"Espero por lo menos tener los huesos de mi padre"
Recogida de ADN previa a la exhumación de la fosa de Pico Reja
Cinco familiares de represaliados durante la Guerra Civil y el franquismo relatan sus historias antes de someterse al proceso de extracción de ADN previo a la exhumación de restos en el cementerio.
Josefa Amado Roldán pide que la llamen Pepita. Tiene 92 años y ha acudido esta mañana en compañía de su hermana Carmen, de 86, al laboratorio municipal. Ha ido a que le tomen una muestra de ADN para compararlos con los restos que se encuentren en la exhumación de la fosa de Pico RejaPico Reja, la primera de las fosas comunes del cementerio de San Fernando que se abrirá en los 82 años que han pasado desde el inicio de la Guerra Civil. En este enterramiento deben encontrarse los restos de su padre, Rafael Amado Peña, concejal republicano del Ayuntamiento de Sevilla, a quien fusilaron en las tapias del camposanto la madrugada del 8 de agosto de 1936.
"Lo recuerdo perfectamente. Yo tenía diez años. Vi el revuelo que se formó. Unos señores llamaron a la puerta a la una de la noche", explica Pepita, que recuerda que le preguntaba a su madre qué pasaba. Vivían en el número 10 de la calle San Hermenegildo, junto a San Julián. "Los mismos que se lo llevaron respondían: Nada, nada, vamos a hacerle una preguntita y enseguida viene... Mi madre le decía que se llevara la chaqueta y ellos que no hacía falta, que no iban a tardar nada".
Cuentan las hermanas Amado Roldán que su madre tardó unos días en conocer el destino de su marido. "Al día siguiente por la mañana salió de casa con un termo de leche y su mantita, por si lo habían detenido o estaba en alguna cárcel, pero no aparecía por ninguna parte. Hasta que un señor que lo conocía y tenía una huerta por allí (por San Jerónimo), vino a ver a mi madre y le dijo: 'Anita, me parece que he visto a Rafael muerto en las tapias del cementerio".
Las dos hijas de aquel edil esperan algún día tener los restos de su padre y darle sepultura. "Espero por lo menos tener los huesos y hacer lo que se hace con los seres humanos, no echarlos en cualquier sitio como si fuera un perro". Las dos ancianas esperan vivir para ello. Hablan con orgullo de su padre, un concejal que tiene un retrato en el Ayuntamiento y que "hizo muchas obras de caridad". Según las investigaciones del historiador José Díaz Arriaza, sus restos deben estar en la fosa de Pico Reja. En el certificado de defunción no consta causa de la muerte, sólo una raya en este apartado.
Militantes comunistas del Cerro
En la misma fosa tiene que estar el cuerpo de Ramón Sánchez Moreno, un joven militante comunista que fue asesinado por unos falangistas en el Parque de María Luisa el 22 de julio de 1936, cuatro días después del inicio de la guerra. Al año siguiente, el 14 de abril de 1937, fue fusilado su hermano Antonio tras ser sometido a un juicio sumarísimo. Al cerrarse Pico Reja a finales de agosto, piensan que este familiar debe encontrarse en otra fosa, la del Monumento.
Dos sobrinos de ambos represaliados, Ramón y Ana Sánchez, han acudido esta mañana a la recogida de ADN y han accedido a contar la historia de sus tíos. "Eran del Cerro del Águila y los dos pertenecían a las juventudes del Partido Comunista. A Ramón lo mataron en el Parque de María Luisa unos falangistas que lo reconocieron y dejaron allí su cuerpo durante unos días para dar ejemplo".
La familia conoció este extremo por el expediente militar del otro tío, Antonio, que se refería al asesinato de su hermano el año anterior. "A Antonio le llamaban el Practicante porque hizo la mili como sanitario. En el juicio le acusaron de haber auxiliado en un local del Partido Comunista a los vecinos del Cerro y de Amate durante las inundaciones del Tamarguillo".
"En mi casa no se hablaba de esto. Sabíamos que a nuestros tíos los habían matado, pero poco más. Mi padre tenía pánico, perteneció al Partido Comunista hasta el año 60, y nunca había conversaciones políticas", relatan los hermanos Sánchez, que han acudido con sendas fotografías de sus familiares represaliados, cuyas copias pueden verse en el árbol que se levanta sobre la fosa de Pico Reja.
Un alcalde, un pintor y un cazador
Tampoco se hablaba de política en casa de Mercedes Vera, Lita, cuyo padre, Aurelio Vera Dávila, fue alcalde socialista de Maguilla (Badajoz) y fue fusilado en Sevilla, adonde se había trasladado a vivir porque había montado un negocio en la calle Oriente. Su hija sólo tenía tres meses. Hoy es la única descendiente de que queda viva. "En mi familia era tabú hablar de eso porque todos eran de derechas". Tras muchas gestiones y gracias al contacto con historiadores, ha conseguido la partida de defunción de su padre, donde dice que fue pasado por las armas el 26 de septiembre de 1936.
Lourdes Farratell Castro es la nieta de Joaquín Farratell González, a quien detuvieron el 29 de agosto de 1936 "por un ajuste de cuentas". Su abuelo era el director del periódico Canela en Rama y firmaba con el seudónimo del Loco. "Era pintor y restaurador de cuadros, un hombre culto y bastante político". Esta mujer apenas conocía la historia de su abuelo. El año pasado vio una noticia sobre la fosa de Pico Reja y Blas Infante y pensó que su abuelo también podía haber sido fusilado en una carretera y llevado al cementerio de Sevilla. Comenzó a investigar. "El historiador José María García Márquez me escribió y me contó la historia de mi abuelo. Me mandó una portada de su periódico y hay otros ejemplares suyos en el Centro de Estudios Andaluces".
Su abuela era hija del alcalde de San Juan de Aznalfarache y sabe que a su abuelo, que vivía en el Tardón, lo llevaron hasta este pueblo. "Pero en San Juan no había fosas y por cercanía tuvo que ser trasladado a Sevilla". Lo mataron en una carretera entre San Juan y Tomares. "Me emociono porque aquí debería estar mi padre, a quien dejaron huérfano con siete años y tuvo que irse a mendigar. A mi abuela le raparon la cabeza y la dejaron en la calle con seis hijos. Nos quitaron todo. A mí también porque yo soy producto de lo que ocurrió aquel triste día. No estoy dispuesta a olvidar, porque es la historia de mi familia".
El último en contar su caso ha sido Joaquín Camero Romero, nieto de Carlos Romero Troncoso, un cazador de Guadalcanal que fue perseguido por un falangista del pueblo. "Él no tuvo ningún problema político, simplemente se negó a cargar las escopetas para unos señoritos que se iban de cacería. Él era cazador, pero tenía dignidad y dijo que no le iba a cargar las armas a nadie. Eso motivo que, cuando empezó la guerra, lo denunciaran por subversivo, rojo y masón. Lo detuvieron, lo trajeron a Sevilla a la cárcel y lo soltaron. Todos le decían que se marchara pero él no quiso irse porque tenía seis hijos y no había hecho nada malo".
Aquel falangista lo volvió a denunciar y le hicieron un juicio sumarísimo. Fue ejecutado el 2 de diciembre de 1943. "No murió en una contienda militar, la guerra había acabado en 1939", ha dicho Camero, que ha lamentado que su madre, fallecida hace tres meses, no haya podido participar en este proceso para recuperar los restos de su padre.
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