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Miguel ángel matellanes. Editor literario de Algaida y novelista

"Tenemos mucho talento, pero pocas empresas culturales"

  • Lleva más de 20 años descubriendo autores y editando libros desde Sevilla. Dos novelas premiadas dan fe de una carrera literaria breve, pero que todavía no ha dado sus últimos frutos

Como tantos en la ciudad, Miguel Ángel Matellanes (Sevilla, 1967) tiene sus raíces familiares en un pueblo de Zamora, Manzanal de Abajo, uno de esos lugares que desaparecieron bajo las aguas tras la construcción de un pantano. "Cuando hay sequía, todavía asoma el campanario de la iglesia", asegura el entrevistado, rigurosamente vestido de negro, como un clérigo o un cantante de fados. De estas tierras del antiguo reino de León, Matellanes conserva aún un carácter sobrio de sevillano "sin caseta ni cofradía". Aunque filólogo clásico de formación -es capaz de recitar en latín y sin tomar aliento versos y versos de Virgilio-, se ha dedicado profesionalmente a la edición literaria, prestando sus servicios en Algaida desde hace ya 20 años. Escritor poco prolífico, ha dado a la imprenta dos novelas. 'La falsa moneda', con la que quedó finalista del Premio Andalucía de Novela, aquel desaparecido galardón impulsado por Juan Manuel Albendea y editado por José Sánchez Dubé; y 'El libro de los pájaros", en el que fantasea con la figura de la mora Zaida, hija del rey poeta sevillano Almutamid y esposa o nuera -según la fuente que se consulte- de Alfonso VI. Por este libro se le concedió el Premio Adriano de Novela Histórica.

-Su formación académica fue como filólogo clásico.

-Siempre digo que somos una especie en extinción y que, por lo tanto, deberíamos tener algún tipo de ayuda, alguna pensión...

-¿Por qué escogió esta disciplina?

-La cultura clásica nos lleva a las raíces de la literatura y te da una perspectiva de 2.000 ó 3.000 años para enfrentarte a la escritura de hoy. No hay una formación específica para ser editor, una profesión a la que se puede llegar desde muchos caminos. La filología en general es uno de ellos.

-¿Latín o griego?

-Yo era más de latín, sobre todo por la afinidad con nuestra lengua. La sociedad romana está mucho más cerca de nosotros que la griega, a pesar de que todos los modelos literarios se crearon en Grecia, incluso la novela de ciencia ficción.

-¿Algún autor?

-Virgilio. Creo que fue Borges el que dijo que Virgilio era la mejor obra de Homero. En ambos autores clásicos está buena parte de la literatura occidental que conocemos, empezando por Dante.

-El estudio de las lenguas clásicas cada vez está más marginado en los planes de estudio.

-Se están marginando a las humanidades en general. Ahora tendemos a un modelo de educación finalista en el que la gente estudia para una determinada profesión. No concebimos la enseñanza como algo que nos da herramientas para que sepamos desenvolvernos en muchos campos, cuando seguramente, si los gurús aciertan, vamos a un tipo de sociedad que nos va a obligar a reciclarnos continuamente y a cambiar varias veces de ocupación. La propia dinámica de la tecnología nos obliga a ello. Es un buen momento para recuperar las humanidades. Al fin y al cabo, ¿qué te dan las lenguas clásicas? Pues un dominio de la herramienta lingüística muy interesante.

-¿Y cómo dio el salto de los latines al mundo de la edición?

-Mi primer trabajo remunerado fue corrigiendo las memorias de las reuniones de participantes de la Expo 92 para que pudiesen ser publicadas. Me gustó y vi que se me daba bien. Ahí empezó todo.

-A la editorial Algaida llegó hace ya 20 años. Por sus manos han pasado muchos autores.

-Creo que lo más interesante que hemos hecho es proyectar a muchos autores prácticamente desconocidos. Para esto nos sirvió mucho el Premio Ateneo Joven. Por ejemplo, Care Santos, que ha merecido el último Premio Nadal, fue la ganadora del tercer Ateneo Joven.

-Está el famoso título de las memorias de Mario Muchnik: 'Lo peor no son los autores'. ¿Le han dado muchos quebraderos de cabeza?

-Hay de todo. El balance final siempre es positivo. El trabajo de editor te permite conocer a gente muy interesante. De alguna manera, el editor hace una labor de coaching: intenta sacar lo mejor de un autor.

-¿Ha tenido que mandar alguno a la porra?

