Las Hijas de García y de Márquez
calle rioja
Filipenses. El convento de Santa Isabel tiene dos religiosas colombianas y en el 92 recibió la visita de Gabriel García Márquez para asistir a un concierto y un aperitivo posterior.
CADA una de ellas tiene una relación diferente con Gabriel García Márquez. Las cuatro son religiosas de la Congregación de Filipenses Hijas de María Dolorosa que fundaron el 22 de julio de 1859 el padre Francisco García Tejero (1825-1909) y la madre Dolores Márquez Romero (1817-1904). Hijas en la vocación de García y de Márquez, coincidencia de apellidos que no deja de divertirlas.
La relación de Enriqueta Romero Romero (Zuheros, Córdoba, 1940) fue muy directa con el escritor. El 30 de julio de 1992, día que se celebraba el día de Colombia en la Exposición Universal de Sevilla, esta religiosa de la Subbética era la madre general. No puso ninguna pega, "todo lo contrario", cuando le dijeron que un clavicembalista colombiano, Rafael Puyana, iba a dar un concierto en el convento de Santa Isabel. "No es por nada, pero tiene una acústica extraordinaria", dice madre Enriqueta.
Fue la encargada de recibir en la puerta de la iglesia a un invitado muy especial. "García Márquez venía con su camisa blanca, acompañado por su mujer, una señora muy simpática que llevaba un traje largo. Venía el torero César Rincón, el cónsul, la mujer del cónsul. A mí me sentaron en primera fila junto a García Márquez y su mujer. El concierto fue estupendo, igual que el aperitivo que dieron después en el patio del Corazón de Jesús, con la luna colándose al trasluz por la espadaña. Una noche mágica".
El convento de Santa Isabel cuenta con dos religiosas colombianas. "Ha muerto nuestro Nobel, nuestro Gabo. Lo que me ha impresionado, y no dejo de decírselo a mi gente, es lo muchísimo que se le quería en España". Benilda Berzosa Tirado tiene nombre de personaje de una novela de García Márquez. Nació en 1946 en Cali, tierra de buenos toreros. "He entrado en internet para conectar con Radio Caracol". El despliegue mundial le recuerda el que siguió a la concesión del Nobel en 1982.
Antes que ella llegó a este convento de Santa Isabel Olivia Castro, colombiana de Medellín. "Ella es más lectora que yo", dice de su compatriota. Benilda llegó a Sevilla en 2011. Su hermano Ramiro trabaja de ingeniero agrónomo en México, en la provincia de Tabasco, y la tiene al tanto de la repercusión que ha tenido en ese país la muerte de su ferviente hijo adoptivo.
La hermana Rosario no es de Cali ni de Medellín. Es malagueña de Antequera, donde las Filipenses tienen un colegio todavía mayor que el de Sevilla. No es colombiana, pero conoce muy bien al autor de Aracataca. "A través de otra religiosa, leí Cien años de soledad, qué cosa más rara, un libro sin capítulos, pero no podías dejar de leerlo". Es cordial, pero no quiere fotos. El día que en el convento se iniciaba el jubileo de las Cuarenta Horas, la hermana Rosario estaba de monja tornera: encargada de darle bocadillos a los indigentes y de atender el teléfono. En la mesa, una revista con la palabra Cruzadas. No trata de Tierra Santa ni de Ricardo Corazón de León, sino de pasatiempos y sudokus.
Enriqueta Romero fue durante 18 años madre general de las Filipenses. "En esa época iba todos los años a Colombia, pasaba diez meses en España y dos en Colombia". De hecho, la noticia de la muerte de García Márquez el pasado Jueves Santo le ha cogido a la actual madre general, Ana María Burgos, también antequerana, de visita en Colombia. "Ha ido con la económa", dice la hermana Benilda, que entre sus cometidos tiene el de secretaria de la madre general.
Hay cuatro religiosas colombianas en Andalucía y una en Kenia. La congregación que fundaron el soriano García Tejero y la sevillana Márquez Romero tiene cuatro centros en Colombia, dos en Ecuador y uno en Perú. "Tenemos colegios, pero allí la realidad es más dura. Atendemos casos de abandono familiar, niños cuyos padres han sufrido cárcel o casos de prostitución". Por eso, nunca sale un no de la Congregación para cualquier petición procedente de Colombia.
La madre general en el 92 no descarta aprovechar el entrañable recuerdo de aquella visita revisado con la muerte del escritor para iniciar la lectura de alguna obra de García Márquez. "Me han dicho que empiece por Cien años de soledad o El amor en los tiempos del cólera. Mis lecturas son el Evangelio, los papas, el actual y Ratzinger, los sacerdotes de ahora, las revistas religiosas y alguna novela. He leído las de César Vida, no sé si será bueno o malo".
Ayer terminó el jubileo de Cuarenta Horas con exposición del Santísimo. En el interior de la iglesia, hay CD de antiguos conciertos de música antigua. "El año de la Expo recibimos muchas visitas", recuerda la hermana Enriqueta. "Una de ellas, la de Jordi Pujol con su esposa. Entraron al salón a tomar café con nosotras. Como eran políticos, había mucho más protocolo que con la visita de García Márquez".
En la Cartuja, el Nobel colombiano estuvo dos horas firmando ejemplares de sus obras. La Expo, "un Macondo multinacional", como la llamó el comisario Emilio Cassinello, fue el trampolín de difusión de Doce cuentos peregrinos, con prólogo que García Márquez escribió en abril de 1992.
Su editora Carmen Balcells ha dicho que con la muerte de Gabo ha nacido una nueva religión, el gabismo. No le faltan monjas y curas que le admiran, que lo leyeron o se comprometen a hacerlo. Entre los segundos, Isaac García, burgalés de Arenillas de Pisuerga, sacerdote de la vecina iglesia de San Marcos, cura y director de teatro, descubridor de talentos como Paz Vega o Antonio Dechent. "García Márquez tendió un puente entre lo hispánico y lo americano", dice el padre Isaac.
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