EL TIEMPO
La lluvia regresa este fin de semana a Sevilla

"Al Señor jamás hay que pedirle cuentas"

Mis personajes · Antonio Ríos Ramos

Lo ha sido todo en el mundo de las hermandades, donde sigue muy activo a los 82 años. Su nombre está vinculado con fuerza al Gran Poder y su vida no se entiende sin un ir y venir de la basílica.

"Al Señor jamás hay que pedirle cuentas"
Carlos Navarro Antolín

20 de marzo 2013 - 05:03

LA vida es una continua ida y vuelta de la basílica, un oficio de prioste, madrugadas en vela, un mirar las caras de los que miran al Señor a la cara, ser el depositario de las peticiones, de las plegarias y de los secretos de los devotos; ajustarle la túnica, darle con mimo las siete vueltas al cíngulo y no pedirle nunca explicaciones aun teniéndolo tan cerca. "Ser el prioste del Señor es la responsabilidad más bonita que he tenido. Cuidar de él es un privilegio, recoger los papelitos que los devotos dejan a sus pies con sus peticiones por la madre enferma, por el padre, por el hijo... Eso no se me olvida nunca. La verdad es que mucha, muchísima gente me sigue identificando con el Señor después de tantos años. Me piden que medie ante el Señor por sus intenciones. Y eso me produce pudor y respeto. Cuando se va de nazareno cerca del Señor es difícil mirar a un devoto, la expresión de sus caras impone muchísimo". Antonio Ríos Ramos (Villarrasa, 1930) es el mayor de tres hermanos. Aprendió de su padre que la salida del Gran Poder es el mejor sitio para rezarle un Señor mío Jesucristo. Su infancia son recuerdos del pueblo de la provincia de Huelva. Su relación con Sevilla comienza pronto por las continuas visitas a la capital ("La conexión natural era con Sevilla, donde se compraba hasta la mantequilla") y a través de dos tíos: don Pedro Ramos, párroco de la O que fue abad de la universidad de curas párrocos y al que el cardenal Segura hizo canónigo de honor, y Vicente Ramos, médico director de San Lázaro. A ambos los visitaba en sus vacaciones. Fue alumno de los salesianos de Triana e hizo el bachillerato de interno en Utrera. No se movía de Sevilla a partir del Domingo de Ramos: "Si mis padres querían verme en Semana Santa tenían que venir a Sevilla". Uno de sus primeros recuerdos nítidos es el de un Santo Entierro Grande bajo la lluvia. "Fue el año en que el Cachorro se refugió en la Universidad, en la calle Laraña. Llevaba las potencias de oro de Belmonte. Carlos Astolfi, hermano de Carmela, ambos amigos de mi familia, se las llevó a casa".

De la Villarasa de la infancia evoca la fotografía del Señor con la túnica de los cardos en el despacho de su padre, colocada sobre un plato con aceite y un trocito de pabilo encendido siempre a modo de lamparilla. La imagen sigue hoy como recuerdo de la semilla de la devoción familiar por el Gran Poder.

Llega el año en que se marcha a estudiar perito agríciola a Madrid. "Siempre venía a Sevilla a ver la salida del Señor, pero nunca pensé en hacerme hermano. Fue Rafael Duque, al que conocí en los Salesianos, quien me apuntó en 1967". En 1969 quedó libre el puesto de secretario segundo y el entonces hermano mayor, Miguel Lasso de la Vega, lo llamó para cubrir esa responsabilidad, pero sin salir de nazareno aún. En 1970 fue ya de prioste en la junta con José Luis Gómez de la Torre de hermano mayor. Pero tardaría aún en debutar como nazareno del Gran Poder. Lo hizo muchos años antes en la Macarena y en el Cachorro, en una misma Semana Santa en las dos cofradías. "Le compré la túnica de la Macarena a las hermanas de la Cruz, a la que les llegó de la familia Villapanés. Hice entero el recorrido de la Macarena, me fui a mi casa en Felipe II y de allí al Cachorro. Tras entrar el Cachorro me fui andando hasta el hotel Cristina, donde le dije al conserje que me llamara un taxi o me diera una cama. Consiguió que viniera un taxi desde Heliópolis a recogerme".

En 1971 sale por fin en el Gran Poder. "Recuerdo el ambiente de sobriedad y que ya éramos muchos nazarenos, porque los penitentes ya salían de la casa de hermandad y del conservatorio. Regresamos por Cuna y los parones eran terribles". Siempre presentes los rostros que miran al Señor. Entonces y ahora. "Es curioso, ahora estamos volviendo a las situaciones de hace veinte y treinta años. La gente necesita del Señor más que nunca. Vuelvo a saber de gente que lo pasa mal, de familias que tienen que vender las cuberterías de plata pieza a pieza. Todo me recuerda a lo ya vivido". Y ahí habla también el cofrade con experiencia en la bolsa de caridad, "que es símbolo de culto al Señor, como decía José Morón".

Fue presidente del Consejo de Cofradías después de hermano mayor del Gran Poder. Tuvo que vivir las polémicas ligadas al cargo público. "Sí, las cofradías me han dado algunos disgustos, pero supongo que yo también se los habré dado a ellas. Hoy veo cosas raras en las cofradías, pero tengo esperanza, porque percibo un interés por aumentar la formación en la fe".

Y de nuevo el Señor. Y los golpes de la vida. "Después de tantos años, lo que no merezco es que me identifiquen tanto con el Señor... La verdad es que el Señor tiene respuestas para todo, para todo..." Se empañan los ojos al recordar a su sobrino Ignacio, fallecido en accidente de tráfico, del que exhibe sus fotografías con un afecto muy vivo. "Aunque haya cosas que no se entiendan, que cueste trabajo entenderlas, no hay que pedirle cuentas al Señor, jamás, jamás... Hay que estarle siempre agradecido. Nacho se conocía la cofradía como nadie, la controlaba como nadie. Un joven estupendo. Lo quería muchísimo, como a todos mis sobrinos, que son mis niños. Pero hay que fiarse del Señor. Él sabrá las razones de todo".

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