animales tienen unas patologías que no padecemos los humanos y hay peligro de zoonosis (enfermedad propia de los animales que incidentalmente puede comunicarse a las personas)... Se hicieron algunas cosas, pero surgían muchos problemas de infecciones, etcétera. Es más eficaz tener un órgano artificial que haga de puente hasta que aparezca un órgano humano que poder trasplantar al enfermo.

-Actualmente hay una gran alarma médica porque los antibióticos están dejando de hacer efecto y pueden volver las grandes mortandades por enfermedades infecciosas.

-El abuso de los antibióticos está provocando que las bacterias se estén volviendo resistentes. Hay que hacer un buen uso de todo. A mí me encanta el chocolate, pero todo tiene una mesura. El mal uso de las cosas es peligroso.

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