Plaza nueva. Pablo de los Santos

"Lo de Sevilla Olímpica no salió pero fue una excusa fantástica"

  • El Lunes Santo murió su padre y mentor, dos veces concejal, en El Viso y en Sevilla, y eurodiputado. El hijo no fue alemán por los pelos, llevó Deportes y Casco Antiguo en el primer mandato de Monteseirín.

PADRE e hijo fueron concejales andalucistas. Diego de los Santos (1936-2016), que murió el Lunes Santo, en la Alcaldía de Soledad Becerril. Pablo de los Santos (Sevilla, 1966), en la de Alfredo Sánchez Monteseirín.

-Por poco nace en Alemania...

-Mi padre vuelve de Alemania en 1965. Allí nace Diego, el mayor. Yo nazco en la clínica de Fátima.

-Su padre nace nueve días después del fusilamiento de Blas Infante en agosto del 36...

-La tragedia que marca a mi padre fue que perdió a cinco hermanos por una enfermedad degenerativa. Eso fue muy duro para mi abuelo, que era el médico de El Viso del Alcor; no se puede tener un estigma más terrorífico.

-¿Del pueblo a la capital pasando por Alemania?

-Nos vinimos a las casas de los americanos de Santa Clara en 1972. Los primeros que se vienen son mis padres y Emilio Pérez Ruiz, que eran vecinos y sus casas no tenían ni vallas. Mi padre ocupó el escaño de Emilio, que fue al Congreso a entregar el acta de diputado y le cogió el 23-F. Venía del Colegio Aljarafe y llamó por teléfono Robin, un norteamericano que vivía con nosotros y trabaja en Naciones Unidas. En ese momento entró Pilar, la mujer de Emilio. En esa calle vivían Fernando Pérez Royo, Fernando Villamil, que fue concejal comunista, Amparo Rubiales y Manuel Ramón Alarcón; Juan Carlos Aguilar, que estaba en el Congreso ese día.

-Media calle en el 23-F...

-Mi casa tenía el mismo espíritu que la del pueblo, convivencia de puertas abiertas. Te despertabas y el salón estaba lleno de gente durmiendo, o tenía que irme a la habitación de mi hermano. Carlos Cano vivía con nosotros. Por allí pasaban desde los cantautores de la revolución portuguesa al cura Diamantino. Mi padre le dejaba el coche a las mujeres del proceso 1001 para que fueran a Madrid. Tuve la suerte de vivir ese sueño.

-Continente y contenido, su padre fue eurodiputado y concejal del pueblo como buen visueño...

-Por encima de todo era un profesional de la Medicina. Le gustaba mucho una cosa que le oyó a Francisco Ayala poco antes de morir, que lo mejor de la vida era quedarse con el cariño de la gente.

-¿Cómo vivió la enfermedad de Carlos Cano?

-Hizo las gestiones para llevarlo a Nueva York, es quien habla con Luis Rojas-Marcos y con el doctor Fuster. Las posibilidades de supervivencia eran muy superiores a las del hospital de Granada, pero Carlos muere por un problema genético-arterial. Mi abuelo y después mi padre decían que el hombre tiene la edad de sus arterias.

-Usted fue delegado del Casco Antiguo y Deportes. ¿Lo viejo y lo nuevo?

-Dos retos apasionantes. Sevilla se adelantó al resto de España en la promoción del deporte, en la captación de campeonatos. Lo de la Sevilla Olímpica, aunque no salió, fue una excusa fantástica. Y en el Casco Antiguo descubrí una ciudad que desconocía. Entré en los conventos de clausura; había una plaga de ratones en el convento de San Clemente. Me abrió la madre superiora y dentro me encontré a un hombre sentado en un banco y un niño pegando capotazos bajo unos cipreses. Participamos en la restauración de la capilla del Carmen de la calle Calatrava.

-Es el único concejal de Deportes que vivió una final de UEFA...

-Oporto-Celtic de Glasgow. Salí e un periódico escocés. Un día antes de la final nació mi hijo Perico y me presenté en la clínica con una falda escocesa.

-¿Vio a Mourinho en el Oporto?

-No lo recuerdo. Me quedé con la imagen de los hinchas del Celtic, que salvaron la temporada de los bares después de una Semana Santa ruinosa por la lluvia. Viajamos a Glasgow y Edimburgo para intentar hacer una feria mundial de equipos verdiblancos.

-Lo más verdiblanco de su despacho son las fotos de Lopera.

-Mi socio, Óscar Arredondo, fue abogado del Betis.

-Tres Mosqueteros: un concejal (su padre) y dos alcaldes...

-Con Uruñuela se vivió la ilusión de la primera legislatura. Tenía un equipo dispar. Ortiz Nuevo venía por mi casa y el chófer aparecía con una guitarra. Con Alejandro (Rojas-Marcos) de lo que menos hablamos es de política. Está el tipo en una forma impresionante.

-¿Y si su padre no llega a volver?

-Cuando llega a Alemania en 1962, faltaban hombres, faltaban médicos, habían muerto generaciones enteras en la Segunda Guerra Mundial. Después lo contrató el mejor especialista en hígado de una clínica de Zúrich. Estuvo dos años en Suiza, le ofrecieron seguir y se volvió a El Viso.

-Usted ha sido concejal, pero le falta la etapa europea...

-En 1982, con quince años, me fui de interrail con Alejandro hijo, compañero del Colegio Aljarafe, y Vicente Peñalver, hijo de Patricio. Me lo pagué cogiendo naranjas y con lo que me dio mi tío José María. Llegamos a Barcelona en un tren lleno de soldados. Dormimos en las estaciones de Venecia y Amsterdam y en una rotonda de Cherburgo. La Sevilla del 82, además de Naranjito, eran los yonquis, la decrepitud del casco antiguo y todo el mundo vestido igual. En Roma perdimos el autobús.

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