La peor Semana Santa de nuestras vidas

Se cumplen 5 años de aquel 14 de marzo de 2020 cuando el Ayuntamiento, el Arzobispado y el Consejo, suspendían las procesiones debido a la declaración del Estado de Alarma por el avance del Covid-19

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Miembros de la UME rezan ante las puertas de la Basílica de la Macarena el Jueves Santo de 2020.
Miembros de la UME rezan ante las puertas de la Basílica de la Macarena el Jueves Santo de 2020. / Antonio Pizarro

“Consideramos que hay motivos de salud pública suficientemente justificados para suspender los desfiles procesionales en la vía pública de las hermandades y cofradías de Sevilla en la Semana Santa 2020 y que además es nuestra obligación y la de todos los ciudadanos cooperar en la consecución de los objetivos que se plantea nuestro país en esta cuestión en la actual coyuntura”. Así rezaba parte del comunicado con el que el Ayuntamiento de Sevilla informaba el 14 de marzo de 2020 de lo que todo el mundo barruntaba desde días antes: la Semana Santa de Sevilla, las procesiones, no se celebrarían por la elevada incidencia de un virus llegado de China que nos iba a mantener encerrados en casa por mucho más tiempo del que pensábamos.

La advertencia en el besapiés del Silencio.
La advertencia en el besapiés del Silencio. / D. S.

El tiempo se detuvo. Las estructuras de los palcos se quedaron mudas, a medio montar. Quinarios, besapiés, besamanos, vía crucis... todo se esfumó de un plumazo en una decisión lógica, pero terríblemente dolorosa, que nos cambió la vida y de la que aún no nos hemos recuperado. Los antecedentes había que buscarlos en el año 1933, aunque en esa ocasión la vida diaria de las corporaciones, o la celebración de sus cultos, no se vio alterada como hace cinco años. Las procesiones no se recuperaron hasta el 19 de septiembre de 2021.

Reunión entre el alcalde, Juan Espadas, el arzobispo, monseñor Asenjo, y el presidente del Consejo, Francisco Vélez, aquel 14 de marzo de 2020.
Reunión entre el alcalde, Juan Espadas, el arzobispo, monseñor Asenjo, y el presidente del Consejo, Francisco Vélez, aquel 14 de marzo de 2020. / D. S.

Desde finales de febrero ya se percibía que la crisis del coronavirus iba a tener consecuencias imprevisibles en la vida cotidiana de las personas. En las cofradías ya se empezó a vislumbrar lo que estaba por venir aquel 6 de marzo, primer viernes de marzo, en el que la Hermandad del Silencio restringía el acceso al besapiés del Señor. Fue una de las primeras corporaciones en tomar medidas. La cuaresma acababa de empezar, el Domingo de Ramos era el 5 de abril. El 2 de marzo, primer lunes de cuaresma, se había celebrado el Vía Crucis General con el Cristo de los Gitanos, el único gran acto antes de que cambiara todo. El primer viernes de marzo se celebró también de manera masiva el vía crucis extraordinario de la Macarena que llevó al Señor de la Sentencia al hospital y al Parlamento.

Una desértica Plaza de San Lorenzo en Semana Santa.
Una desértica Plaza de San Lorenzo en Semana Santa. / José Ángel García

Unos días más tarde, el 12 de marzo, el Consejo de Cofradías suspendía el Pregón que había sido encargado a Julio Cuesta. Otros signo revelador e inequívoco. Un días más tarde, se intensificaron los encuentros entre las tres instituciones con responsabilidad en la Semana Santa: el Ayuntamiento, el Arzobispado y el Consejo de Cofradías. Ese mismo día 13, el arzobispo, monseñor Asenjo, firmaba un decreto en el que suspendía los cultos de acto externo, como los vía crucis, y las actividades durante la cuaresma, entre otras cuestiones de calado. Eso sí, dejaba a criterio de las corporaciones la realización o no de los cultos.

La solitaria Campana.
La solitaria Campana.

La cuaresma en la que se torció todo estuvo precedida por el anuncio del cobro del IVA en las sillas de la carrera oficial. Los abonados tendrían que pagar un suplemento del 21% tras la respuesta de la Agencia Tributaria a una consulta realizada desde Murcia. La suspensión de las procesiones llevó al Consejo a vivir una de sus mayores crisis institucionales a cuenta de la devolución del dinero pagado por los abonados. Esta circunstancia destapó la excesiva dependencia que tienen las hermandades a estas subvenciones para poder sobrevivir.

La basílica del Gran Poder el Jueves Santo de 2020.
La basílica del Gran Poder el Jueves Santo de 2020. / Antonio Pizarro

La pandemia hizo que las hermandades apostaran, por fin, por el uso de las nuevas tecnologías. Las retransmisiones en streaming fueron un importante asidero al que muchas personas se aferraron en los días de Semana Santa para rezar a la Virgen de la Esperanza o seguir la misa celebrada por el Gran Poder. Prácticamente todas las hermandades abrieron con perfiles oficiales en las redes sociales para que los hermanos pudiera seguir estos cultos.

La instalación de los palcos en la cuaresma de 2020.
La instalación de los palcos en la cuaresma de 2020. / D. S.

Tras levantarse el Estado de Alarma y el confinamiento, que posteriormente el Tribunal Constitucional declaró ilegal, llegó la nueva normalidad. Las cofradías fueron retomando el pulso. Los geles, las mascarillas y la distancia de seguridad se hicieron habituales en los templos. El 28 de diciembre, el Arzobispado, al seguir la situación de emergencia, suspendía las procesiones de la Semana Santa de 2021. Ese año, por lo menos, las iglesias sí estuvieron abiertas y hubo actos penitenciales y otros eventos, como exposiciones.

En 2022 las cofradías recuperaron las calles, y con ello algunos excesos que se mantienen.

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