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"Abrir las iglesias de Sevilla al turismo salvará su patrimonio"

Javier Barbasán Camacho. Director de Conservación de la Fundación Casa Ducal de Medinaceli

Ningún español ha restaurado frescos de Botticelli en la Capilla Sixtina o de Miguel Ángel en la Capilla Paolina. Tras 20 años en Roma, 12 de ellos a sueldo del Vaticano, en 2007 lo fichó el duque de Segorbe y compagina su labor en la Casa de Pilatos con encargos como la recuperación de pinturas ocultas en la Iglesia de San Antonio Abad.

"Abrir las iglesias de Sevilla al turismo salvará su patrimonio"
Juan Luis Pavón

18 de noviembre 2012 - 07:32

UN sevillano en la cumbre de la restauración. Un privilegiado por haber entrado en los muy exclusivos círculos de los profesionales italianos, que consideran a Roma y al Vaticano como sancta sanctorum donde las pinturas de los artistas más legendarios sólo han de estar en sus manos. Un currículum de impresión por su envergadura y polivalencia en autores y materiales. El estudio para la restauración del famoso Templete del Bramante; los frescos del primer calendario juliano, que están en la Domus Aurea bajo la basílica de Santa María Maggiore; salvaguardar la sala del Mausoleo de Adriano; esculturas de los Museos Capitolinos; restaurar en el Vaticano los Apartamentos Borgia y las pinturas de Lorenzo Lotto en las Habitaciones de Rafael; los estucos del Casón de Pío IV, el retablo de la capilla donde rezan los pontífices actuales,... Y en Sevilla, en los últimos cuatro años, entre otros trabajos, el extraordinario conjunto escultórico de la Casa de Pilatos.

Tarjeta de presentación de Javier Barbasán, sevillano de 52 años. Tiene dos hijos, vive en Tomares con su segunda pareja, la también italiana Camilla Casotti, restauradora de obras de arte. Criado en Los Remedios en una familia de nueve hermanos, de padre aparejador (fue hermano mayor del Cachorro) y madre de familia acomodada de Jerez, Javier Barbasán siempre tuvo preferencia por el arte. En su familia, durante varias generaciones, ha habido militares y pintores. Como Mariano Barbasán, artista del XIX, becado en la Academia Española de Roma, con sala permanente en el Museo de Zaragoza. "O una pareja de abuelos donde ella era pintora y él militar que en el franquismo le prohibía pintar desnudos. Ella, para liberarse, se iba al Museo del Prado a pintar copias de cuadros".

-¿Alentaron sus padres su vocación por el arte?

-Mi padre no quería que estudiara Bellas Artes. Me obligó a iniciarme en la venta de seguros en Mapfre. Los dos primeros que intenté vender fueron la confirmación de que mi motivación no estaba en eso. Finalmente, entré en la facultad. Y ahora vivo de lo que me gusta.

-¿No prefirió ser pintor antes que restaurador?

-Pintar era mi vocación. Pero también, cuando iba a las iglesias de Sevilla, veía muchas obras de arte que estaban deterioradas, y sentía deseo de ayudar a su recuperación. Cuando terminé la carrera, entré en el grupo dirigido por Alfredo Morales que fue contratado para la restauración del Monasterio de la Cartuja con vistas a la Expo'92. Estaba a gusto, pero sentía la necesidad de ampliar conocimientos, los que impartían en la facultad eran demasiado básicos. Conseguí una beca para formación de investigadores en el extranjero, y me fui a Roma en 1989. En principio, para aprender en el Instituto Centrale per Il Restauro la técnica de restauración en piedra, donde yo veía que se dejaba demasiado en manos de arquitectos. Era una gran oportunidad, estar en el instituto más importante de esta materia en el país que a su vez es la referencia mundial en técnicas de restauración.

-¿Cómo le fichó el Vaticano?

-En 1996, se anuncia el proyecto del Jubileo 2000, y dentro de esa iniciativa incluyen la restauración de hitos emblemáticos de su patrimonio artístico. Fue para mí un momento clave. Convocaron plazas para terminar la recuperación de la Capilla Sixtina, faltaban por restaurarse todas las pinturas del Quattrocento, las anteriores a la llegada de Miguel Ángel. Maurizio de Luca, el director de restauración que sustituyó a Gianluigi Colalucci, optó por incluirme en pintura mural, para los frescos de Botticelli, Perugino y Signorelli.

-¿Provoca nerviosismo intervenir en una obra de arte cuando su firma lleva el nombre de Miguel Ángel, Botticelli, Murillo o Goya?

-Se siente más responsabilidad. Lo has investigado a fondo, como siempre. Y no te lo vas a cargar. Pero te sientes más coartado.

