La hermandad no es una familia

La familia responde al plan de Dios, mientras que las hermandades son una elaboración de los hombres para facilitar el cumplimento de fines instrumentales

Quo vadis?

Los niños de la Borriquita.
Los niños de la Borriquita. / Juan Carlos Vázquez

08 de abril 2025 - 13:39

Cualquier afirmación, cierta o falsa, repetida continuamente se convierte primero en una verdad admitida por la mayoría y más tarde en un axioma. Este es un principio de comunicación política utilizado preferentemente por quienes apelan más a los sentimientos que a la inteligencia; pero no sólo se trata de manipulaciones políticas, también estas discutidas verdades se pueden colar en nuestra vida diaria. Alguien propone una idea que suena bien y es aceptada y repetida hasta la saciedad hasta pasar al terreno de las verdades incuestionables.

El mundo de las hermandades no es ajeno a esta tendencia. Podríamos elegir varias afirmaciones de este estilo, pero me quedo con una que va camino de convertirse en una verdad de Fe: “la hermandad es una familia”, esa es una de las ideas más repetidas en los proyectos de los aspirantes a hermano mayor y en sus palabras de toma de posesión; pero cuando uno se para a pensar resulta que son muchas, e importantes, las diferencias entre ambas.

La primera es que la familia es una entidad de derecho natural, la alianza matrimonial del hombre y la mujer, fundada y estructurada con leyes propias dadas por el Creador, que está ordenada por su propia naturaleza a la comunión y al bien de los cónyuges y a la procreación y educación de los hijos. Esta idea, con diferentes acentos, ha sido expuesta desde Platón y Aristóteles, a San Agustín, Santo Tomás y otros autores, cristianos o no.

Las hermandades en cambio son asociaciones públicas de fieles de la Iglesia Católica, erigidas por la autoridad eclesiástica y reguladas por el Derecho Canónico. Esta regulación es consecuencia del reconocimiento del Concilio Vaticano II del derecho de los fieles a asociarse, si bien existían desde mucho antes.

La familia, por tanto, responde al plan de Dios, mientras que las hermandades son una elaboración de los hombres para facilitar el cumplimento de fines instrumentales.

En consecuencia los derechos de la familia son inalienables y permanentes, los de las hermandades están sujetos a las posibles modificaciones introducidas por la Iglesia en las normas que las regulan.

Uno no elige la familia a la que pertenece, pero sí la hermandad en la que se inscribe. Aún más: la relación entre la persona y la familia es natural, en la hermandad es contractual. Uno se incorpora libremente a una hermandad, o se separa de ella, mediante actos de su voluntad. Los vínculos familiares son permanentes. Un padre puede repudiar a su hijo, o éste renegar de sus padres, pero el vínculo permanece en el tiempo.

La familia es ámbito de socialización natural. Constituye ese aprendizaje de cómo vivir las normas, el amor al otro, la integración en la sociedad. Una persona privada de familia presenta carencias que hay que suplir. La no pertenencia a una hermandad, sin embargo, no es causa de carencias en la socialización

Misión de la familia es la incorporación a la Iglesia de los hijos; la misión de las hermandades es la promoción del culto público, la formación, para ayudar a los hermanos a mejorar como cristianos y el fomento en ellos de la virtud de la Caridad.

Según hemos visto la familia es universal en el tiempo y el espacio, las hermandades se circunscriben a espacios geográficos determinados y no nacen con el hombre, en nuestro caso a principios de la Edad Moderna, algunas algo antes.

Todo esto nos lleva a una conclusión: la familia se diferencia de la hermandad y se antepone a ella. Por eso es falaz la afirmación de quienes priorizan la atención a la hermandad sobre la familia: “es que la hermandad me necesita”. Es posible, pero tu familia más. En la hermandad eres prescindible, aunque te pese, en tu familia no.

Sin embargo, teniendo en cuenta todo lo expuesto, familia y hermandad tienen algo en común. En estos tiempos en que la familia viene siendo objeto de una destrucción programada, corresponde a la hermandad reforzar la acción formadora de la familia, especialmente su formación doctrinal y religiosa; proporcionar a los hermanos espacios de afecto y cariño, a veces complemento a veces sustitución del familiar, e influir en su entorno para crear espacios de libertad en los que las familias puedan habitar y desarrollar libremente su misión.

Podemos concluir afirmando que la familia es una cosa y las hermandades otra; pero que ambas se complementan y necesitan.

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