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Gualberto | Músico

“Nunca me he considerado un hippie, pero lo soy”

  • Pionero del Rock Andaluz y el underground sevillano, músico de larga trayectoria criado en un corral de Triana, ha recibido esta semana el Premio Moments 2022 por su trayectoria artística

“Nunca me he considerado un hippie, pero lo soy” / Juan Carlos Vázquez

De un mantillo compuesto por coplas maternas de Marifé, riñas de fandangos corraleros, seguiriyas, canciones de iglesia, relatos de toreros extremeños y guitarreo beat de barrio surgió uno de los iconos del underground sevillano, Gualberto (García), el hombre que hizo del indio sitar un instrumento jondo y rockero con el que tocar desde soleares y alegrías hasta psicodelia setentera. Gualberto (Sevilla, 1945) es una leyenda forjada en Los Murciélagos y, después, en el mítico grupo Los Smash, pionero de uno de los momentos más brillantes de la escena musical sureña, el Rock Andaluz. Músico autodidacta y entusiasta, hippie del Turruñuelo, arregló temas y tocó con algunos de los grandes del flamenco, como Agujetas o Camarón. Compuso la ópera rock ‘Behind the stars’, estrenada en NY y ha sido protagonista de infinidad de aventuras musicales. Hasta llegó a dirigir durante largo tiempo el coro de la Hermandad del Rocío de Triana. Actualmente, vive plácidamente en su casa del Aljarafe sin abandonar la música ni su nutrida colección de instrumentos de cuerda. Como un patriarca bíblico, presume de una larga familia de hijos y nietos, incluso de una biznieta. Esta semana ha recibido el Premio Moments 2022 que concede el festival homónimo.

–Trianero de nación.

–Me crié en dos corrales de Triana. El pimero fue el Corral del Cura, en el que estuve hasta los cuatro años y en el que había al menos cuarenta vecinos. Después nos fuimos a uno del Turruñuelo, al lado de Santa Cecilia y el Tardón. Era más pequeño que el Corral del Cura y se llamaba Villa Bartolina, porque vivían varios Bartolos. Era un sitio estupendo, con su pozo, cuadra, ocas, gallos... y al lado el terraplén del Muro de Contención. Entonces estaba aquella zona plagada de tejares donde trabajaban muchos gitanos y mi abuelo. Era como vivir en un cortijo. Yo no lo conocí, aunque mi abuela me contaba cuando Belmonte iba al Corral del Cura a pretender a una vecina, pero no lo consiguió, porque era muy feo.

–Una época también de afición taurina.

–Allí vivía Claudio Prieto, torero que puso la Maestranza boca abajo, y era oriundo de Usagre. También matadores eran José el Extremeño y su hijo, Mario Triana. Curro Romero solía aparecer por allí para verlos. En verano me iba con ellos y mi abuelo a la plaza de la Pañoleta. Yo llevaba los trastos como el carro con los cuernos y esas cosas.

–¿Y en ese ambiente cómo llegó a convertirse en icono del underground sevillano?

–Mi madre, que cantaba muy bien flamenco, me miraba y decía: “¿este niño a quién sale?”. Mi madre, como le decía, cantaba por Marifé de Triana y los cantes de fragua: martinetes, seguiriyas... También, bulerías, soleares, saetas... Estaba todo el día cantando. Y mi tío era bailaor flamenco y ensayaba en mi casa. Es decir, que tenía un ambiente flamenco tremendo. Sin embargo, yo estaba en un coro de música clásica a cuatro voces del colegio de los salesianos de Triana. A mí me encantaba, incluso fui solista alguna vez. Tenía, sobre todo, buen oído. Me gustaba Vivaldi, Bach... En fin, que me crié entre los dos ambientes, aunque a mí lo que de verdad me gustaba eran los Beatles y todos esos grupos.

Me crié en Villa Bartolina, un corral del Turruñuelo. Aquello era como vivir en un cortijo

–¿Cuándo empezó con la guitarra?

–Empecé para acompañar a mi madre, pero de una manera profesional fue ya tocando música moderna. Un día estaba con mi guitarra en la Plaza San Martín de Porres y pasó Esteban, quien me dijo que tocaba la mar de bien, igual que los Beatles. Me dio una guitarra eléctrica que había pertenecido al grupo Los Canarios. Esteban, el Gaspar (que era hijo del dueño del supermercado de Santa Cecilia) y yo formamos un grupo al que le pusimos un nombre americano, que entonces estaban muy de moda. Pulpón nos hizo recorrer media España. Un día vino Silvio y me dijo que íbamos a tocar en el mismo grupo, porque yo podía ser también “uno de los grandes”, como él y Mane.

