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Fidelidad

  • Este año intuyo que ese simple papel es mucho más que una colaboración económica

Los tres pasos de la Hermandad del Amor delante del presbiterio del Salvador. Imagen propia del Domingo de Ramos.

Los tres pasos de la Hermandad del Amor delante del presbiterio del Salvador. Imagen propia del Domingo de Ramos. / José Ángel García

Presiono uno de los cuadrados del teclado que, como una prolongación de mi mente, permanece anclado frente a mis manos. Suena el familiar click que, a base de repetido, se ha incrustado en nuestro cerebro hasta hacerse imperceptible. La flecha busca ese escueto dibujo al que identificamos como impresora. Mil y un mecanismos comienzan a girar con un sonido uniforme, suave, casi dulce, que otorga al momento un cierto aire mágico. El tiempo trastocado de nuestra existencia en estos días provoca estos extraños efectos; comprender, magnificados en el silencio de la tarde, la cantidad de ingenios que hacen nuestra vida más fácil.

Desde el fondo de la gruta oscura de la máquina el papel, cálido y áspero, se va deslizando hasta nuestros dedos que esperan como tenazas, ilusionados en apresar con vigor el resultado de nuestras gestiones a través de una red que pocos entienden pero que se ha convertido en elemento insustituible en nuestras vidas. Cansado de visiones apocalípticas desecho la idea de un mundo abocado a vivir sin estas herramientas que nos permiten de forma limitada vivir la hermandad hacia adentro; una contradicción en su misma esencia porque la hermandad no se fundó, no está hecha, para llenar nuestra existencia interior sino para compartirla con los demás hermanos y con la ciudad.

Acaricio la hoja. Enmarcados por la misma cenefa morada los dos nazarenos escoltan el escudo. Han estado siempre ahí, esperándome dentro del sobre que acercaba a casa con una sonrisa y las cuotas del año pagadas un santo que nos recordaba la importancia de ser testigos del Amor de Dios; tras las largas colas que cada cuaresma me arrastraban hacia la ordenada mesa donde algunos hermanos comenzaban a parir la compleja lista de la cofradía con una sonrisa, sin un mal gesto, tratando de solventar mil y una situaciones para que nadie se sintiera defraudado de su hermandad.

Una tersa niebla nubla mis ojos porque este año, precisamente este año, intuyo que ese papel es algo más que una colaboración económica con la corporación en tiempos difíciles, algo más que un pasaporte que me permitirá ocupar un sitio, algo más que una tradición renovada. Sólo dos palabras han cambiado. Se han introducido como de tapadillo, han surgido sin rechistar como consecuencia de una situación que apenas hace unas semanas nadie hubiera imaginado; “papeleta simbólica”. Y en esas dos palabras, lejos del sentimentalismo huero, encuentro el profundo sentido de la pertenencia vital al Dios que cuelga exánime, rendido, amorosamente entregado a la cruz.

Porque la papeleta siempre ha sido un símbolo, un signo, una señal, una convención aprendida y asumida por todos los que hoy, como todos los Domingos de Ramos de nuestras vidas, la doblaremos ceremoniosamente introduciéndola cerca de nuestro corazón, en nuestra casa. En ella está la señal, la rúbrica de nuestra fidelidad, el eslabón que nos engarza con miles de hermanos a los que no veremos bajo la bóveda del templo; sonrisa amplia por haber cumplido con el compromiso un año más, cordón gastado en los recovecos de la vida, manos limpias, cirio en alto, ojos fijos en la espalda de Dios.

Hoy no reproduciré los ritos repetidos, los rápidos y nerviosos besos de despedida, las oraciones entrelazadas a los rayos multicolores que se abren camino tras las altas vidrieras. No retumbará en los muros el clamor de Miguel Ángel solicitando piedad a un Dios dormido. Hoy pasarán las horas y añoraré el tiempo soñado y, sin embargo, Dios seguirá estando ahí; quizá de una forma incomprensible, es posible que misteriosamente instalado en nuestras propias dudas y limitaciones, acaso solo pendiente de la fidelidad que certifica este trozo de papel con dos palabras.

Terminará la tarde y en la noche cerrada de esta ciudad silenciosa, hoy más que nunca, elevaré desde el balcón el clamor de la copla:Señor, desclava de la Cruz tus manos, / abraza con eterno amor/ a los dolientes sevillanos / en su dolor. / Recorre por Amor Sevilla, / recorre la infeliz ciudad / y ve sembrando la semilla / de tu bondad.

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