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De Sevilla a la playa de las Catedrales

De Sevilla a la playa de las Catedrales

De Sevilla a la playa de las Catedrales

De Sevilla a Ribadeo a una semana del inicio de la campaña electoral de las elecciones gallegas. De la Catedral de Sevilla donde visitó la exposición de San Fernando a la playa de las Catedrales, uno de los monumentos naturales de esta villa lucense en el límite de Galicia con Asturias. Mucha gente se tuvo que quedar de pie para escuchar la intervención de Alfonso Guerra, uno de los ponentes de la novena edición de los Foros de Debate que organiza la Fundación Sargadelos. Ciclo que completan Iván Espinosa de los Monteros, Soraya Sáenz de Santamaría y Manuela Carmena.

Adolfo Suárez. Felipe González. Santiago Carrillo. El cardenal Tarancón. Abril Martorell, el rey Juan Carlos I. A todos ellos los reivindicó Guerra como artífices de la Transición española, la reacción iniciada desde abajo, por el pueblo español, para que después de dos siglos de enfrentamientos y una dictadura de cuarenta años se produjera el tránsito de súbditos a ciudadanos.

De argumentos a eslóganes, Sí es Sí, No es No, el nivel es de guardería

Alfonso Guerra nace en Sevilla el 30 de mayo de 1940, aniversario de la muerte de san Fernando. Un año antes termina la Guerra Civil española y empieza la Segunda Guerra Mundial. En 1939 muere Antonio Machado, uno de los principales referentes morales de Alfonso Guerra. En el árbol genealógico de Fernando III, que aparece en la biografía escrita por Manuel González Jiménez, que fue director de la Academia de Buenas Letras de Sevilla de la que es miembro Guerra, hay unos cuantos Alfonsos norteños que conquistaron el Sur: Alfonso VI, nacido en Santiago de Compostela, reconquista Toledo en 1085; Alfonso VII se proclama emperador; es el abuelo de Alfonso VIII, el vencedor de las Navas de Tolosa, suegro de Alfonso IX de León y padre de Fernando III. El nombre continúa con el primogénito de sus quince hijos, Alfonso X el Sabio, que funda Ciudad Real. Familia numerosa, como la de Guerra: undécimo de los trece hijos de Julio Guerra y Ana González.

Este Alfonso del sur fue conquistando el Norte. Sus Navas de Tolosa tienen lugar el 28 de octubre de 1982, con la mayoría absoluta de 202 diputados que lleva a Felipe González a la Moncloa. Pese a algunos vaivenes perpendiculares, son vidas paralelas, como las 22 que narraba Plutarco en su célebre libro.

Para romper con el maleficio de su historia de enfrentamientos, el pueblo español “optó por dar una respuesta inédita en nuestra historia”. Para acabar ese flechazo con las encrucijadas, con el inconformismo hacia la realidad en aras de un ideal, la sombra del Quijote es alargada. “Éramos la potencia más importante del mundo, la única potencia y ya se hablaba de decadencia”, dice Guerra. Una decadencia que nos acompañará a lo largo de los siglos XVIII, XIX y comienzos del siglo XX. Con excepciones tan luminosas como fugaces: los impulsos liberalizadores de las Cortes de Cádiz, “no se podía decir que con las ideas de la Revolución Francesa porque estábamos sitiado por las tropas francesas”; o la Institución Libre de Enseñanza. Una decadencia que alcanza el culmen en 1898, guarismo de una generación literaria y de la pérdida de las colonias, “una depresión provocada por la pérdida de un dos por ciento de lo que había sido todo el territorio español”.

El punto de inflexión para ese cambio de súbditos a ciudadanos lo sitúa Alfonso Guerra “en julio de 1974, cuando se conoce que Franco tiene un mal en una pierna”. Todos se ponen a trabajar dejando a un lado sus diferencias y priorizando el bien común. El resultado será la Constitución de 1978, germen del periodo de paz más prolongado en la historia de España.

Se remonta Guerra a los conceptos de Montesquieu y Rousseau, a las dos revoluciones burguesas, la norteamericana y la francesa, y los tres cimientos que emanan de ese espíritu constitucional: el pueblo como titular del poder constituyente; la garantía de derechos derivada de la separación de poderes y el principio de prevalencia al que se deben gobernantes y gobernados. El caso español de 1978 ofrece un dato nuevo: “es un acto de paz, un armisticio para cerrar definitivamente una guerra civil, una larga dictadura y dos siglos de enfrentamientos”.

