El Palquillo

La emocionante subida al paso del Cristo de la Salud de San Bernardo

Los priostes emplean una técnica antigua de subida con el uso de poleas y arneses

Pasaba la vida en lo que pasaba la espera. Cuerdas tensadas y destensadas, llaves que resuenan sobre los mármoles, cerraduras que se abren muy dentro como un tiempo sin hora, "llamás" y mandos severos pero con el poso de la disciplina, lágrimas que se asoman a una memoria frágil y que queda al descubierto... 

Nueve de la noche en el arrabal de San Bernardo. En el universo microscópico de estos muros convergen diferentes pulsos que, por unos instantes, se detienen al unísono. Porque en estos momentos no hay aire, no hay realidad: la Cuaresma se ha roto y será imposible recomponerla. Como cada cuarto domingo de Cuaresma, la Hermandad de San Bernardo celebró el besapiés al Santísimo Cristo de la Salud, que se mantuvo hasta la celebración de la misa de ocho de la tarde. 

Sin embargo, como un secreto compartido en los ojos pero no en los labios, decenas de cofrades se concentraban en ambas márgenes de la Parroquia del barrio para contemplar un momento culmen de la Cuaresma sevillana: el traslado del crucificado al paso procesional, en vistas a la estación de penitencia del Miércoles Santo. Todo se organiza en cuestión de segundos, como un plan legado y heredado que se ejecuta con precisión milimétrica y con la tranquilidad cierta que solo ofrece la concentración. Se abren las puertas y, de la nada más absoluta, emerge la quilla del paso del Señor, camino de cumplir cien años sin ninguna modificación estética. Puro sabor.

Los priostes finalizan la maniobra de subida al paso Los priostes finalizan la maniobra de subida al paso

Los priostes finalizan la maniobra de subida al paso / Javier Montaño

Con los primeros arneses en el travesaño de la cruz, el Señor asciende brevemente para volver a descender a los brazos de los hermanos. Los costaleros, cumplido su trabajo, abandonan el paso, que ha quedado ubicado ante la Virgen del Refugio. Las poleas están preparadas, las cuerdas danzan en el aire vacuo y el crucificado, absolutamente entregado a la cuestión en la profundidad dormida de su rostro, se eleva al cielo mismo de todos nosotros y de todas las cosas. Raúl Montesinos, de La Puebla de Cazalla, canta dos saetas, una de ellas carcelera, para nada habitual en la capital. 

De nuevo los clavos. Unos eternos segundos han sido suficientes para detener la rotación de nuestro microcosmos. Levantá al cielo. El Cristo de la Salud ya espera la luz definitiva de la tarde de nuestras vidas. 

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