"La familia es un reducto contra el Estado y su poder uniformador"

José María Contreras Espuny | Escritor y profesor

Profesor de literatura y antropología filosófica en el CEU Fernando III, pertenece a la nueva hornada de escritores católicos. Su último libro es ‘Cancerberos. Teoría y sentimiento del portero de fútbol’. Diego Carrasco: “Yo quería ser como Bartolo”Fernando Savater: “El toro es un aristócrata con árbol genealógico”

José María Contreras Espuny / José Ángel García

Solo hace falta leer unas páginas suyas o hablar un rato con él para caer en la cuenta de que José María Contreras Espuny (Osuna, 1987) es un hombre de lealtades inquebrantables: a su pueblo, a su religión, a su mujer, a su familia, a sus amigos, a la escritura... Este profesor de literatura y antropología filosófica y doctor en Filología pertenece a esa ya no tan nueva hornada de escritores católicos españoles que tienen a ‘san’ Chesterton como patrón. Desde Osuna –con algún paréntesis en la lejana Corea– va construyendo una obra literaria en la que se sirve del humor y su realidad cotidiana para hablar de los grandes asuntos humanos. Fruto de esta vocación son ‘Crónicas coreanas’ (Renacimiento), ‘Confesiones de un padre sin vocación’ (Homo Legens), ‘Niños apocalípticos’ y, su última obra, ‘Cancerberos. Teoría y sentimiento del portero de fútbol’, los dos últimos publicados por Ediciones Monóculo. De él Juan Bonilla ha destacado que es capaz de sacar excelente literatura de cualquier parte. Contundente columnista siempre dispuesto a batirse con los excesos de la modernidad y el progreso, dedica también sus esfuerzos a la gestión cultural en la Fundación Herrera Oria y en el Instituto Ángel Ayala, ambos vinculados al CEU.

Pregunta.–De Osuna, un pueblo con solera cultural. Llegó a tener universidad en el Antiguo Régimen, pero los clásicos hablaban de ella con un cierto desdén.

Respuesta.–El médico de la Ínsula Barataria del Quijote, el doctor Pedro Recio de Tirteafuera, era graduado por la Universidad de Osuna. Cervantes lo pone como un médico censurable y supersticioso. Hay teorías que dicen que Cervantes estudió en Osuna, pero que no le fue bien, de ahí que desarrollase una cierta animadversión a la institución.

P.–Quevedo se burla también en varias ocasiones.

R.–Bueno, él fue secretario del Duque de Osuna...

P.–Siglos después se refundó como un centro adscrito a la Universidad de Sevilla. Allí comenzó su labor como profesor universitario.

R.–Lleva ya 25 años funcionando bastante bien. Enseñé allí ocho o nueve años. Yo sigo viviendo en mi pueblo, pero desde septiembre del año pasado estoy en el CEU-Fernando III. Antes me fui un año a dar clases a Corea, donde pagan muy bien la investigación.

P.–¿Aprendió coreano?

R.–No, porque me di cuenta de que en un año no me iba a dar tiempo a aprenderlo, y preferí centrarme en mis clases y en investigar.

P.–¿Qué investigó?

R.–Dos cosas. La primera, fenómenos de conversión súbita al catolicismo en la primera mitad del siglo XX: García Morente, Paul Claudel y André Frossard. Era un estudio comparativo filológico de cómo narraban esa conversión repentina, porque tenía que ser al modo paulino, cayéndose del caballo. Esa fue mi tesis e hice un libro para un público más amplio. También estudié la supervivencia de los códigos de la caballería en los superhéroes actuales. De cómo esa idea de caballería que podía tener el Quijote se ve en algunas ficciones actuales. Siempre me interesa ver cómo los universales se van actualizando. Hablamos de las mismas cosas pero le vamos mudando la piel.

P.–Pero El Quijote se supone que es una mofa de esos valores.

R.–Es cierto que El Quijote es una parodia de la caballería, pero como decía Simon Leys, el caballero andante más famoso del mundo fue un hombre fracasado como el Quijote. El Quijote y su caballerosidad me ha interesado mucho por su mensaje de que lo inactual, si es pertinente y justo, debe ser defendido, aunque pueda parecer extemporáneo o lunático. Es también una visión unamuniana.

La crítica que el bando reaccionario le ha hecho a la modernidad tiene muchos aciertos

P.–¿Se considera usted una persona inactual?

R.–Sí, porque tengo pulsiones reaccionarias que me surgen espontáneamente. Siempre que leo a Gómez Dávila o cualquier otro que hace una enmienda a la modernidad algo resuena en mí y me muestro de acuerdo. La crítica que desde el bando reaccionario se le ha hecho a la modernidad tiene muchos aciertos. Sin negar del todo las virtudes de la modernidad, soy consciente de que muchos de los problemas del hombre contemporáneo vienen de ahí.

P.–¿Pero es consciente de que es imposible una marcha atrás?

R.–Totalmente imposible. Y yo no volvería. No podemos fantasear ingenuamente con una vuelta a la Edad Media. Pero eso no quita que digamos que con la furia del progreso se han relegado muchas cosas que son cardinales y que de alguna manera resurgirán.

P.–¿A qué cosas se refiere?

R.–Me refiero sobre todo a la necesidad de sentido. El hombre ha desechado la mayor parte de las tradiciones, instituciones e ideas que le precedían y que, de algún modo, servían para situarle en el mundo y la existencia. Ahora cada cual parte de cero, y no descubre un sentido, sino que lo construye, la mayoría de las veces ensamblando piezas de aquí y de allá al buen tuntún. Chabolas mentales. Necesitamos cosas más grandes que nosotros mismos para no naufragar: no todo puede estar hecho a nuestra ridícula medida. La vida misma, para tener sentido, para valer la pena, requiere algo que la trascienda. El progreso, en definitiva, nos ha distraído de lo verdaderamente importante: Dios existe, tenemos alma y la vida va en serio.

