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Sevilla

El Rober, de la banda del Demonio a intentar matar a dos policías

  • El delincuente condenado por disparar a dos agentes comenzó a consumir drogas de niño

  • Se forjó en los atracos a mano armada y últimamente robaba droga a toxicómanos

Uno de los bloques deteriorados en Los Pajaritos.

Uno de los bloques deteriorados en Los Pajaritos. / Juan Carlos Vázquez

Los Pajaritos no sólo es el barrio más pobre de España. También se ha convertido en un lugar en el que reina el imperio de la droga y en una de las zonas más conflictivas de Sevilla. Aquellos jóvenes que cometían sus primeros robos cuando eran menores de edad a principios de siglo son ahora delincuentes bregados, tipos peligrosos capaces de matar a quien se interponga en su camino.

Un ejemplo de este perfil delictivo es Roberto Carlos R. J., que acaba de ser condenado a casi diez años de prisión por intentar matar a dos policías nacionales que lo perseguían cuando portaba una mochila cargada de drogas. Según consta en la sentencia de la Audiencia de Sevilla, el sospechoso llegó a disparar contra los agentes, pero la bala no salió porque el cañón estaba sucio. 

Los hechos ocurrieron el 1 de mayo de 2017, en plena Feria de Abril. Roberto Carlos R. J., oculto en un portal de la calle Tordo, propinó un fuerte golpe con la culata del arma a uno de los policías, al que le causó graves lesiones neurológicas. Su compañero logró salvarle la vida. Antepuso la suya propia e intervino rápidamente y redujo al delincuente.

Roberto Carlos R. J., conocido en el barrio como Rober, empezó a consumir en la infancia. Miembro de una familia desestructurada, comenzó pronto a cometer hurtos y pequeños robos. Ya entonces mostraba un carácter agresivo. Estuvo varias veces en un centro de menores y pasó a formar parte de la banda del Demonio, un grupo criminal formado por adolescentes de Los Pajaritos que se dedicaron a los atracos a comercios y a empresarios con armas de fuego.

Esta banda fue una de las más peligrosas de la Sevilla del 2000. Casi todos sus miembros terminaron mal. Algunos murieron y otros fueron condenados por homicidios, como fue el caso de Enrique Ramírez, que mató de un tiro en la cabeza a su mujer, Susana Vega, cuando sostenía al hijo de ambos en brazos, en su piso de la calle Mirlo.

El agresor de los policías pasó varios años en prisión por atracos a mano armada y por una tentativa de homicidio. Una vez cumplida la pena, siguió con su adicción a las drogas y se dedicó a los robos con fuerza en establecimientos y a los robos con violencia a personas. Se especializó en las sirlas, como se conoce en el argot a los robos con navajas.

Cada vez se comportaba de manera más violenta. En Los Pajaritos tuvo una disputa con una persona, a la que apuñaló en una pierna. Después fue detenido por el homicidio de un hombre cuyo cadáver apareció carbonizado en el interior de un antiguo bar del barrio, Los Gallos. Los Bomberos hallaron el cuerpo de la víctima, un camello del barrio, cuando fueron a sofocar un incendio en este local.

Pese a que en Los Pajaritos se rumoreó que Roberto Carlos fue el autor del crimen, finalmente quedó libre por la inculpación de una amiga suya y ni siquiera fue juzgado. Esta mujer, María Elena García López, fue condenada a 15 años por el asesinato.

Roberto Carlos también intentó apuñalar a su hermana y a su sobrino, a los que exigió dinero para estupefacientes y éstos se negaron. A su hermana la atacó con un cuchillo. Este fue su delito más grave antes de intentar matar a los dos policías. 

En los últimos tiempos se dedicaba a robarle los estupefacientes a los toxicómanos que acudían a los puntos de venta de Los Pajaritos a buscar su dosis. Era un delincuente temido y respetado en la zona, y eso le hizo ascender en el mundo del hampa hasta convertirse en lugarteniente de varios traficantes de drogas y armas del barrio, que confiaban en él porque sabían que los demás le temían.

Para estas bandas ejerció de mula, transportando drogas y objetos ilícitos, y de aguador, avisando de la presencia policial. Uno de los clanes con los que trabajó es el de los Ocaña, recientemente desmantelado por la Policía Nacional, en una operación que se ha saldado con ocho detenidos.

Hoy, Roberto Carlos cumple su condena en uno de los módulos para presos peligrosos del centro penitenciario Sevilla-I, después de que la Audiencia le condenara de forma clara y contundente por la agresión. Uno de los dos policías a los que atacó desarrolló una enfermedad neuronal grave a raíz de la agresión. Tanto él como su compañero serán condecorados al mérito policial con distintivo rojo, una de las más altas distinciones del cuerpo y que se otorga a los funcionarios que han resultado gravemente heridas o expuesto su vida en alguna intervención.

Tanto el comisario provincial de Sevilla, Andrés Garrido, como el inspector jefe José Candel, responsable de la comisaría a la que pertenecían los policías, han estado en todo momento interesados por el caso y por el estado de salud del agente herido de gravedad. Los dos policías han contado en todo este proceso con la defensa de su sindicato, la Confederación Española de Policía (CEP), cuyo secretario general en Andalucía, Antonio Díaz Aguilar, ha realizado múltiples gestiones a lo largo del año y medio transcurrido desde la agresión.

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