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Tomás García Rodríguez | Doctor en Biología

“Antes o después, Doñana se volverá a inundar y el mar regresará a Sevilla”

  • Conocedor profundo de la ciudad, de su historia y sus árboles, el entrevistado es miembro de esa sociedad civil sevillana siempre dispuesta a denunciar los desafueros de las administraciones

Tomás García Rodríguez, en la Plaza de la Magdalena.

Tomás García Rodríguez, en la Plaza de la Magdalena. / José Ángel García

Tomás García Rodríguez (Barrio de San Bartolomé, 1951) pertenece a esa aristocracia sevillana compuesta por los descendientes de los montañeses y castellanos que vinieron a Sevilla a montar negocios de alimentación. Sin embargo, aunque es un parroquiano asiudo de Casa Moreno, la vida y la casualidad le llevó por el camino de la Biología. Tras dar clases una década en la Facultad de Farmacia, dejó la Universidad por su incapacidad para llevar café a los despachos. Su tesis doctoral la hizo sobre la colaboración de las bacterias y las plantas y, como becario de Doñana, fue uno de los que arrimó el hombro para que el Águila Imperial Ibérica no sea hoy un recuerdo del pasado. Durante viente años enseñó en varios institutos (Heliópolis, Macarena, Salteras, etcétera) y tuvo, en la Sierra Norte, un centro de rehabilitación de rapaces. Nada de lo sevillano le es ajeno, ni sus árboles, ni su historia, ni su literatura. Paseante en corte y machadiano feroz, actualmente colabora en este periódico y otros medios con artículos sobre la ciudad, centrándose en temas ecológicos e históricos. Pertenece también al 'think-tank' Biológicas’74.

–Del barrio de San Bartolomé.

–Exacto, nací en la esquina formada por las calles Archeros y Verde, en la verdadera judería de Sevilla.

–¿Santa Cruz no lo era?

–Sí… pero los grandes magnates judíos estaban en San Bartolomé. Cuando yo era un niño era un lugar bullicioso, pero ahora está abandonado. Vas por las calles y no te encuentras a nadie.

–Suena bien…

–Ni tanto ni tan calvo. Lo de Santa Cruz es excesivo y desvirtúa el barrio, pero tampoco está bien el abandono de San Bartolomé, aunque ahora se ha animado un poco con el hotel Casas de la Judería.

–Por sus venas corren gotas de rancia estirpe salmantina.

–Mi padre, que tenía una tienda-bar, era de Guijo de Ávila, una aldea de quinientos habitantes de dónde también vinieron Plácido, el fundador de las Teresas, y Román, el del bar de los Venerables.

–Buena alineación.

–Y hubo muchos más, unos tiraban de otros. Vinieron sobre todo con el negocio del jamón. Mi padre murió muy joven y a los 12 años tuve que compaginar los estudios con la ayuda a mi madre en la tienda.

–Sigue siendo un parroquiano habitual de estas tiendas-bares.

–Sí, especialmente de Casa Moreno, regentado por Emilio Vara, “un poeta en la trastienda” como lo llamé en un artículo que publiqué en este periódico.

–¿Dónde hizo los estudios primarios y de secundaria?

–Primero en las Escuelas Francesas, en la calle Abades, pero cuando murió mi padre mi madre me metió en los Escolapios. Era un poco increíble, porque a su padre, que era alcalde de Villanueva de San Juan, lo fusilaron en el 36 “por rojo”, aunque no lo era. Los colegios de curas eran entonces el sitio de la disciplina y el orden.

San Bartolomé, cuando yo era niño, era un barrio muy popular y animado, hoy apenas ves a nadie

-¿Y qué aprendió de su trabajo en la tienda?

–A vencer la timidez… al principio me escondía detrás de los sacos. Y a tener cercanía con las personas. San Bartolomé era entonces un barrio humilde y nos ayudábamos los unos a los otros. Frente a la tienda había una famosa casa de vecinos llamada la Casa de los Cuadros (probablemente por su solería en damero), que había sido el antiguo palacio judío de los Padilla y ahora forma parte de las Casas de la Judería. Allí vivía gente muy humilde y les solíamos fiar. Estuve en la tienda hasta que hice el servicio de sargento en las milicias universitarias.

–Estudió Biología y, desde muy joven, dio clases en la Facultad de Farmacia.

–Sí. Pertenecía al departamento de Microbiología, que dirigía Julio Pérez Silva, un catedrático canario enraizado en Sevilla con mucha retranca que fue el primer decano de Biología y, posteriormente, rector. Le gustaba vivir con intensidad y daba mucha libertad a sus pupilos. Yo, como ha dicho, daba clases en Farmacia, que era una facultad recién creada. Fue una época en la que investigué y publiqué bastante. Después dejé la Universidad, porque había que tener un padrino y yo no servía para eso.