-¿Qué otras actuaciones son emblemáticas de su etapa en Roma?

-Como dato curioso, restauré el crucifijo de madera que hay en el altar de la Capilla Sixtina. Una gran experiencia fue restaurar las pinturas en la Capilla Paolina, donde estaban muy dañadas las de Miguel Ángel por haberse agrietado el techo y padecer grandes humedades. También son importantes en esa capilla los estucos de Zuccaro. En la Paolina, abundaban las figuras que tenían paños pintados encima. El secretario del Papa dijo que se descubrieran. Salieron a la luz todos sus desnudos. Hubo figuras que pasaron de verse gordas a recobrar su perfecta estilización.

-¿Lo más insólito que ha vivido en el Vaticano?

-Que los compañeros me eligieran representante sindical en los Museos Vaticanos, según las bases establecidas por Juan Pablo II. El Vaticano es un lugar que se vacía cuando se concluye el horario de trabajo, sólo quedan el Papa, su séquipo personal y los diversos cuerpos de seguridad. Yo aprovechaba para comprar en su supermercado, aprovechar su centro sanitario, sus bonos de gasolina... Hay una gran familiaridad entre laicos y curas. No se pregunta a nadie si va mucho o nada a misa, ni con quién hace vida conyugal. Lo único malo que tiene allí el trabajo de restauración es que está organizado como un ministerio, hay una persona para cada función, y eso ralentiza.

-¿Por qué regresó a Sevilla?

-Mi padre estaba muy enfermo, quería volver a estrechar lazos con la familia, mis hijos ya estaban encarrilados en Roma para estudiar en la universidad, y decido volver. En el año 2007, me dijeron que la Fundación Medinaceli estaba buscando un restaurador y conservador. Me entrevisté con el duque de Segorbe, llegamos a un acuerdo y dejé mi plaza fija en el Vaticano.

-Ha pasado del patrimonio de la curia al de la nobleza.

-El gran cambio es que debo atender a todos los enclaves (Casa de Pilatos, Pazo de Oca, Hospital de Tavera, Capilla del Salvador en Úbeda, Palacio de Moratalla,...) y restaurar todo tipo de obras y materiales. Ahora estoy con el tabernáculo de Tavera donde se coloca una escultura de El Greco. Gracias a la gestión de las visitas turísticos, se invierte el dinero en la restauración del patrimonio ducal. Hay un convenio con la Hispalense para que buenos estudiantes de Bellas Artes hagan prácticas, participan en la recuperación de artesonados, cerámicas,... Se van muy agradecidos por su progresión. El año pasado, también tuve conmigo a tres alumnos italianos en prácticas, próximamente vendrán jóvenes franceses, por mediación de expertos que envían a discípulos. Trabajo no me falta, con la enorme cantidad de patrimonio que tiene la Fundación Medinaceli.

-¿Qué sorpresa se han llevado con las pinturas de San Antonio Abad?

-Recuperar esas pinturas de estilo churrigueresco, en torno a 1730-40, ha ayudado a descubrir más problemas estructurales de los techos y cúpulas de la iglesia, que ahora está afrontando con nuevas obras la Hermandad del Silencio.

-¿Para salvar Santa Catalina hace falta convertirla en museo?

-Sevilla, como Roma, vive del turismo y tiene que abrir sus iglesias para captar recursos y restaurarlas. Igual que hay hermandades como la Macarena que están creando sus pequeños museos y la recaudación les ayuda a sufragar algunas de sus prioridades. La Hermandad del Silencio quiere recuperar más pinturas en San Antonio Abad. En la de San Nicolás he hecho por encargo de la Junta un estudio de sus pinturas murales y unas catas para preservarlas. He fijado algunas que se estaban cayendo. Son impresionantes. ¡Tenemos tanto patrimonio que cuidar y que divulgar...!

-¿Alguna experiencia en Italia que quiera poner de ejemplo?

-Percibo que en la Consejería de Cultura hay muchas personas que hacen trabajo de oficina pero pocas en contacto con la realidad. En Italia, siempre hay historiadores, restauradores, arqueólogos, expertos, que controlan las restauraciones. A mí, en Sevilla, hay intervenciones que nadie me ha supervisado si lo he hecho bien o mal. Y, en un caso de restauración pétrea, me enviaron a una persona para decirme lo que tenía que hacer... y no sabía de la materia. Veo más burocracia que inversiones eficaces.

