Historia

Reivindicaciones históricas de las cofradías: "Por donde iban los blancos irían los negros"

La cofradía de los Negritos avanza por la calle Recaredo

La cofradía de los Negritos avanza por la calle Recaredo

Si en entregas anteriores nos deteníamos expresamente en el siglo XIX, una centuria especialmente convulsa y nefasta para nuestras cofradías, nos remontamos ahora aún más en el tiempo y marchamos a un siglo interesantísimo con infinidad de cambios y que nos sirven para comprender el contexto actual de la fiesta: el XVIII. La influencia de la Ilustración (capitales las disposiciones de Carlos III) y la compleja relación entre los poderes fácticos y las hermandades modularon el desarrollo de la fiesta. 

Nos marchamos en concreto al año 1751, a una soleada tarde de primeros de abril. En aquel tiempo coadministraban la iglesia de Sevilla el infante Luis Antonio Jaime de Borbón (que terminó renunciando al estado eclesiástico para posteriormente casarse), hijo de Felipe V, y Francisco de Solís que, aunque no era todavía arzobispo, en la actualidad es una figura preeminente en la vasta historia de la hoy hermandad del Jueves Santo. 

La Virgen de los Ángeles en una instantánea de principios del siglo pasado La Virgen de los Ángeles en una instantánea de principios del siglo pasado

La Virgen de los Ángeles en una instantánea de principios del siglo pasado

Resulta que el infante, tal y como lo refiere Bermejo en su libro Glorias religiosas de Sevilla (1882), dispuso en primero en 1750 que "que las cofradías, al salir de la Catedral, pasasen por delante de la puerta principal del palacio, para verlas desde su balcón. Para este fin, tenían las procesiones que ir por un tránsito que había en el llamado patio de los Olmos, situado este, con otras oficinas del Cabildo, en lo que hoy es plaza del palacio Arzobispal, y saliendo por una puerta del arco, frente a la Borceguinería (hoy Mateos Gago), dar vuelta por delante del palacio para ir a entrar en la calle Placentines". Una cuestión que desconocemos si en el citado año se llevó a cabo, pero sí es cierto que en 1751 se materializaron los deseos de don Luis, "con sumo disgusto de las cofradías, y para su cabal cumplimiento se colocó un notario en la puerta de la Catderal para recordarla a las hermandades". 

Afirma Bermejo que todas las cofradías terminaron acatando dicha disposición, pero cuando llega el Viernes Santo, 9 de abril, aquellas reales intenciones se truncan. Sucede que la hermandad de la Exaltación, primera en la nómina en aquel tiempo, empezó a salir por el sitio de costumbre. En vista de la situación, el notario dio cuenta a Solís, quien en un principio intimidó a la cofradía a cumplir lo ordenado bajo multa. El cortejo hizo caso omiso y, en vista de los acontecimientos, "fulminó excomunión contra su hermano mayor, que lo era el Sr. D. Antonio de Sandoval, conde de Mejorada". El paso del Señor quedó ubicado junto a la puerta de Palacio y el paso de palio en la puerta de Palos. 

Tras varias horas de diligencias y de, incluso, incidentes, la Audiencia dictaminó que el Arzobispo debía alzar la excomunión y el mandato, algo a lo que se negó. Finalmente, el administrador eclesiástico terminó cediendo y alzó las censuras. Eran las diez y media de la noche, y la cofradía pudo continuar su estación con total normalidad. 

Una frase memorable

El siempre portentoso misterio de la Exaltación El siempre portentoso misterio de la Exaltación

El siempre portentoso misterio de la Exaltación / Fundación Juan March

Creía Solís que el asunto había resultado zanjado, pero nada más lejos de la realidad. Inmediatamente después en el orden del día, la cofradía del Cristo de la Fundación, de hermanos negros, "venía detrás de la que nos ocupa; y habiendosele hecho igual notificación que a esta, y ordenandosele, en vista de la cuestión referida, que no se detuviera, y que pasase delante de la que disputaba, contestó: Que por donde iban los blancos irían los negros; permaneciendo parada dentro de la Catedral hasta la conclusión del recurso, que entonces siguió también su estación. El Cabildo eclesiástico, en vistas de la detención de las cofradías en su Iglesia, mandó iluminarla y no se cerró hasta el final del todo", como apunta Bermejo.

Más allá del pulso incontestable a la autoridad eclesiástica, el arrojo de la hermandad de Los Negritos no deja de ser un reflejo real de su hondo carácter reivindicativo, presente prácticamente desde su fundación como cofradía étnica. "Ella no interpuso el pleito ni había tomado la iniciativa de negarse a los deseos del prelado, pero se consideró automáticamente personada en el recurso. La frase que se haría famosa: «Que por donde iban los blancos irían los negros» equivale a la afirmación de que su cofradía no era menos que la que más", como escribe Isidoro Moreno en los anales de la cofradía. 

Como último apunte, años más tarde, en 1766, el arzobispo Solís acepta el cargo de hermano mayor, por lo que aquel suceso ya sería pasto del olvido. Fruto de esta aceptación, el máximo representante de la corporación en nuestros días se conoce como alcalde, puesto que el hermano mayor es el arzobispo de la ciudad de Sevilla. 

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