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Aquel Sábado de Feria que marcó su destino

  • Raúl Gracia Herrera. Tomó la alternativa el año 92 y en este escenario del 29 recuerda una tarde de toros que "multiplicó por mil" su relación con Sevilla, que le abrió la Puerta del Príncipe.

BANCO de Zaragoza. Tendido de sombra. A un lado, la Basílica del Pilar. Al otro, Fuendetodos, el pueblo donde nació un pintor que como el protagonista de esta historia también bajó a Sanlúcar de Barrameda. A Raúl Gracia Herrera (Zaragoza, 1972), El Tato en los carteles taurinos, "un torero nunca se corta la coleta", la vida le regaló una goyesca. Guiño a la patria chica de Francisco de Goya y Lucientes.

El origen es su destino. Su padre, su abuelo y su bisabuelo eran funcionarios de la Diputación Provincial de Zaragoza con el cometido de actuar de conserjes de la plaza de toros de la capital aragonesa. La plaza es su casa, la de aquel niño que nació el año de los Juegos Olímpicos de Munich y cuyo destino dio un giro copernicano el año de los de Atlanta. Para reforzar ese vínculo, su abuelo y su padre fueron banderilleros. El primero, muchas tardes con Nicanor Villalta, "el torero que más orejas cortó en la historia de las Ventas". El segundo, con Fermín Murillo y especialmente con Curro Romero.

Raúl se estrena otro año olímpico. 7 de octubre de 1992, cinco días antes de la clausura de la Expo que no visitó. "Esos años toreé más de quinientas corridas". Testigos de su alternativa, Ortega Cano y El Niño de la Capea, dos de los diestros por los que más admiración sentía además de Manzanares y Julio Robles y, sobre todo, Espartaco.

Esos primeros años 90 son muy futboleros en su ciudad natal. En 1994 debuta en La Romareda otro Raúl jovencísimo con Valdano de padrino. En 1995, un gol de Nayim al portero del Arsenal lleva a las vitrinas del Zaragoza la Recopa. En 1996... Todo cambió aquel Sábado de Feria, 27 de abril de 1996.

El hijo y nieto de banderilleros, el bisnieto del conserje de la plaza de toros de su ciudad, fue cortejando a Sevilla como quien corteja a una dama. Metáfora que el tiempo convertiría en realidad. "Mis primeras visitas son como novillero, al campo, a fajarme con toros de Soto de la Fuente en Las Pajanosas y de Manuel Cañaveral". Aparece en los carteles de alguna novillada nocturna de la Maestranza "sin ninguna trascendencia" aunque recuerda la ganadería de Albaserrada "que en paz descanse". El sur le llama y ya matador de toros se afinca en Sanlúcar de Barrameda. A los dos años le llega la primera oportunidad en una corrida de Preferia con toros de Vitorino Martín.

El 27 de abril de 1996 la terna la formaban Miguel Báez Litri, Julio Aparicio y Vicente Barrera, con toros de Ramón Sánchez Ibargüen. Los dos últimos no pudieron comparecer y los sustituyeron El Tato y Pepín Liria. "Fue el triunfo más relevante de mi carrera, el hito más grande de mi currículum escrito en letras de oro". Desde 1952, en que lo hizo Luis Miguel Dominguín, el icono erótico de Ava Gardner, ningún torero no andaluz había vuelto a abrir la Puerta del Príncipe.

Con esa puerta, se le abrieron muchas más. "Mi vinculación con Sevilla se multiplicó por mil". Ese año ni se le ocurrió pisar la Feria, pero al cabo del tiempo encontró la mejor de las guías: Raquel Revuelta. Otro regalo del destino. "Sevilla es una ciudad que te atrapa desde el primer momento que la paseas. No deja de sorprenderte desde que abres los ojos por la mañana hasta que te acuestas". Es hermano del Gran Poder y en la Feria que no pisó ve la mejor versión de la ciudad, "la explosión de la primavera, las raíces de un pueblo, que se muestra tal cual en las convocatorias más multitudinarias".

Primero llegó a Sevilla su hermana, Nines; después María Teresa, su madre, vallisoletana. Y finalmente el maño al que sus paisanos reconocen como maestro en la plaza de España donde se cerró la Expo el día del Pilar de 1992, cinco días después de que hiciera el paseíllo iniciático. "A los Juegos de Barcelona sí fui. Vi unas semifinales de cien metros lisos". Sanfermines jamaicanos.

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