Cantar a Izal
No Sin Música
Los compinches de 'La mujer de verde' se ganan, una vez más, el respeto y el cariño del público del No Sin Música en su jornada más indie
Es raro, pero los dos metros de Mikel Izal, en vez de encogerse, parecen el doble cuando el músico, en una pose fetiche de guitarrista, separa las piernas hasta lograr un chato triángulo isósceles mientras rasguea con furia la eléctrica. No se queda más pequeño a pesar de que el dictado de la lógica nos dice que habrá bajado un par de centímetros, al contrario, la presencia del músico se hace imponente, cobra fuerza, se clava en la tierra y desafía al cielo, piramidal. Ni su forma ni su llamada pasada desapercibida. Los que estaban afuera siguen entrando, los que estaban dentro entran en trance. El Muelle también se expande para los seguidores de Izal. Son legión. Los dos metros de Mikel les dan la espalda, se vuelve, se planta, abre las piernas. Así, quieto, parece un tótem. Todos le cantan.
La Autoterapia comienza a hacer los primeros efectos desde los primeros compases de baquetas (que al final saldrían volando en busca de un nuevo destinatario entre el público) de Alejandro Jordá y los primeros proféticos versos de Mikel, “simplemente dejaré que salga todo fuera y vaciarme…” Así fue. El gran atractivo de la noche más indie del No Sin Música (con permiso del rapero, don, Kase O.) no faltó a su palabra. Izal se vació para, parodójicamente, hacerse más grande entre los suyos que se bebían su esencia y la devolvían en forma de canto.
Ruido blanco asalta a la horda de correligionarios (hasta el momento, es el concierto que mayor número de público ha reunido) que no tiene tiempo de recuperarse del segundo asalto para explotar (la primera de muchas explosiones) con la intro de Copacabana cuyo estribillo se reza a voz en grito. Porque los seguidores de Izal son ruidosos y bailones pero también obedientes. Imitan los movimientos sinuosos de Mikel, que no se corta en la cuestión del contoneo, baten palmas cuando hay que batirlas, saltan cuando hay que saltar y cantan cuando…, cantan siempre.
Onomatopéyicos (¡ohh!, ¡ehhh! ¡yeahh!) celebran desde la Pausa a la Pequeña gran revolución; desde la falsa Despedida (¡que es muy pronto!) al Hambre insaciable de Izal que les come por dentro y que exteriorizan por fuera (claro, no hay otra manera). Furia y luminosidad. Pompas de jabón flotan en el aire. Cambios de cuerdas, una y otra vez, una y otra vez. Eléctrica, acústica, ukelele. Y volver. ¡Ayy ay ayyy”. Roncada (grito mexicana) contestada por un espontánea con un zaghareet (grito árabe). “¡Este es mi Caiiii!”. Muchos lenguajes, un idioma. Música.
Agujeros de gusano, Santa Paz, Los seres que me llenan, Magia y efectos especiales, La increíble historia del hombre que podía volar… Entre ellas, relatos del reverso de una composición, carta de amor a la ciudad y mensajes. “Este tema lo hemos tocado miles de veces pero cada vez el miedo significa algo diferente. Vivimos tiempos extraños, aunque todos los tiempos son extraños, pero estamos en un siglo con un cambio muy fuerte y de nosotros, y sólo de nosotros, depende que eso sea para bien. Acabemos con el miedo, que una chica no tenga miedo de volver a casa sola, que no tengamos miedo de expresarnos libremente, acabar con el miedo y conquistar la libertad sexual… Pongamos hoy nuestro granito de arena en esta playa”. Pánico práctico. Sí, adiós.
Y si después de la estremecedora estampa de miles de personas despidiéndose de sus miedos hubiera un escalón más, puede que se tocara, no con El pozo, ni siquiera con El Baile, donde Mikel baja al foso y se encarama a la valla con sus rizos ya completamente empapados. No. El último escalón se escala cantándole a una chica que todos conocen y a la que todos aman. Los superpoderes de La mujer de verde ganan la partida. A ella le cantan, desgañitados.
Primeras visitas a Cádiz
Saldando "una deuda histórica con esta ciudad", los músicos de Dorian ponían por primera vez un pie en Cádiz envueltos en papelillos brillantes, blancas serpentinas y un par de cañones de humo que, como géiseres, lanzaban su columna de vapor al infinito. Disfrutando de su novedoso viaje a nuestras costas también se encontraron los mexicanos de Zoé, grandes amigos de los catalanes, que cerraron por todo lo alto la segunda jornada del VI No Sin Música cuando el viernes ya estaba en agua tapada de sábado.
Dos primeras veces que, a buen seguro, dejaron satisfechos a las dos bandas de pop-rock independiente, a tenor de sendas respuestas del público, que ni se dejó amilanar por la hora que marcaba el reloj ni por la que latía en las piernas cansadas en las postrimerías de una intensa jornada de música.
Si Dorian se abría paso, oportunamente en un recinto rodeado de mar, con La isla, tocó tierra y encontró una cálida bienvenida con Verte amanecer, coreada por el respetable tanto como El temblor pero sin llegar a la gran fiesta que finalmente se formaría con La tormenta de arena, con Cualquier otra parte y Los amigos que perdí. Más mérito, si cabe, tuvo la proeza de Zoé, manteniendo a su gente feliz cerca a las cuatro de la mañana con temas como Últimos días, Azul o 10 A. M. con la que León Larregui bajó al foso para acercarse a sus seguidores aunque, rápidamente, volvió a escena ya que el sonido no le terminó de convencer en las catacumbas. "Es una pena porque yo estaría ahí de fiesta con ustedes", aseguró ante la ovación del respetable que minutos antes celebraba Nada y que minutos después se explayaba con Hielo y Fin de semana.
Con Zoé se ponía punto y final a una noche mayormente bañada por las melodías suaves y melancólicas del indie pop salpicada de los destellos de energía del indie-rock. Una noche en cuya recta final también tuvieron acomodo en el escenario secundario las melodías más duras de los jovencitos Lost Bullet (compactos, enérgicos, con buenas maneras a los instrumentos y un camino que terminar de pulir en las letras) y, sobre todo, el magnífico pase de Rufus T. Firefly que envolvió al público en una ensoñación cinematográfica de buen gusto, en una nebulosa onírica de la que es complicado salir. Porque los de Aranjuez proporcionan un lugar seguro, a veces oscuro, donde quedarse invocando al Demogorgon de Stranger things o al videojuego Final Fantasy, enredados en una psicodelia elegantísima donde también hubo paso a dos con El cisne negro y con Pulp fiction.
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