–¿Y de ahí surgió Los Murciélagos?

–Allí estábamos Silvio, Mane, Gualberto, Juanma Tenorio, Julián Navarro y yo. Un día Silvio y yo nos fuimos a Torremolinos haciendo autoestop, porque nos aburríamos en Sevilla. Llegamos a una discotecta para pedir trabajo. Había un grupo inglés tocando y nos dejaron sus instrumentos para hacer la prueba. Silvio y yo interpretamos una canción de los Animals. El dueño nos contrató para todo el verano y llamamos a los demás para que viniesen.

–Pero su gran grupo fue los Smash, que son una auténtica leyenda nacional.

–En los Smash tocábamos muchas cosas de Los Murciélagos, pero había una diferencia muy importante, que alargábamos los solos muchísimo e improvisábamos bastante. Estábamos muy influenciados por los Cream. Quizás era por los pelos largos, pero cuando nosotros tocábamos nadie bailaba, se quedaban todos mirando. Estábamos todo el día juntos. Gonzalo García-Pelayo había alquilado un local en el campo para que ensayásemos. Lo hacíamos junto a una cochina recién parida, con sus cochinitos. Estuvimos así varios meses hasta que hicimos un repertorio.

–Gonzalo Gacía-Pelayo, ese personaje fundamental en el underground sevillano y nacional.

–Un día fui con mi novia al Dom Gonzalo y Porfirio, que luego fue el chófer de los Smash, me dijo: “Pasa, Erik Clapton, que el jefe quiere hablar contigo”. Subí arriba y Gonzalo García-Pelayo me dijo que los Gong se habían disuelto y que me dejaba los instrumentos para formar un grupo.

–La primera vez que tocaron fue en el hoy desaparecido Teatro San Fernando.

–Antes de empezar, Gonzalo García-Pelayo me dijo: “Con que seáis la mitad de buenos que los Gong ya vale la pena”. Aquello me molestó. Después de tocar, Gonzalo estaba tan alucinado que me dijo: “Deja ya los instrumentos de Gong, cómprate la guitarra que quieras, yo la pago.

–Me imagino que se lo habrán preguntado muchas veces, pero ¿cuándo Gualberto conoció al sitar, su instrumento fetiche?

–En casa de un amigo americano que vivía en Los Remedios. Allí íbamos Los Murciélagos a que nos enseñase a pronunciar en inglés. Fue donde escuché mi primer disco de Ravi Shankar. Me quedé impresionado. Cuando fui a América dos años más tarde, en 1969, me gasté todo el dinero que tenía en comprar un sitar, no me quedó ni para el billete de vuelta. Cuando vine grabé esa canción que se hizo muy famosa porque se considera la primera del rock andaluz, Behind The Stars. Lo hice con el Lebrijano, aunque yo también cantaba, cosa que no se suele hacer cuando se toca el sitar. Estaba grabándola y vino Juan y me dijo: “¿te importa que meta un quejido?” A García-Pelayo le gustó tanto que quería intentar que George Harrison se involucrara en el disco, aunque no lo consiguió.

Quizás era por los pelos largos, pero cuando los Smash tocaban nadie bailaba, se quedaban todos mirando

–¿Quién le enseñó a tocar el sitar?

–Nadie, yo solo.

–Usted fue uno de los pioneros en mezclar rock y flamenco, lo que se llamó el rock andaluz.

–Sí, pero Triana fue el grupo que triunfó más. Hacíamos unos conciertos que se llamaban “La avalancha andaluza”, empezaba Guadalquivir, después Alameda, después yo –que en esta época iba en solitario– y, finalmente, Triana. Jesús de la Rosa me pedía que yo tocase antes que ellos para que la gente se apaciguase.

–Sus viajes a Estados Unidos tuvieron que ser fundamentales en su vida.

–Fundamentales. Allí conocí a un grupo que luego vinieron conmigo a Sevilla para grabar mi primer disco. Todos sabían leer música menos yo, que era el que componía. Se tenían que aprender mis temas, que eran muy largos, de memoria. Así que me animaron a aprender a escribir música.

–¿Y se apuntó a un conservatorio?

–Qué va, me fui al Rockefeller Center, que tenía unas cabinas de música y me ponía discos de Béla Bartók al mismo tiempo que leía las partituras. Empecé a escribir partituras muy básicas y con errores que luego me corregían estos amigos cuando ensayábamos. En seis meses aprendí música perfectamente y compuse una ópera rock, Behind The Stars, que se estrenó en la Academia de la Música de Brooklyn. Me traje al grupo de americanos y vivíamos todos juntos en mi casa. Todo lo que ganábamos lo repartíamos a partes iguales.

