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Calle Rioja

Cervantes tiene dos puertas, como Calderón

  • Memorable. La expectación despertada por la última película de Pedro Almodóvar obligó el último fin de semana a habilitar para la salida la puerta de Trajano, guiño al Cine Club Vida

Colas en el cine Cervantes para ver la película de Pedro Almodóvar.

Colas en el cine Cervantes para ver la película de Pedro Almodóvar. / Víctor Rodríguez

DOLOR y Gloria. El título podía pasar por una de esas exposiciones de tema cofrade que suele patrocinar el Círculo Mercantil. Es la última película de Pedro Almodóvar. El tirón del cineasta es indudable. Los que vimos la película en el cine Cervantes asistimos a algo insólito. Había tanta gente en la sala, después de colas en la calle Amor de Dios para sacar la entrada y acceder a la sala, que al final de la proyección, cuando todavía estaban los títulos de crédito en la pantalla del decano de los cines, abrieron una puerta que da a la calle Trajano, curioso hermanamiento con lo que fue el Cine Club Vida, ese compromiso histórico entre jesuitas y el incipiente socialismo sevillano con la coartada de ver películas.

En la banda sonora de la película, la primera canción es A tu vera, del maestro Solano, el primer compositor de Isabel Pantoja, una copla interpretada por las lavanderas en un río próximo a Calzada de Calatrava, el pueblo de los hermanos Almodóvar, Pedro y Agustín (el productor que interpreta a uno de los sacerdotes), y también del Pegamento Imedio y de mi abuela Carmen. Muchas veces la he imaginado coincidiendo en la plaza o en las calles del pueblo con la madre del cineasta. Entre las lavanderas que cantaban, Rosalía y Penélope Cruz, a la que van a tener que hacer manchega adoptiva: en Volver aparecía en la primera escena de la película enjalbegando nichos del cementerio de Granátula de Calatrava, la patria chica del general Espartero. El que bombardeó Sevilla y le pusieron una plaza (Duque de la Victoria).

La expectación sabatina era propia de un partido de fútbol. En la cola de Dolor y Gloria, con Cervantes más don Quijote que nunca, estaban el pintor Manolo Cuervo, el catedrático de Literatura y especialista en el Romancero Pedro Piñero, los periodistas Miguel Gallardo y Marina Bernal, el crítico de cine de Canal Sur Paco Gómez Zayas o el abogado y pintor dominguero Eduardo del Campo, implicado con otros amigos en celebrar los noventa años del Lope de Vega, competidor de Cervantes.

Entre el público que aguardaba había algunos vasos comunicantes. Manolo Cuervo, autor del cartel de la Macarena, está ilustrando la portada de la reedición de la novela El rock de la calle Feria, de Paco Gallardo, hermano de Miguel, de José Joaquín, decano saliente del Colegio de Abogados, y de Jesús, profesor en el instituto San Isidoro, el más antiguo de Andalucía, situado justo enfrente del cine Cervantes.

Antonio Banderas vuelve con Almodóvar y hay ecos de Mujeres al borde de un ataque de nervios. “Estábamos en 1981 y Madrid era nuestro”, dice el actor que hace de actor para el director que hace de director en el emotivo monólogo. Suena música de Nacho Canut, que la semana pasada visitó Sevilla con Alaska, pareja artística de Fangoria. Suena la voz de Chabela Vargas a dos pasos del bar-ambigú del Cervantes, que siempre se llamó Acapulco. Manolo Cuervo tiene una historia almodovariana. Cuando se embarcó como marino en el buque-escuela Juan Sebastián Elcano, en la playa de Copacabana coincidió con Félix Rotaeta, actor que trabajó en Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón, la primera película de Pedro Almodóvar. Rotaeta lo representó cuando la cinta se proyectó en el antediluviano Festival de Cine de Sevilla.En la película hay guiños de cinéfilo y de bibliófilo. Su papel del cineasta Salvador Mallo redime a Antonio Banderas de su servidumbre facial y gestual hacia Victor Mature, el histórico Sansón y Sinuhé el egipcio. Una amiga le regala al protagonista el libro de Jordi Costa Cómo acabar con la contra-cultura. Hace un par de meses, Antonio Falcón se lo regaló a Gualberto porque en las primeras páginas del libro aparece el músico sevillano que descubrió el sitar en un concierto de Ravi Shankar. La contra-cultura, ha dicho Jordi Costa, nació en Sevilla. El otro día lo ratificaba Antoñito Smash en la entrevista que le hacía Paco Camero. En la mesa o en alguna estantería aparecen novelas de Eric Vuillard o de Rafael Chirbes, la durísima y conmovedora En la orilla. Sale un ejemplar de la Enciclopedia Álvarez y los cromos de actores y actrices que venían en las tabletas de chocolate de la época.

Pedro Almodóvar es movida madrileña como Alaska, Tierno Galván, Ouka Lele, el cardenal Tarancón o la quinta del Buitre. El Madrid que retrata Antonio López, cuyo catálogo aparece como un objeto cotidiano. El pintor de Tomelloso entabla un curioso paisanaje con el cineasta de Calzada de Calatrava. Dolor y Gloria. Como un encuentro cofrade en el Mercantil o una película del Oeste en las sesiones del Cine Club Vida, en la calle Trajano, la contrapuerta de Amor de Dios.

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