Cómo llegar a fin de mes en Roma

Javier Barbasán fue a Roma con una beca, y se quedó 20 años, viviendo de alquiler en apartamentos. "Me conozco la ciudad al dedillo, tuve que buscarme el sustento de muchas maneras. Prorrogué la beca hasta cuatro años. Trabé buena relación con los sucesivos directores de la Academia de España, me enviaban a sus becarios para que yo les orientara en la ciudad. Cuando se me terminó la beca, trabajaba para particulares restaurándoles cuadros, esculturas... Me di a conocer en el mundillo de los anticuarios. De vez en cuando me contrataban empresas del sector e instituciones para restauraciones de monumentos en piedra, fuentes... Para aumentar mis ingresos, gané cubrir la plaza vacante de asesor cultural de la Embajada de España, tenía una galería para actividades en la Piazza Navona. Fue una etapa divertida. Organicé exposiciones de pintores como Soledad Sevilla, conciertos de músicos como Ketama, conferencias de pensadores como Savater... Al cabo de año y medio, se convocó la plaza, y no me la dieron. Con esposa y dos hijos que mantener, acepté trabajar en el Consulado haciendo pasaportes y visados. Estaba bien pagado y por las tardes podía sacar un sobresueldo con las restauraciones. Y cuando conseguí la plaza fija en el Vaticano, también hacía trabajos extra, porque pagaban 1.700 euros al mes, y el apartamento me costaba 1.200".

Iniciación al arte en casa de los Fernández-Palacios

Las primeras restauraciones de obras de arte las hizo en la casa de la familia Fernández-Palacios, en el Paseo de Colón, donde tenía su domicilio José María Javierre. "Era novio de una de las hijas, que ahora es embajadora. Yo salía de mi casa, donde se vivía el excesivo peso de una religiosidad con poca apertura de miras, donde no había periódicos, donde los libros eran sólo decoración de libros rojos o verdes, y llegaba a esa casa, donde el interés por la cultura era mucho mayor. Una casa que, por sus hechuras, me recordaba a la de mis abuelos de Jerez. De un tiempo en el que personajes como mi abuelo, abogado, presumían de vivir de alquiler en magníficas casas. Los Fernández-Palacios me animaron a conocer a fondo su biblioteca, su colección de arte. Con cuadros importantes de Jiménez Aranda y otros pintores costumbristas del siglo XIX. Empecé a restaurarles cuadros, buscaba en sus libros el rastro de los pintores españoles que viajaron a Roma,... Y, además, el placer de las conversaciones con Javierre, que desarrollaba una actividad incesante".

"Me duele que el IAPH no contara conmigo en la restauración pétrea"

Javier Barbasán, a su regreso a Sevilla, se ha sentido como Marco Polo cuando retornó a Venecia: un desconocido, y poco valorado, en su tierra natal. "Antiguamente, en Sevilla la restauración era el reino de Arquillo, él marcaba la pauta de quién y cómo se hacía. Creo que todo ha ido a mejor. Aunque hay demasiados compartimentos estancos. La Real Maestranza me encargó restaurar una escultura de la Virgen del Rosario que está en la Iglesia de San Isidoro, y la hermandad se negó alegando que no nos conocía, que se la daban a los Cruz Solís. En otros lugares, nos han dicho que alli sólo intervenía Luis Álvarez Duarte, en otros que sólo encargan a Enrique Carrasquilla,...". Desde su taller en la Casa de Pilatos (en la imagen), valora positivamente la dimensión alcanzada por el Instituto Andaluz de Patrimonio Histórico (IAPH), elogia la calidad de su puesta en marcha, pero considera que "está ahora demasiado cerrado sobre sí mismo, en ningún sector te puedes quedar estancado. Y admito que tengo clavada una espina por no ser requerido para formar en la restauración pétrea. Su director, Román Fernández Baca, cuando iba a fundar el IAPH, se vio conmigo en Roma. Y me apetecía volver a Sevilla. Pero al final no me llamó para incorporarme".

Ve ejemplos de lo que se hace bien o mal en Sevilla: "La Consejería de Cultura me llamó para resolver el grave problema que sufrían los estucos de la Casa de Mañara, por la mala intervención que se hizo sobre ellos cuando se rehabilitó el inmueble. En cambio, lo están haciendo muy bien quienes restauran la fachada renacentista del Ayuntamiento de Sevilla".

Para el Alcázar, Camilla Casotti y él han restaurado un cuadro de Murillo, San Francisco Solano y el toro, de Patrimonio Nacional. En la Caridad, Barbasán restauró en sus inicios la hermosa fuente, y ha vuelto para unas pinturas decorativas de escaso valor en la iglesia. "Hay zonas donde sólo quedan trazas de color y la incisión de las figuras. Le consulté al hermano mayor si se quedaba así o se velaba. Optó por lo segundo, y hay quien no le gusta. La ventaja es que nuestra intervención es reversible, con una esponja se puede quitar la veladura hecha con pigmento y agua".

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