En el Polígono son devotos de Frascuelo y de María
calle rioja
Patrono. San Ignacio de Loyola es una de las dos iglesias de la avenida Pedro Romero. El año que viene hace 400 años de la canonización del fundador de la Compañía de Jesús
Miguel, el cuponero de la Alameda, no gana para visitas al Tanatorio. Primero fue Guillermo, con el que este antiguo toldero de la calle Antonio Susillo se ponía a platicar en su puesto de la Alameda esquina con Relator, donde tantas veces ha cambiado de nombre el legendario bar Aguilar, orgullo de taberneros de Manzanilla. Y después le han comunicado la muerte de Loli la de los Cupones, que hasta su marcha a Chipiona los vendía en la plaza de San Lorenzo. Ésa es la mala noticia que me da el cuponero. La buena es que a su lado pasa Práxedes Nieto, actor fundador de los Síndrome, con la buena nueva de que en septiembre, tras un merecido descanso, vuelven a la Sala Cero, su particular infinito, con Justo a tiempo. Y la buenísima sería que me tocara el cupón que le compré a Miguel, que termina en el verano del 42, como la película de Robert Mulligan.
No éramos del barrio y como los detectives de las películas malas, Miguel y yo nos colocamos en las últimas filas de la parroquia San Ignacio de Loyola, una de las dos iglesias con las que cuenta el Polígono San Pablo en la Avenida Pedro Romero. Antes de que empiece el funeral, numerosas personas entran en la capilla donde están los titulares de la hermandad que sale en procesión el Lunes Santo, imágenes obra de Luis Alvarez Duarte.
Cogí el 2 en la Resolana, casi completamente vacío. Con el 3, es el que tiene el recorrido más largo de todas las líneas de Tussam. Hay un curioso tributo al municipalismo donde la calle Amalia Torrijos desemboca en la Avenida Alcalde Manuel del Valle. Ella fue la primera alcaldesa de la República, en Coripe, donde está la reserva de buitres leonados en el peñón de Zaframagón. Era la madre de Antonio Rodrigo Torrijos, que fuera socio de gobierno local en el segundo mandato de Monteseirín.
Dos personas entrenan en el pabellón de San Pablo. Atravieso la avenida de la Soleá. Está claro que el Polígono San Pablo es devoto de Frascuelo, con calle en su nomenclátor, y de María, en Nuestra Señora del Rosario. Ropa tendida en primera línea de calle; una cabina de teléfono; vecinos charlando amistosamente. Una barriada humilde que no se ha visto diezmada por la soberbia del tiempo. Allí no hay grandilocuencia arquitectónica, si acaso en alguno de sus templos.
Una de las lecturas es la Carta de San Pablo a los Tesalonicenses. Todo cuadra. Para la vuelta, cojo el autobús de la línea 20, que rinde en la plaza Ponce de León, la nueva Encarnación tras la construcción de las Setas. Viajando solo con el conductor, tengo síndrome de coche oficial. El monitor anuncia próxima parada en cale Tesalónica. Allí no hacen falta carteros para dejarle las cartas de San Pablo. Ni en la calle Efeso, aunque mi favorita es la de los Corintios.
Funeral austero, como recomienda la pandemia, los afectos van por dentro y los recuerdos por fuera. Las mujeres en una fila; los hombres, en otra. Los niños jugando fuera. Quiere la casualidad que la ceremonia tuviese lugar la víspera de la festividad de San Ignacio de Loyola, porque este vasco de Azpeitia murió el 31 de julio de 1556 en Roma. Nacido en 1491, fue testigo de las repercusiones de la hazaña de la primera vuelta al mundo. Apenas 25 kilómetros separan su Azpeitia natal de Guetaria, la localidad donde nació Juan Sebastián Elcano, artífice del regreso de la nao Victoria desde las islas de las Especias. Los dos guipuzcoanos más importantes de aquel siglo XVI en el que nacen Cervantes, Lope, Góngora o Quevedo. España empezó muy pronto con el medallero. Un Siglo de Oro.
Carta de San Pablo a los Tesalonicenses en la parroquia de San Ignacio de Loyola. El de Tarso y el de Azpeitia, como Miguel Mañara en Sevilla, abandonaron lo que cierta pedantería de libro de autoayuda llama ahora zona de confort para complicarse la vida sobremanera. Dejaron la nobleza, la soldadesca o de perseguir cristianos. La santidad no es un juego de estampitas. Le dimos el pésame a Angelita y nos quedamos con la risa sonora, afectuosa de su esposo. Pemán escribió que la risa es la oración de los sencillos. San Ignacio de Loyola, patrono parroquial del Polígono de San Pablo, fundador de los Jesuitas, fue canonizado en 1622 (el año que viene se cumplen cuatro siglos) junto a San Francisco Javier, San Isidro Labrador, San Felipe Neri y Santa Teresa de Jesús. La Avenida Pedro Romero termina en la calle Soledad Miranda, actriz de Triana, sobrina de Paquita Rico, que murió con 27 años en un accidente de automóvil cerca de Lisboa que puso fin a una prometedora carrera.
Vuelta a casa. Lo bueno del 20 es que te deja a dos pasos del Rinconcillo. Palabra de Ponce de León. El bar de 1670, tampoco fue mal siglo, que aparece en una canción de Benito Moreno.
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