Calle rioja

Sevilla, esa máquina del tiempo

  • Simbólico. El esplendor de la portada del Corpus en la plaza de San Francisco contrastaba con la estampa de la portada de la Feria de abril, falla de sí misma, rebujito de andamios.

LA portada del Corpus lucía ayer espléndida al final de Sierpes, en la plaza de San Francisco. En los dominios del mapping. Junto a la iluminación navideña que llenaba de colores la Avenida de la Constitución, la doble iconografía de los tiempos de la ciudad alegre y confiada, cuando el Gobierno municipal saliente gozaba de mayoría absoluta.

¡Tiempo, detente! Es desobediente el tiempo a las sevillanas de Muñoz y Pabón. No hay quien lo pare. Ya no es ayer, mañana no ha llegado, decía Quevedo. El hoy es una entelequia, presente de indicativo, fagocitada por la inclemente sucesión de las fiestas primaverales. En la confluencia de Asunción con la avenida Adolfo Suárez se pueden ver los cimientos de la portada de Feria 2015. El abril sevillano, espejismo festivo entre las autonómicas de marzo y las municipales de mayo.

Hoy empieza una nueva edición de la Feria de Antigüedades de Sevilla. Ayer abrió el Jueves pese a ser Corpus Christi y a ese certamen de anticuarios y coleccionistas podría acudir como pieza muy cotizada ese esqueleto de una portada convertida en contraportada, metáfora local. Espejo ferial de Tablada, con la calle del Infierno completamente despoblada, algunos tubos de casetas todavía erguidos como pidiendo la vez para la Feria 2016.

Sevilla es una máquina del tiempo. Cronos es el auténtico gobernante. Gobierna los ciclos, los usos, las costumbres. El Corpus es la cresta de la ola, preludio veraniego, de una sinfonía perfecta: Navidad, Cabalgata, Carnaval (importado, televisado, politizado), Cuaresma, Semana Santa, Rocío, amén de las comuniones del mes de mayo y las bodas de heroicos contrayentes.

Los intérpretes de ese tiempo se dan cita en el Corpus, alma de la ciudad: la ordenación de sus misterios, que es como la función clorofílica. Joaquín de la Peña va y viene, el coro suena magistral en la plaza del Salvador, los boinas verdes, los boinas azules despiertan los aplausos, que en el caso del alcalde suenan a despedida, a servicios prestados, a que te vaya bonito. San Leandro y San Isidoro por las calles de su ciudad adoptiva: a hombros de costaleros, son los hermanos Gasol de la España visigoda. San Fernando en su majestad, el rey que cambió la historia. El monarca al que le deben los sevillanos, según su biógrafo Manuel González Jiménez, la Semana Santa, la Feria en simbólico desmontaje, y hasta el Rocío, aldea global de un McLuhan almonteño.

Lo más atractivo, el contraste entre el rigor de la uniformidad de los intervinientes en esta manifestación religiosa y el desaliño de muchos de los espectadores: tribus urbanas, turistas no avisados, sorprendidos por la bocanada de barroquismo. Con el guiño a Santa Teresa en su centenario. A la Mística Abulense, que suena a empresa de autocares.

Los saduceos, nos enseña San Marcos, no creían en la resurrección, pero los políticos, cualquiera que sea su signo, siempre fueron firmes partidarios de la resurrección política. Ninguno quiere verse a sí mismo como esa portada de Feria convertida en fósil de tiranosauro, contraportada de la Feria que se llevó el calendario. Tiempo de postrimerías, todos pendientes del centenario de Murillo sin darse cuenta de que la vara la lleva Valdés Leal.

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