-En esos términos no, pero sí que he tenido que mantener conversaciones muy largas con algunos autores.

-Cuenta la leyenda que Carlos Barral rechazó el manuscrito de 'Cien años de soledad'.

-Es una anécdota falsa. Lo que pasa es que Carlos Barral era muy bueno forjando su propia leyenda; puestos a tener un error, había que hacerlo a lo grande. No se iba a equivocar con cualquier cosa.

-¿Cuál ha sido su gran error? ¿Se ha arrepentido de haber dejado pasar algún manuscrito?

-No, porque el hecho de que un autor funcione bien en una determinada editorial no significa que lo hubiese hecho en la tuya. Las cosas no son tan mecánicas. Yo sigo creyendo en la función de un editor a la hora de sacar adelante a un escritor. Si el editor cambia, el resultado cambia.

-¿Y su mejor hallazgo?

-Como obra, el mayor acierto ha sido El mapa del tiempo, de Félix J. Palma. Era un autor que trabajaba con nosotros y siempre tuve la impresión de que iba a salir algo importante. La novela se ha publicado en unos cuarenta países. Esto para un editor es un orgullo. [En ese momento, el entrevistado se levanta, se dirige a una estantería, y muestra varios tomos de esta obra editada en coreano, japonés, ruso...].

-Algaida tiene su sede en Sevilla, pero pertenece a Anaya. En Andalucía han cuajado muy pocas editoriales fuertes independientes de Madrid o Barcelona.

-Yo llevaría esa reflexión más lejos y la aplicaría a toda la industria cultural. Tampoco han cuajado grandes empresas musicales, audiovisuales... Tenemos mucho talento, pero pocas empresas culturales.

-¿Cree que en Andalucía sigue habiendo mucho talento?

-Sí, en Sevilla, por ejemplo, hay un momento de gran creatividad literaria, con autores como Hipólito G. Navarro, Sara Mesa, Daniel Ruiz, Paco Robles, Paco Gallardo, Nerea Riesco, Andrés Pérez Domínguez... Me dejo a muchos en el tintero, espero que nadie se moleste...

-Se suele decir que el débil sector editorial andaluz ha vivido demasiado de las subvenciones de la Junta.

-Probablemente hubo una época en que fue así. El problema de las subvenciones en general es que crea un sistema dependiente del dinero público. Creo que las administraciones deben invertir en cultura y crear infraestructuras, pero la cultura debe de hacerse también desde la sociedad civil. Las dos cosas deben ir de la mano. Muchas veces, las subvenciones no servían para crear tejido cultural, sino para solucionar la adversa situación económica de una determinada empresa.

-Como editor, ¿tiene algún referente?

-Están los grandes clásicos, desde Feltrinelli hasta Muchnik. Siempre es interesante leer las biografías de estos personajes. Pero también es cierto que la edición ha cambiado mucho en estos años. Fíjese cómo han evolucionado, por ejemplo, las tiradas medias. Nunca se ha publicado tanto como ahora -estamos en torno a los 80.000 títulos al año- y la tirada media es de 2.500 ejemplares. Sin embargo, hace veinte años las tiradas medias eran mucho más altas y el número de títulos mucho más bajo. La influencia de los editores era mayor.

-Ha habido una auténtica explosión de pequeñas editoriales que trabajan muy bien.

-El proceso de concentración editorial que se ha producido en torno a los grandes grupos ha dejado huecos que han sido aprovechados por esas editoriales de las que usted habla. Son dos fenómenos que van estrechamente unidos. Después hay otro factor muy importante: hoy en día, la tecnología ha hecho que sea más fácil editar que hace treinta años. Actualmente, haces prácticamente todo el trabajo desde un ordenador y lo mandas directamente al taller, sin positivos, sin ferros...

-¿Se puede editar sin pensar en los lectores?

-En toda editorial, sea grande o pequeña, la lógica literaria tiene que convivir con la lógica del negocio. No se puede construir un catálogo contra el mercado, porque eso te lleva a la ruina. Pero sí puedes elegir a qué parte del mercado te quieres dirigir o a qué cantidad de lectores quieres llegar. El mercado ha cambiado mucho en los últimos tiempos.

-¿En qué sentido?