–Era un auténtico hippie.

–Nunca me he considerado un hippie, pero lo soy. Nada más que tengo que mirar mis fotos y ver la pinta de hippie que tenía por aquella época.

–Una cosa que llama la atención es su paso por el Coro de Triana. Nadie se imagina que un rockero underground pueda dirigir un grupo de este tipo. ¿Es usted rociero?

–No, no lo soy, pero la Hermandad de Triana fue para mí como una familia. Entré en el coro porque le hice unos arreglos para Los del Río y a José María Jiménez le gustaron y me propuso como director. En principio dije que no, pero después me acordé de mi época en el coro de los salesianos y dije que sí. Hice un coro de cuarto voces y nos llevamos tres meses para que la primera canción funcionara.

Cuando fui a América me gasté todo el dinero que tenía en un sitar. No me quedó para el billete de vuelta

–Del Coro de Triana han salido cantantes y músicos como José Manuel Soto o Rafa Almarcha.

–Los primeros discos del Soto los arreglé yo. Recuerdo cuando llegó Rafa Almarcha, que era casi un niño, y cantó una canción que había compuesto él. Me gustó mucho. Decía cosas muy bonitas como que “la noche está encantada”. Esa y Corta un tallo de romero la metimos en el disco. Poco después, Rafa me dijo que si yo creía que podía dedicarse profesionalmente a la música. Yo le dije que sí, pero que no dejase los estudios. En el coro había gente muy buena, recuerdo una que se llamaba Vero: qué arte y que cabeza musicalmente más perfecta... A veces me sorprendía cómo ellos, con sus voces, mejoraban algunas composiciones mías, las hacían más flamencas.

–¿Y fue mucho al Rocío?

–He ido sólo una vez, después de estar muchos años en el coro. Lo tenía todo pagado, pero no me llamaba la atención. Me gustaba trabajar con las voces, pero no eso de ponerse a cantar sevillanas unas tras otra por diversión. Demasiadas me empachan. Me pasaba lo mismo en el corral de vecinos de mi niñez, cuando se ponían varios a ver quien cantaba más alto un fandango. Al final, me aburría.

–Compuso un Credo y una Misa Solemne. ¿Es usted religioso?

–Ni lo soy ni lo dejo de ser. A veces creo y a veces no. Pero los chicos del coro sí lo son mucho. De eso puedo dar fe.

–Hablemos de palabras mayores. También colaboró con Camarón, quizás el gran mito del flamenco contemporáneo.

–Con Camarón toqué el sitar en La leyenda del tiempo, en el tema Nana del caballo grande. A él le gustaba mucho un tema que yo tenía con Remedios Amaya, que es muy parecido al de la Nana. Hubo una época en la que venía mucho por mi casa. Me traía cintas y me decía: “Gualberto, mira este gitanito qué bien canta”. Y yo le ponía a Ravi Shankar, los Rolling... también mi disco con Agujetas, que me lo hizo poner varias veces. Cuando se lo dije a Agujetas me comentó: “no te juntes con esa gente”. Camarón era un hombre que escuchaba la música muy atentamente. Te decía de repente, “páralo ahí”, porque había percibido algún tipo de detalle que le había gustado. Nos sentábamos en el suelo, como a mí me gusta, y no decía una palabra. Tenía un respeto enorme por la música.

No soy rociero, pero la hermandad de Triana, cuyo coro dirigí, fue para mí como una familia

–¿Ha ido alguna vez a la India, la patria del sitar?

–Fui una vez y no puede disfrutar, porque había mucha miseria. Todos esos niños, pobrecitos, medio desnudos y muy sucios, pidiéndote comida llevándose la mano a la boca. Me deprimía mucho. De allí me traje dos sitares. Este que ve usted aquí lo compré en una conservatorio. Estuve con el director en su casa, que me gustó mucho porque era como la de mi madre, como una casa de Triana, con la costura en el sofá y todos esos detalles. Me dijo que tocase algo. Lo hice por soleares y se quedó impresionado. La música india es como el flamenco. De hecho, el Raga Bhairavi tiene la misma escala. [En ese momento, Gualberto empieza a tocar en su sitar un famoso martinete de Tomás Pavón] ¿Escucha? Esto es “En el barrio de Triana/ ya no hay pluma ni tintero/ para escribirle yo a mi mare/ que hace tres años que no la veo”. ¿La conocía usted?

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