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Sevilla

Alfonso Guerra desnuda el alma de Machado en su discurso de ingreso en Buenas Letras

Alfonso Guerra durante la lectura de su discurso de ingreso en la Academia de Buenas Letras.

Alfonso Guerra durante la lectura de su discurso de ingreso en la Academia de Buenas Letras. / Juan Carlos Muñoz

Guerra desnudó a Machado y Machado desnudó a Guerra. El que fuera vicepresidente del Gobierno de España ingresó este domingo en la Academia Sevillana de Buenas Letras con una erudita disertación sobre la figura de Antonio Machado. El nuevo académico se adentró en los entresijos del alma del poeta sevillano para regalar un profundo análisis de su obra que tantas veces ha leído y releídos, estudiado y vuelto a estudiar a lo largo de su vida. El compromiso político y social, la sabiduría popular, la construcción poética, la ejemplaridad moral y, como no, la soledad y el mundo interior, fueron algunos de los hilos argumentales de una disertación leída durante algo más de 40 minutos a la que no faltaron ni el alcalde, Antonio Muñoz, ni el rector magnífico de la Universidad de Sevilla, Miguel Ángel Castro.

La bellísima casa renacentista de los Pinelo se envolvió de gran expectación para asistir a la sesión en la que Alfonso Guerra sería recepcionado como académico de la Academia Sevillana de Buenas Letras que dirige el notario Pablo Gutiérrez-Alviz. El nuevo académico de las Buenas Letras, nacido en Sevilla el 31 de mayo de 1940 y licenciado en Filosofía y Letras, además de ingeniero técnico industrial, llegaba a la institución después de que los académicos Alfonso Lazo, Enrique Valdivieso y José Antonio Gómez Marín propusieron su candidatura para ocupar el lugar del fallecido arabista Rafael Valencia. “Tengo para mí que don Rafael, Rafa para sus amigos, no estaría disgustado de que sea yo quien ocupe su sillón en la Academia, pues nos unían unas claras afinidades electivas”.

Tras el recuerdo al profesor y a sus padres Julio y Ana, a los que atribuyó sus estudios y conocimientos, se adentró en el meollo de Soledad y Sociedad en Antonio Machado, nombre del discurso que Guerra leyó a los asistentes durante algo más de 40 minutos. Guerra dejó claro desde el principio lo que buscaba con su disertación: “Es pretensión, al traer de nuevo a Antonio Machado a esta docta Academia, ofrecer una visión compleja no a través de los actos que jalonan su conocida biografía, sino sólo por los senderos de su introspección, en su soledad, de su análisis del mundo interior, el de los sueños y los recuerdos, de su intimismo, y por los meandros que le conducen al compromiso con la verdad, con la realidad del mundo exterior, con el trance de la vida en sociedad”.

Pablo Gutiérrez-Alviz entrega la medalla de académico a Alfonso Guerra. Pablo Gutiérrez-Alviz entrega la medalla de académico a Alfonso Guerra.

Pablo Gutiérrez-Alviz entrega la medalla de académico a Alfonso Guerra. / Juan Carlos Muñoz

Sentadas las bases de su plática, Guerra confesó que se trataba, además, de un homenaje a todos los Machados, estirpe de académicos desde el abuelo Antonio Machado Núñez a los nietos Antonio y Manuel. En este punto el ex dirigente socialista dibujaba la influencia que el padre de Campos de Castilla había tenido en su vida y el porqué de este homenaje: “Mi fidelidad a Antonio Machado, mi admiración por su obra, que ha dirigido en muchos aspectos la senda de mi vida, así como el vacilante trato que ha recibido de críticos y poetas, me impulsa a reivindicar, una vez más, la potencia creadora de un poeta que supo y sabe inventar un mundo con las palabras”.

Durante su discurso, Guerra se enfrentó a un completo y complejo análisis de la obra literaria de Machado. Desde su poesía a los ensayos de Juan de Mairena. Guerra destacó la capacidad de Machado para erigirse en una suerte de guía espiritual de varias generaciones: “A todos nos ofrece la posibilidad de ir encontrando en su poesía, en su buen nombrar, en su bien rehacer el mundo, nuestro propio itinerario, la reconstrucción de nuestros temores, sueños y esperanzas, nuestros, de nuestro pueblo”. Todo ello es lo que configura, según Guerra, a Machado como un gran poeta, un gran creador: “Ese otorgar la más íntima depuración de su sentir, de su vivir pleno, de su pensar, inserto siempre en su tiempo, buscando razones...”.

El alcalde de Sevilla, Antonio Muñoz, con Alfonso Guerra. El alcalde de Sevilla, Antonio Muñoz, con Alfonso Guerra.

El alcalde de Sevilla, Antonio Muñoz, con Alfonso Guerra. / Juan Carlos Muñoz

En su ejercicio por desnudar el alma del poeta, al tiempo que se descamisaba él mismo, Guerra quiso matizar lo que “realmente” significaban en Machado la soledad y la intimidad, que no hacen más que ahondar “en la necesidad del diálogo o en la búsqueda de una sentimentalidad compartida”. Es ahí donde Machado se hace más popular y transparente: “De ahí que la escritura para Machado, al verse animada por esos valores populares y al buscar reanimar y ser conciencia viva revitalizante de los popular, ha de ser sencilla, directa, apegada al lenguaje hablado. Así la poesía de Machado cumple a la perfección el cometido para el que parece fue creada por el hombre: nombrar bien las cosas, el mundo, los hombres y sus interrogantes esenciales”.

El sentir popular de Machado se traduce en una cada vez mayor incidencia del folklore en su obra para educar al pueblo: “Machado lo que quiere es educar al pueblo conforme a su sabiduría popular, revelándose la riqueza de su folklore, despertándole a su propia filosofía del sentido común, y ése es para él el verdadero sentido de una educación superior abierta a todos”.

Guerra y Lazo, que respondió a su discurso, se saludan efusivamente. Guerra y Lazo, que respondió a su discurso, se saludan efusivamente.

Guerra y Lazo, que respondió a su discurso, se saludan efusivamente. / Juan Carlos Muñoz

A lo largo de su trayectoria, Machado permaneció fiel a su ideario poético y político, como resaltó el nuevo académico, lo que llevó a mantener en plena Guerra Civil su compromiso con la II República, frente a otros miembros de su generación: “y d nuevo habrá de sentirse solo. Azorín, Ortega, Unamuno, Pérez de Ayala, Baroja, su hermano Manuel, estarán en posición diversa”.

Un compromiso mantenido hasta el último momento en el exilio de Collioure, donde resurge su poesía en su último verso: Estos días azules y este sol de la infancia. “Este último verso acaba iluminando toda su obra. Se convoca a sí mismo, a su memoria, a ser luz, a lo que había sido siempre, a lo que seguirá siendo siempre, al hombre bueno que desde la soledad iluminó los campos del compromiso con la sociedad”.

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