Grafiti: ¿arte o vandalismo?
Ahí está la cuestión. ¿Es el grafiti un arte o un acto vandálico con el que se ensucian las paredes de la ciudad? Respuestas existen para todos los gustos, incluso hay quien a esta pregunta responde con otra: ¿a partir de dónde se puede considerar el grafiti un arte? ¿Una firma o insulto en una fachada es una expresión artística o sólo puede designarse como tal a los inmensos murales que adornan diversos espacios de la capital?
Los grafiteros que ayer participaron en el segundo concurso de arte urbano convocado por Lipasam, en el que se reunieron 30 artistas, lo tienen claro: desde el momento en el que se estampa una pintada en una zona pública hay una "manifestación artística". Paradójicamente, la intención del concurso es, además de potenciar la recogida selectiva del vidrio, la de apoyar el grafiti como arte en contra del "gratifi vandálico". Una calificación que estos autores apenas añaden.
Quien quizás tenga más clara la definición de este fenómeno es Sergio Membrives, un cordobés para el que el grafiti "es un arte que está en los límites de la legalidad, que implica riesgo, porque no sabes si cuentas con el beneplácito de vecinos y policías. Todo es espontáneo, aunque tengas preparado en tu mente el dibujo que vas a realizar". Este joven de 19 años estampaba sus letras en las calles desde muy pequeño. "Todos los grafiteros tenemos nuestra firma, que se ha convertido en una pista policial para seguir nuestro trabajo". Membrives habla mientras pinta el contenedor de reciclaje de vidrio. "No hay un perfil predeterminado para dedicarse a este arte, nuestra personalidad se muestra en las obras que pintamos", afirma.
A todos estos pintores urbanos les han llamado la atención las autoridades durante la ejecución de sus obras alguna vez. Todos han sido "pillados". Incluso alguno ha ido a juicio. Tal es el caso de Pablo Iglesias, sevillano de 22 años y estudiante de Filosofía. Desde los 17 años dibuja grafitis. Su zona preferida es la del río, junto a la Barqueta. Ahora pinta sobre el contenedor la vida de una botella. Un sapo aparece en uno de sus dibujos. Su definición de grafiti es escueta y un tanto extraña: "La representación de la filosofía más radical".
También en el río pinta Juan Ramón Guerrero, que empezó con 13 años estampando letras y frases en las paredes y que ya a sus 30 realiza murales. Estudia Bellas Artes y comprende que para algunas personas "sea difícil entender el grafiti, tal como ha pasado con todas las vanguardias, que hasta que no se aburguesan no son aceptadas". En esta ocasión ha elegido una iconografía religiosa que vio en la vidriera de la Catedral para ilustrar el contenedor. Ha cambiado a Santa Justa y Rufina por una madre con su hijo y un operario de Lipasam. En lugar de la Giralda, una botella. "El lema no puede ser más sevillano".
Al final quien se llevó el premio (2.000 euros) fue el malagueño Eduardo Luque, más conocido por Lalone (todos tienen apodos, quien asegura que la sociedad sevillana es "más permisiva" que Málaga con los grafitis.
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