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lugares malditos

El asesino de comerciantes

  • Menéndez Pelayo. Un empleado de la tienda de lámparas Montoro, cerca de la Florida, fue la víctima del tercer crimen cometido por Juan Luis Roa García, un delincuente que estaba en régimen de semilibertad y que mató a tres empleados de comercios entre diciembre de 1994 y agosto de 1995.

ESTA serie sobre lugares malditos de la ciudad acaba con un enclave de la avenida de Menéndez y Pelayo, como también podría hacerlo con una nave del antiguo polígono industrial Cisneo Alto, ya derribado, o con una tienda de electrodomésticos del polígono Store. Son los escenarios de los crímenes cometidos por Juan Luis Roa García, el único asesino en serie que ha tenido Sevilla. Cierto es que el considerado como el peor de los serial killers de la historia de España, Manuel Delgado Villegas, el Arropiero, nació en la capital andaluza, pero ninguno de sus asesinatos ocurrió en la ciudad. Roa García mató a tres personas entre diciembre de 1994 y agosto de 1995. Precisamente el miércoles pasado, el 24 de agosto, se cumplieron 21 años de su último asesinato, ocurrido en una tienda de lámparas de Menéndez y Pelayo.

Aquel negocio no existe hoy. Estaba ubicado muy cerca de la Florida, a menos de un kilómetro de otro escenario que ya protagonizó uno de estos lugares malditos, el estanco de las hermanas Silva. La antigua lamparería Montoro es hoy una bonita tienda de decoración situada en los bajos de unos elegantes bloques de viviendas que dan a una calle peatonal, apartada del bullicio y del ruido del tráfico de la ronda histórica. Nada vincula hoy día ese lugar con el asesinato que allí ocurrió hace 21 años. La tarde del 24 de agosto de 1995, un empleado del negocio, José Luis Morgal Martínez, recibió 17 puñaladas en el interior del establecimiento. El autor del crimen se llevó 70.000 pesetas que había en la caja y otras 10.000 que llevaba la víctima en su cartera. Morgal Martínez, de 32 años y vecino de Villanueva del Ariscal, era sobrino de otra persona que sería asesinada veinte años más tarde en Sevilla, el padre Carlos Martínez Pérez, vicario de San Isidoro, apuñalado por el marido de una sobrina en el portal de su casa en julio de 2015.

Era el tercer empleado de comercio que aparecía muerto en similares circunstancias en ocho meses. El primero de ellos fue Juan José Rodríguez Leiva, de 36 años, a quien el asesino reventó la cabeza a golpes en una tienda de electrodomésticos del polígono Store. Ocurrió la tarde del 27 de diciembre. El asesino robó casi 700.000 pesetas de aquel negocio.

Tres meses y medio después, el 11 de marzo, Roa García entró en una tienda de bricolaje de la calle Termes, en el antiguo polígono industrial Cisneo Alto, e intentó convencer a uno de sus empleados, con el que había trabajado en el pasado, para atracar la tienda y repartirse el botín. Tras la negativa de éste, Roa le apuñaló en 15 ocasiones y le golpeó en la cabeza con un tubo de metal, tras lo que salió corriendo con 500.000 pesetas de la caja del establecimiento y la cartera del hombre que acababa de asesinar. La víctima era un joven de 27 años llamado Luis Mejías Alcover.

El 24 de agosto le tocó el turno a José Luis Morgal. Los tres crímenes habían ocurrido a última hora de la tarde, con los negocios a punto de cerrar, aunque todavía abiertos al público. De hecho, a Morgal lo encontró la hija de una empleada del mismo comercio que se percató de que el establecimiento permanecía abierto cuando se dirigía al cine Florida. La joven entró en la tienda para saludar al compañero de su madre mientras su acompañante, un amigo, iba a las taquillas del cine a comprar las entradas.

Roa actuó una vez más. El 1 de diciembre de 1995, secuestró a la hija de 5 años del director de una sucursal de la Caja San Fernando en Dos Hermanas y a la asistenta que la cuidaba en su casa de Sevilla Este. Luego llamó al banco y exigió un rescate de 15 millones de pesetas. Tras una negociación con el padre, aceptó una décima parte de lo que pedía y se acordó la entrega del dinero en una gasolinera del polígono El Pino. Poco después fue detenido por la Policía en un taller de la calle Sinaí. Luego confesaría que no mató a la niña porque le recordaba a su hija.

Todos los crímenes los cometió mientras se encontraba en régimen de semilibertad, cumpliendo condenas por robos y estafas. Carpintero de profesión, casado y con dos hijos, sólo iba a la antigua cárcel de la Ranilla a dormir. Cuando salía, desayunaba en el bar Espolaina, muy cerca de la puerta de la cárcel. Se sentaba en una esquina y leía las noticias de sus crímenes en el periódico. Muchas mañanas las pasaba a solas con el tabernero, José María Infantes, a quien le debía una larga cuenta. "Juan, ¿cuándo me vas a pagar?", le preguntó una vez. "No te preocupes, José María, que te voy a pagar con creces". Cuando supo que era el asesino, el tabernero se pasó un mes sin dormir.

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