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Barata, callejera, helada

La cerveza en Sevilla, hija del agua, madre del vino, es un icono social

Mostrador de Casa Vizcaíno, un templo de la cerveza bien echada en su punto de temperatura / Belén Vargas
Francisco Correal

Sevilla, 13 de julio 2017 - 06:45

Siete-uno, como Alemania a Brasil en el Mundial. Los ocho amigos se reúnen en torno a una mesa de Casa Vizcaíno, donde saben tirarla muy requetebién, y dan cuenta de siete cervezas y un vermú. "Hay rubias y rubias", decía Philip Marlowe en El largo adiós. Pero cuando el calor aprieta y hace estragos, como esta rubia en Sevilla ninguna. "Es barata, es callejera, tarda en emborrachar y hasta la espuma es un símbolo de la futilidad de la vida, del paso de los días". Lo dice José Daniel Serrallé, director de la Casa de los Poetas. "La cerveza es épica, lírica y dramática. Lo tiene todo".

Juan Cuevas es poeta y cocinero que comparte cerveza y tertulia con Eduardo Montero, vendedor de vinos. En un cuaderno ha dejado a medio escribir un poema. "Te has perfumado de sombra...". La cerveza es la mejor manera de acercarlo a alguno de los topónimos de su poema, donde aparecen "la bella Laponia" y "la terriblemente lejana Groenlandia". Menos lejana, Cerdeña le ha sorprendido a Javier González-Cotta en su último viaje con una cerveza muy recomendable, Ichnusa, una síntesis de suela en griego y sandalia en latín. "Tengo sed de alcantarilla y cerveza fresquita", escribía en un poema, postismo puro, Carlos Edmundo de Ory.

Pedro es Tabernero de apellido pero sabe de qué habla. "Lo bueno de la cerveza en Sevilla es que abre el apetito". Es tan sagrada que el arquitecto que hizo el pabellón de la Cruzcampo fue el mismo, Miguel de Oriol e Ybarra, que diseñó el del Vaticano. Se disipó la Ciudad de la Cerveza, aquel proyecto en el que cuatro Vitolos de la arquitectura -Norman Foster, Jean Nouvel, Guillermo Vázquez Consuegra, Arata Isozaki- se asomaron con el alcalde Monteseirín al balcón y, fútiles como la espuma, se esfumaron. Se fue la Ciudad de la Cerveza, queda la cerveza de la ciudad.

Un camarero tira una cerveza con la inclinación para la espuma / Belén Vargas

Cunqueiro rima con Ribeiro. Manuel Gregorio González ganó un importante premio de biografías con la que escribió del autor de Crónicas de un sochantre que dirigió El Faro de Vigo. "Era un gran gastrónomo y debía entender de cerveza". Pero en su bibliografía del lúpulo encuentra más afinidad cervecera en Bukowski y en una estampa del Giocondo, uno de los relatos madrileños de Francisco Umbral.

"En Sevilla no gustan demasiado las cervezas belga, danesa o alemana", dice Juan Cuevas, "estamos acostumbrados a una cerveza ligera, que se toma casi como un refresco". Ligera de equipaje en el Vizcaíno, con acompañamiento de aceitunas, altramuces y buena conversación. El editor Manuel García, de Point de Lunettes, da cuenta de una gélida caña sin pie de imprenta. Violeta Hernández, hija del poeta de Arcos que escribió La marcha verde, se apunta a una ronda.

Hay una foto de Marilyn Monroe leyendo el Ulises de Joyce, el día más largo de la literatura que transcurre el 16 de junio de 1904 por las calles de Dublín, el mismo año que Sevilla abrió sus puertas a la Cruzcampo, que ha sido irlandesa y holandesa, siempre sevillana. Una Pinta para la Niña.

Juan Cuevas y Eduardo esperan a Iván Ocaña, poeta que vive para pero no de la poesía. Eduardo nació el día de la República de 1964, el año del gol de Marcelino y la coronación de la Macarena. "Imagino que la coronación generaría más consumo de cerveza que el gol a los rusos", dice el poeta cocinero que entró fregando platos y gobierna la cocina muy cerca de La Flor de Toranzo. La cerveza en Sevilla es hija del agua y madre del vino, al que precede en la liturgia de la libación.

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