-En la exigencia literaria de los lectores. Si quieres dirigirte a un sector amplio de lectores, tienes que reducir el nivel de exigencia literaria. De alguna manera siempre ha sido así. La primera edición de La interpretación de los sueños, de Freud, fue de mil ejemplares y se tardó bastante en vender. También es importante editar literatura, digamos, de consumo. ¿Qué pasó con todos aquellos libros de quiosco que se editaban en España que fueron tan importantes para crear lectores? No se levanta uno una mañana y empieza a leer a Faulkner, antes ha leído muchas otras cosas.

-Usted, además de editor, es autor de dos novelas publicadas hace ya un cierto tiempo. ¿Ha dejado de escribir?

-He dejado de publicar, que es diferente. Como dijo alguien, un buen escritor se caracteriza por el número de folios que tira a la papelera. Pasé un tiempo intentando escribir una novela de la que no quedé satisfecho y decidí descartarla. Ahora trabajo en otra.

-Hablemos de su primera novela, 'La falsa moneda'. La leí hace muchísimo tiempo, creo recordar que hablaba de la Expo.

-La idea original de la novela se la copié al poeta Ángel González. Busqué un personaje que se hubiese marchado de la Sevilla de los setenta, la que yo recordaba de la niñez, y que volviese a la ciudad después de la Expo. En resumen, era usar la Expo como un elemento de cambio de la ciudad. Qué pensaría alguien que hubiese partido en uno de esos trenes eternos que salían de Plaza de Armas y hubiese regresado en AVE a Santa Justa. Tan sólo habían pasado veinte años.

-Hay muy poca literatura que refleje la Expo.

-Muy poca, quizás algo de Ramírez Lozano... Sin embargo, a mí lo que me interesaba era el cambio de ciudad más que el acontecimiento en sí mismo.

-Esa novela fue finalista del Premio Andalucía de Novela, tristemente desaparecido, que editaba Guadalquivir, el sello de José Sánchez Dubé, personaje de una Sevilla que ya ha desaparecido.

-Sánchez Dubé era un editor a la vieja usanza. Trabajó en unos momentos en los que la edición tenía una complejidad que no tiene ahora. Su local en la calle Valflora [actual Real de la Carretería] era una especie de taller y almacén dónde se hacían muchos libros de gran formato.

-Ese premio fue un empeño del entonces director regional del BBV, Juan Manuel Albendea.

-Se concedía en una ceremonia muy bonita, la noche del 27 febrero, en el hotel Alfonso XIII. No pudo sobrevivir a la salida de Albendea del banco. Quizás era un proyecto muy personal.

-El que sí permanece es el Premio Ateneo, del que el próximo año se cumplen cincuenta años. Pero, quizás, ya no tiene el relumbrón y el impacto de antes.

-Es que ha habido una inflación de premios literarios que se ha reducido con la crisis, ya que las principales sostenedoras de estos galardones eran las cajas de ahorro. Estas entidades, muchas de las cuales han desaparecido, no sólo financiaban los premios, sino que movían mucho a los autores con conferencias, charlas...

-El fabuloso mundo del 'bolo'.

-El mundo del bolo es una manera para que muchos autores puedan llegar al salario mínimo interprofesional.

-Su segunda novela fue 'El libro de los pájaros', que mereció el Premio Adriano de Novela Histórica y se ambienta en Al Andalus.

-Suelo decir que es más una novela fantástica que histórica. Siempre me había llamado la atención el personaje de Zaida, que la tradición del romance la presenta como hija de Almutamid y que acaba casándose con Alfonso VI de Castilla, al que le da un hijo que muere en la batalla de Uclés. Sin embargo, parece que, en realidad, era la nuera de Alfonso VI. Más que como una novela histórica, quise hacer una de aventuras y de corte fantástico.

-¿Comparte esa visión edulcorada que algunos tienen de Al Andalus?

-Fue un mundo muy complejo, como se demuestra en El esplendor de Al Andalus, de Henry Perés, un libro ya clásico sobre el tema. Por ejemplo, los andaluces musulmanes odiaban a los africanos, como los almorávides, cuya invasión de la Península en el siglo XI supuso la llegada del integrismo. No era una sociedad ideal, sino llena de tensiones.

-La novela histórica sufre el desdén de algunos sectores intelectuales.

-Aunque eso ya está cambiando, en general la visión académica de la literatura ha desdeñado siempre el género como concepto, da igual que sea histórico, negro o fantástico. Sin embargo, desde los ochenta esto empezó a cambiar con la llegada de autores como Muñoz Molina, Ferrero o Millás, que empiezan a jugar con los géneros. Una de las características de la modernidad es la desaparición del género como tal.

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