P.–¿Es usted reaccionario?

R.–No lo tengo claro. Supongo que un día tendré que pararme, analizar las dos ideas y media que me flotan en la cabeza y posicionarme con claridad. El problema es que siempre encuentro algo más urgente que hacer.

P.–Perdone la etiqueta, pero yo lo veo como un escritor católico.

R.–No tengo muy claro que sea un escritor, porque no vivo de mi escritura. Pero es cierto que el hecho de ser católico o de cualquier otra religión impregna profundamente tu visión del mundo. Es un calificativo legítimo.

P.–¿Qué le parece este resurgir religioso ejemplificado en Rosalía?

R.–Hay que tener una cierta prevención, porque los medios, a veces, dan una visión de las cosas que no se corresponden a la realidad. Todo puede ser un espejismo para sacar titulares. Pero es verdad que hay algunos indicios. La hostilidad que antes tenían los jóvenes hacia la Iglesia Católica se ha ido mitigando en los últimos años. El hombre tiene un hueco en su corazón del tamaño de Dios y de algún modo lo tiene que rellenar con él. ¿Es real o no el fenómeno? El tiempo lo dirá.

P.–Su literatura combina muy bien la anécdota con lo universal, el humor con lo trascendente. Es fresca y tiene punch. Me llama la atención el peso que tiene la familia, una institución muy atacada en los últimos tiempos.

R.–La familia es una institución que no es perfecta, pero es tradicional. Es decir que está testada por los años y la experiencia. Se ha ido fraguando y se ha comprobado que es buena para acoger, cuidar, procrear... Es una realidad orgánica y no podemos hacer con ella experimentos o diseños con escuadra y cartabón. Eso es peligrosísimo, como ya hemos visto en alguna ocasión. La familia está muy presente en mis libros, aunque a regañadientes, contra mi voluntad. Yo no tenía vocación de padre ni me quería casar. Si lo hice fue porque me gustaba mi mujer. Pero no era mi tema, no era de lo que quería hablar. Si sale tanto la familia es porque tiendo a usar mi día a día para hacer mi literatura. Creo que la familia es un reducto contra el Estado y su poder uniformador, mas si aparece en mi escritura no es por esto, sino por el hecho de que está cada día más presente en mi vida.

P.–El humor es otra constante en su obra.

R.–Cuando era más joven escribía poemas grandilocuentes sobre la muerte, textos de una grandilocuencia fúnebre. Sufría. Fue cuando descubrí la vena humorística cuando empecé a escribir con gusto.

P.–La paternidad hoy en día está puesta en cuestión.

R.–Puede ser que la paternidad de nuestros abuelos y padres no fuese perfecta. A mí no me gusta cambiar pañales. Lo veo un coñazo. Pero me parece que es mejor que lo que se hacía entonces. Ahora bien, para muchas personas de hoy el mejor padre es el más maternal lo que produce que, al final, tengas dos madres. Hay que reivindicar que la figura del padre tiene unas características que le son propias y que tiene que desempeñar. Pero claro, eso tiene un matiz de autoridad y normatividad que a algunos le parece deleznable.

P.–Ha sido uno de los organizadores, en Madrid, de un encuentro en el que se desmontaba la idea de que España, entre 1940 y 1960, fue un erial cultural. Se llamó La feracidad del páramo y participaron gentes de primer nivel: Trapiello, Bonilla, Prada, García-Máiquez...

R.–Es sangrante el hecho de que yo, que me doctoré en Filología, haya tenido que descubrir gracias a amigos y librerías de viejo a gente como Pla, Foxá, Cunqueiro... En la Fundación Herrera Oria pretendemos remediar este tipo de injusticias.

P.–En Sevilla hicieron otras jornadas similares, pero de carácter local. ¿Qué descubrió?

R.–Gracias a la conferencia de Fátima Halcón a pintores como Paco Cortijo o Ressendi.

“Al humor llegué cuando caí del guindo, al darme cuenta de que disfrutaba con él

P.–Es inevitable hablar de Chesterton, luz y guía de los nuevos escritores católicos. Sobre todo por su uso del humor.

R.–Llegué a Chesterton cuando ya había descubierto mi vocación literaria. Como le dije, antes tendía a temas más graves y melancólicos. Al humor llegué cuando caí del guindo, al darme cuenta de que disfrutaba con él. Tengo claro aquello de que lo contrario de lo divertido no es lo serio, sino lo aburrido. Chesterton supuso en mi vida literaria un cambio. Cuando leí Ortodoxia, el deslumbramiento fue absoluto.

P.–Su último libro Cancerberos. Teoría y sentimiento del portero de fútbol, es un texto poliédrico que va mucho más allá de este deporte. Juan Bonilla se deshace en elogios en el prólogo.

R.–Es un libro nacido de la vivencia. Yo jugué de portero hasta que tuve que dejarlo. Lo hice en las distintas categorías del equipo de mi pueblo (Osuna Bote Club), pero el equipo de mi corazón es el de mis amigos, Los Quebrantahuesos, especialmente en su segunda singladura, iniciada en la vejez por quijotesca ocurrencia de Memé, nuestro capitán. Fui un portero muy meditabundo, lo que me hacía fallar muchísimo, pero gracias a eso pude ver que en los partidos había una gran riqueza, como en cualquier cosa bien mirada. La literatura tiene temas predilectos: el amor, la muerte, Dios, que lo acaban empapando todo, que están presentes en cualquier parcela de la realidad, también en la mirada de un cancerbero. Se muere siendo portero.

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