El impacto psicoemocional de la enfermedad renal crónica
Investigación y Tecnología
El 49% de los pacientes con problemas renales tenía depresión, según un estudio
Enfermedad renal crónica: qué es y qué enfermedades la causan
La enfermedad renal crónica (ERC) representa uno de los desafíos más complejos para los sistemas de salud a nivel global. Se trata de una condición de curso progresivo, caracterizada por una disminución irreversible de la función renal que puede derivar, en casos avanzados, en la necesidad de tratamientos sustitutivos como la diálisis o el trasplante renal. Si bien la atención médica se ha enfocado tradicionalmente en el control metabólico, la progresión del daño renal y la prevención de complicaciones cardiovasculares, persiste una brecha significativa en el reconocimiento y abordaje de las consecuencias psicoemocionales que acompañan al diagnóstico y evolución de la enfermedad.
¿Cómo es vivir con una enfermedad renal crónica?
Vivir con una enfermedad renal crónica implica enfrentarse a una condición crónica que demanda una constante reorganización de la vida cotidiana. Desde el momento del diagnóstico, los pacientes atraviesan una serie de cambios que impactan en múltiples facetas de sus vidas: modificaciones en la dieta, disminución en la capacidad funcional, dependencia del sistema de salud y una proyección vital incierta. Estas transformaciones, que afectan la percepción de control sobre el cuerpo y sobre el futuro, generan una carga emocional considerable, con alta prevalencia de síntomas depresivos y ansiosos.
De hecho, un estudio encontró que el 49% de los pacientes con problemas renales tenía depresión. La fatiga crónica, las limitaciones físicas, los cambios en la imagen corporal y la percepción de inutilidad o carga para el entorno familiar son factores que contribuyen a este deterioro emocional. A menudo, esta carga psicológica es invisibilizada por el entorno o incluso por el propio equipo tratante, al no generar indicadores clínicos objetivos fácilmente cuantificables como lo hacen los parámetros bioquímicos o hemodinámicos.
Múltiples consecuencias
El impacto no se limita a lo emocional, sino que también tiene consecuencias clínicas concretas. La depresión en pacientes renales se asocia con menor adherencia al tratamiento, menor asistencia a controles médicos, abandono de la dieta y peor evolución general. Se ha descrito incluso una relación entre depresión no tratada y mayor tasa de hospitalización y mortalidad. La salud mental, en este contexto, no puede ser vista como una dimensión accesoria, sino como un determinante directo de la salud física y de la calidad de vida global.
A esto se suma el aislamiento social que muchas veces acompaña a la enfermedad. Las restricciones alimentarias, el cansancio persistente y la dependencia de la diálisis pueden limitar la vida social, generar incomprensión en el entorno cercano y erosionar las relaciones interpersonales. En este contexto, es normal que los pacientes refieran sentimientos de soledad o desconexión, lo cual agrava aún más la carga emocional del proceso.
Frente a esta realidad, se vuelve imprescindible pensar en un abordaje integral e interdisciplinario que contemple no solo el cuerpo, sino también las emociones, los vínculos y el proyecto de vida del paciente. La inclusión sistemática de profesionales de la salud mental en los equipos de nefrología, la implementación de programas de apoyo psicológico individual o grupal y la educación del entorno familiar son estrategias necesarias para responder a una dimensión que hasta ahora ha sido desatendida.
Además, resulta fundamental que los profesionales de salud desarrollen una escucha activa, empática y sin prejuicios hacia el sufrimiento emocional del paciente renal. Validar sus emociones, brindar espacios de expresión y fomentar la participación activa en decisiones médicas son acciones que pueden reducir el sentimiento de impotencia y fomentar una actitud más resiliente frente a la enfermedad.
La enfermedad renal crónica no solo compromete la función de los riñones; también atraviesa profundamente la identidad del paciente, sus vínculos y su equilibrio emocional. Un modelo de atención verdaderamente centrado en la persona no puede soslayar esta dimensión. Invertir en el bienestar psicoemocional de quienes conviven con la ERC no solo es una cuestión de humanidad, sino también una estrategia clínica eficaz para mejorar resultados en salud, calidad de vida y sostenibilidad del sistema.
En definitiva, atender la mente es también cuidar el cuerpo. Y en el contexto de una enfermedad crónica como la renal, ambas esferas deben caminar juntas, con igual prioridad.
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