Intentos constitucionales hubo muchos (1812, 1834, 1845, 1856, 1869, 1931…) pero siempre partían de la premisa de “media España contra la otra media”. Cuando se empieza la votación de los artículos de la Carta Magna, Guerra hizo una cosa fundamental para desbloquear todo frentismo. Una llamada telefónica a Abril Martorell, una consulta de éste a Adolfo Suárez y una cena posterior, tres comensales por cada delegación, en el restaurante José Luis de Madrid.

Todos los líderes se sumaron a esa iniciativa, “salvo Fraga Iribarne”. En tierra de tan buen comer como Ribadeo, Guerra desmiente la leyenda de que “la Constitución la hicimos cenando”. Del protagonismo de Guerra y Abril Martorell en su articulado dice que “no sabíamos nada de Derecho, no éramos los más inteligentes ni los más conocedores. Éramos los que menos dormíamos”.

Pasaron por zonas minadas: la forma de Gobierno, “yo defendí un voto particular a favor de la República. Me iba a pasear por el paseo favorito de Antonio Machado en Soria, entre san Polo y san Saturio”. Los temas territoriales. “El famoso café para todos, que algunos dicen que fue un invento mío, de ninguna manera, fue invento de un ministro de la UCD, sevillano por cierto”.

El Congreso la aprobó con un 92% de los votos, el Senado con un 94%. “Es la única Monarquía europea aprobada en referéndum, con un 90% de apoyos. Cuando lean u oigan que en el País Vasco no se votó la Constitución, falso”. Enumeró los tres grandes ataques que ha sufrido la Constitución en casi medio siglo de vigencia: un intento militar de golpe de Estado (23 de febrero de 1981), los envites del terrorismo, “que nació contra el franquismo y aumentó contra la democracia”. Mientras que el rechazo de estas dos amenazas fue unánime, Guerra ve demasiada “tibieza” en la reacción a “la última ruptura del orden constitucional perpetrada por el independentismo catalán”.

Apuntó algunas paradojas. “En el Congreso hay al menos un treinta por ciento de diputados que están contra la norma fundamental… En el Gobierno hay ministros que denigran la Transición, movimiento al que se sumará la serie que prepara Televisión Española… Hay políticos que pretenden gobernar España que no pueden decir España porque les produce una reacción alérgica… La lucha de clases, que pasó al baúl de los recuerdos, se ha sustituido por una lucha de sexos”.

A los más jóvenes les desmiente dos falsedades, “una, el supuesto pacto de silencio para no hablar de la guerra, si de la Guerra Civil se han escrito más libros que de la Segunda Guerra Mundial; y otra, que se desmovilizó a la clase trabajadora, en 1976-77 hubo en España más huelgas que en toda Europa”.

Guerra escribió el editorial de El Socialista que apareció el 10 de julio de 1976 con el titular: “Adolfo Suárez, una oportunidad para la democracia”. Invita a viajar a las hemerotecas. Nadie creía en Suárez. Uno de los artífices desde las entrañas del Movimiento. “El PSOE se proclamaba marxista, respublicano y anti OTAN”. Todos cedieron. Alta política. “Ahora, con el retroceso de un muro entre amigos y enemigos, hemos entrado en una democracia tautológica, se han sustituido los argumentos por los eslóganes. Sí es sí, No es no, un nivel de guardería”.

Este Alfonso del Sur conquistó el norte. No pude viajar a Ribadeo para presentarlo, lo hicieron mis palabras y el bagaje de más de cuatro décadas entrevistándolo. La primera, 11 de marzo de 1981, dos semanas después del 23-F, con este titular: “Yo paso más miedo con Kafka que con Tejero”. Le concierne más el centenario de Kafka que el de Lenin. El 19 de enero de 1232 pasó por Ribadeo Fernando III en su viaje por tierras leonesas, gallegas y asturianas. El 26 de enero de 2024, Alfonso Guerra, nacido el día de san Fernando, volvió a conquistar esa plaza.

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