TIEMPO El último fin de semana de abril llega a Sevilla con lluvia

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El Orgullo se instala en la liturgia civil

  • Día después. El sábado no se cabía en la ciudad, coincidían la cabalgata del Orgullo con la salida del concierto de la Pantoja. El domingo fue de resaca

Una ciclista pasa por el carril de emergencia pintado con los colores del arco iris.

Una ciclista pasa por el carril de emergencia pintado con los colores del arco iris. / reportaje gráfico: víctor rodríguez

El domingo fue de resaca. Un incruento paisaje después de la batalla. El sábado bien de noche regresaban las huestes de la cabalgata del Orgullo, que antecedían a la peregrinación de los que más tarde saldrían del estadio de la Cartuja de ver a Isabel Pantoja después de tantos años de abstinencia tonadillera. Nunca es tarde si la del Tardón es buena. Y menos mal que se cayó Sabrina del cartel de la antigua discoteca Holiday tres décadas después de su televisiva lección de trigonometría, seno, coseno, tangente.

La ciudad amaneció despoblada. A primera hora de la tarde, en la calle Sierpes ni un alma y la cafetería La Campana llena de los restos de una boda, encerrados como en una versión benefactora del ángel exterminador. Tormenta de verano, como la novela de Juan García Hortelano. La noche del jueves, operarios municipales se esmeraron para pintar con los colores del arco iris las letras del Carril de Emergencias de la Alameda. Una paleta abigarrada para la fiesta de autoafirmación de los tanto tiempo negados.

Tanto empeño en el inventario de colores que poco faltó para que saliera el arco iris que suele acudir cuando coinciden la panzaburra en el cielo, color gris de bochorno, unas gotas de lluvia, falsa alarma, y el sol joven y fuerte como en la canción de Lole y Manuel. Un turista que pasara por la Alameda la noche del sábado y la mañana del domingo pensaría que estaba en dos ciudades distintas, y no sólo por el tópico de la dualidad, que siempre hay un tercer hombre para Joselito y Belmonte, una tercera polis para Sevilla y Triana.

Sevilla tiene una capacidad única para convertir en ortodoxia la pura heterodoxia

En el bar Eureka, una joven camarera instalaba los surtidores de agua. El microclima que introdujo en la Expo un extremeño de Fregenal de la Sierra, Valeriano Ruiz, que fue alcalde de Mairena del Aljarafe y catedrático de Termodinámica. En cuanto al macroclima, han vallado la zona donde los niños combaten la calor y han cerrado los surtidores del subsuelo junto al Piola y el Badulaque. Esos cuyos chorros aparecen cuando llega el invierno. El mundo al revés.

El Kiosko Los Leones ofrecía dos modelos de desayuno: Chocolate con Churros y el Desayunos Inglés, compuesto por dos huevos, dos salchichas, beicon, café y zumo de naranja. Contra los estragos del Brexit, la Tostada Invencible. Además de la cabalgata del Orgullo y el concierto de Isabel Pantoja, salto de pértiga con lanzamiento de disco, en la avenida Américo Vespucio se fue formando una botellona a partir de la puerta trasera de la Cartuja, donde está el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo.

Música de Cecilia y de Sabina en el cumpleaños de Arancha. Cuarenta primaveras, la edad a la que empieza la nostalgia, según Jaime Gil de Biedma. Que se lo pregunten a los béticos del 25-J del 77. Las cuatro gotas fueron tres. Tiene que llover. Así se titula el libro que preside el escaparate de la librería La Fuga, cerca de la plaza de Europa. Su autor es un noruego llamado Karl Ove Knausgärd que en su país es un fenómeno literario. Ha dedicado seis volúmenes a su autobiografía, lo que me recuerda lo leído en la leyenda de una camiseta: No me cuente su vida.

Tiene que llover a cántaros, cantaba Pablo Guerrero. Sus cántaros eran de lluvia metafórica, pero ahora no está la cosa para metáforas. Hace diez días, en la conmemoración de las primeras elecciones de la democracia, sonó la canción de Labordeta: Habrá un día en que todos, al levantar la vista, veremos una tierra que ponga libertad... Con los rigores estivales de la primavera en desbandada, la sustituyó el otro éxito del diputado que se metió el país en su mochila: Arremójate la tripa, que ya viene la calor. El arco iris -y algún orco iris- se adueñó de la heráldica de la ciudad, con una bandera gigante en la calle Amor de Dios, frente a las Maravillas. Paralela a Trajano, el tío de Adriano, amante de Antinoo, emperadores que celebran los diecinueve siglos de la sucesión de tío y sobrino.

La televisiva Sabrina, anunciada para el sábado, se cayó del cartel la noche de San Juan

Entramos en los últimos días de junio. Llega julio el próximo domingo, víspera del día que se cumplirán cuarenta años de la muerte de Vladimir Nabokov. El padre literario de Lolita, obra maestra transgresora que llevó al cine Stanley Kubrick. Padrino de la oftalmología, Lolita, luz de mi vida, Nabokov combatió los lugares comunes. En el domingo de resaca, la ciudad se despierta con la modorra de la siesta de Vetusta, alegre y confiada, convencida de esa capacidad camaleónica que tiene de convertir la heterodoxia en ortodoxia y la excepción en canon. Clásicos Populares, tomándole prestado el título a Fernando Argenta.

El Orgullo se ha instalado en la liturgia civil. Una palabra-fetiche, como dialéctica o consenso. Ya se habla de ella como de los Carnavales o las Fallas. El acierto de un Andy Warhol contemporáneo que encontró el uniforme publicitario para la diversidad.

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