–No le pregunto por la tesis porque me imagino que será sobre un tema incomprensible para el común de los mortales.

–Era un tema muy interesante, la simbiosis entre una bacteria y las leguminosas para fijar el nitrógeno en las raíces de estas. Es muy importante para la fertilización natural de los suelos de cultivo.

–Hablemos de árboles, una de sus pasiones. La gente con una cierta cultura suele conocer su ciudad, sus monumentos, sus anécdotas históricas… sin embargo, no es tan común que sepa el nombre de sus árboles y sus peculiaridades…

–Y eso que son un elemento importante del paisaje urbano.

Los árboles dan prestancia a los edificios. Si quitásemos el magnolio, a la Catedral le faltaría algo

–Y si no se conocen no se protegen...

–Por ejemplo, fíjese en el lamentable estado en que están los árboles de Júpiter que hay frente al Archivo de Indias… Los árboles, además, le dan prestancia a los edificios. Si quitásemos el magnolio de la Avenida de la Constitución, a la Catedral le faltaría algo.

–Hablemos de monumentos botánicos, de árboles singulares. Díganos alguno de sus predilectos.

–Sin duda el ciprés de los pantanos de la Glorieta de Bécquer, que no es un sauce como muchos creen. Hay otro magnífico en el Estanque de los Patos… No es un árbol de aquí, pero eso me da igual, porque autóctono no hay nada… Nadie, ni nosotros, somos autóctonos.

–¿Y qué pasa con los árboles de Júpiter?

–En Sevilla hay pocos, diez en los arriates de la Plaza Nueva, y ocho frente al Archivo de Indias. Están hechos polvo, no los han fumigado en su vida, las hojas están completamente infectadas. Entre otras cosas porque no hay personal de Parques y Jardines. En verano, en el Parque de María Luisa, hay sólo ocho jardineros, cuando harían falta unos cincuenta. Apenas pueden regar y poco más… El malestar del personal es preocupante.

–Pero el actual Ayuntamiento está apostando por plantar árboles nuevos, hay una política del árbol…

–Plantan nuevos porque dejan morir a los que había antes… No se cuidan.

–Cuidar los parques históricos de Sevilla (María Luisa, Delicias y Murillo) es difícil, porque el vandalismo es continuo.

–Ahora se está estudiando la idea de formar un patronato para la gestión de los tres parques y jardines históricos… Vamos a ver.

–Volvamos a los árboles singulares.

–Me gustan mucho los pacanos, un árbol de origen norteamericano que da unas nueces que yo comía de niño. Se puede ver uno muy bonito en la puerta de la Facultad de Geografía e Historia. En Sevilla hubo muchos. Sólo en el Parque de María Luisa, unos 40, aunque ya sólo quedan dos, cerca del Monte Gurugú, y no están muy bien que digamos. Por supuesto, está el Pacano de los jardines del Alcázar que pintó Sorolla, que hace sólo unos años lo talaron. Este árbol albergaba una gran colonia de nóctulos gigantes, una especie rara de murciélagos cuya mayor colonia europea está en el Parque de María Luisa.

–¿Esos son los murciélagos que están echando las cotorras de Kramer?

–Sí, ambas especies compiten por las oquedades de los grandes árboles, sobre todo los de las platanáceas, que son sus sitios preferidos para anidar. Pero hay que matizar, porque la gente piensa que las cotorras son unos demonios que van por ahí cazando murciélagos. Lo único que hacen es lo mismo que todas las especies, competir para que sus crías se desarrollen.

Ahora se está pensando en crear un patronato para los jardines históricos, vamos a ver...

–Usted ha defendido el ‘derecho’ de las cotorras a estar en el Parque de María Luisa.

–Creo que hay que controlar su población, pero no erradicarlas. Estamos ante un problema que ha creado el hombre. Vinieron en la Expo para exhibirlas en un par de pabellones. Luego, la Policía Local, tras requisar algunos ejemplares en el antiguo mercadillo de la Alfalfa, los soltó en el Parque de María Luisa, un lugar al que se han adaptado muy bien. Actualmente hay entre 4.000 y 5.000 ejemplares. Tenga en cuenta que el primer avistamiento de nóctulos en Sevilla fue en el año 90. ¿Cuál de los dos es más autóctono?

–¿Y qué hacemos?

–Desde luego hay que actuar. Ya hubo quejas de los agricultores al Ayuntamiento, porque las cotorras se van en bandada a los campos de girasol y hacen mucho daño. El Ayuntamiento hizo un plan para controlarlas eliminando ejemplares con carabinas, pero hubo una presión social motivada por el pseudoecologismo para impedirlo. Ahora, sin embargo, se ha optado por otro que es mucho más traumático, porque consiste en cogerlas con redes (algo muy estresante, donde se parten alas, etc.) y luego sacrificarlas. Es mucho mejor un tiro certero. En Zaragoza y otros muchos sitios ya se ha hecho. Es lo menos traumático y lo más eficaz. Una vez bajado el número de individuos hay que controlar que la población no se vuelva a desmadrar, lo que se puede hacer con la esterilización de los huevos, o sustituyéndolos por otros artificiales, como ya se hace con las palomas.

–¿Y la cotorra sólo le hace la competencia al nóctulo?

–También al cernícalo primilla que anida en la Catedral y el Salvador. La verdad es que la cotorra es un animal muy agresivo, con un pico muy potente… hacen un ruido muy fuerte, capaz de asustar a cualquier pájaro.

–Retomemos, de nuevo, los árboles singulares.

–Está, por supuesto, el único ejemplar de jacaranda blanca que hay en Europa, el que se encontraba hasta hace muy poco en el colegio mayor Guadaira, en la Palmera. Por unas obras lo trasplantaron a los jardines del rectorado de la Universidad, en la esquina que hay entre las antiguas puertas de Derecho y la de Ciencias, frente al Casino de la Exposición. El trasplante se hizo en septiembre, con todo el calor, cuando todo el mundo sabe que hay que hacerlo en otoño o en invierno.

–Bueno, pero este año ha florecido. Tan mal no habrá ido.

–Pero eso se puede deber a la inercia que lleva el árbol… Veremos si progresa o no. ¡Un árbol único en Europa! Le estoy haciendo un seguimiento.

–¿Y además del pacano de Sorolla, qué otros árboles irreparables ha perdido la ciudad?

–Los eucaliptos rojos centenarios que plantó Forestier, en 1911, en el Parque de María Luisa. Aún quedan sus tocones enormes.

Para controlar las cotorras son mejor las carabinas. Cazarlas con redes y luego eliminarlas es más cruel

–Los cortaron porque estaban enfermos y eran un peligro…

–Sí, pero volvemos a lo mismo: no los cuidaron. Si usted no lleva al médico a un enfermo y no le da medicinas, se acaba muriendo.

–Usted estuvo una época trabajando en el Coto de Doñana.

–Hace ya unos treinta años. Estuve trabajando con el Águila Imperial Ibérica, que entonces estaba en peligro, pero que hoy ya es un animal recuperado. Es una especie que sólo se puede encontrar en la península, con unas peculiares manchas blancas en las alas.

–¿Cómo ve el Coto?

–Su gran problema son los pozos ilegales y Matalascañas, cuya construcción fue una barbaridad. Es impresionante cómo baja el nivel freático de los acuíferos de Doñana cuando se llenan los apartamentos.

–Tuvo un pequeño centro de recuperación de rapaces en la Sierra Norte.

–La Sierra Norte, que es Sierra Morena, tiene una flora y una fauna riquísima. Es una de las grandes reservas de bosque mediterráneo que quedan en la península Ibérica. Actualmente voy más por la Sierra de Huelva, porque tengo una casa en Higuera de la Sierra. El problema actual de estos sitios es el turismo. No quiero ser radical y hay que escuchar a todo el mundo. El turismo es importante, pero hay que ordenarlo.

–El fuego es una amenaza permanente, más en estos días.

–Antiguamente cada vecino tenía su parcelita y la cuidaba. De las cunetas se encargaban los peones camineros. Por lo tanto, no existían los fuegos salvajes que se ven hoy, que son el resultado de la falta de cuidado de la sierra. Hoy es difícil ir al campo y encontrarse a un campesino de verdad.

–¿Y Sevilla, se está preparando bien para el cambio climático?

–El cambio climático existe, es una evidencia. Pero hay que relativizarlo. Sobre todo hay que ser conscientes de que estamos inmersos en grandes procesos geológicos que nos dominan. Una gran erupción, por ejemplo, puede provocar un cambio climático brutal…

–¿Cómo la del Tambora en 1815?

–Exacto. Son procesos que superan al hombre. Si la temperatura sigue aumentando, como todo indica, Doñana no va a morir por falta de agua, sino por exceso. Volveremos a ver el Lago Ligustino de los romanos. No olvide que los padres de los Machado se conocieron cuando fueron a ver unos delfines que habían remontado el río hasta llegar a Sevilla. Doñana se volverá a inundar y el mar regresará a Sevilla. Antes o después ocurrirá.

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