Hostelería

Los últimos "molletazos" de Casa Molina

Ángel Molina, este domingo delante del negocio que ha regentado durante varias décadas.

Ángel Molina, este domingo delante del negocio que ha regentado durante varias décadas. / José Ángel García

Durante 61 años ha habido un lugar en el Tiro de Línea donde, como decía la banda sonora de la inolvidable 'Cheers', todos saben tu nombre y se alegran de que vayas. Lo ha habido pero ya no lo habrá. Casa Molina, un referente del barrio que se inauguró en 1962, ha cerrado sus puertas este domingo después de servir el último almuerzo. Por la mañana fue la última oportunidad de pedir el "molletazo" de aceite y jamón para desayunar y por la tarde se despacharon los últimos guisos o los Molina de pollo y de cerdo, los montaítos tocayos de la saga que ha conducido este establecimiento, ahora uno más en la lista negra de luto de locales emblemáticos que no sobreviven al esfuerzo de sus fundadores y dejan Sevilla huérfana de un pequeño trozo de su historia.

Que en el Molina conocen los nombres de muchos parroquianos no es un tópico. Es lo que tienen los bares de barrio, una especie en vías de extinción al paso que va la ciudad. Desde detrás de la barra, 27 años después de entrar en el negocio, Francisco Javier Pitt reparte saludos y familiaridad como si quienes entran fuesen de los suyos. "¿Qué tal, encanto?", "esperamos a la familia, ¿no?"... El "primo de Brad Pitt", por aquello del apellido, ha sido el encargado de un bar que fundó José María Molina y que después llevaron sus hijos Antonio, José Manuel y Ángel. Uno de sus nietos, Raúl, también atendió a la clientela en su día, igual que la hija de Pitt.

"Cuando hay males, hay que hacerlo. Para estar así, mejor cerrar", lamenta Ángel Molina, que no pierde la esperanza de encontrar un comprador aunque eso no empaña la "mucha pena" que le da bajar la persiana. "Esto lo levantó mi padre hace 70 años, pero es mucha tela", reconoce. Él se quedó solo al frente del negocio tras la jubilación de su hermano José Manuel, hace tres años, y ahora le toca a él retirarse.

Y es una lástima porque "todo lo que hay es bueno", dice Ángel, orgulloso. "En la cocina hay tres cocineros y esta gente hacían un flamenquín que era la estrella de aquí, te lo comías y no comías ya en todo el día. Y después están los guisos: la carrillada, el menudo... Todo, vamos", resume.

Su jubilación pone el punto final a seis décadas de trabajo en un local que al principio apenas alcanzaba los 30 metros cuadrados y que ahora, en el momento del cierre, a base de anexionarse una peluquería, una tienda de reparación de bicicletas y otros locales de la manzana, ocupa unos 240 en la manzana formada por las calles Almirante Topete, Juan Bravo y Ramírez de Bustamante.

El interior del establecimiento, en su último mediodía. Al fondo a la derecha, Francisco Javier Pitt. El interior del establecimiento, en su último mediodía. Al fondo a la derecha, Francisco Javier Pitt.

El interior del establecimiento, en su último mediodía. Al fondo a la derecha, Francisco Javier Pitt. / José Ángel García

La mayoría de los clientes es consciente de que el bar cierra y la pregunta a Pitt es recurrente. "¿Y ahora qué vas a hacer?". "Tomármelo con tranquilidad", responde. "Pon una tasquita ahí detrás, que te llevas a mucha gente de calle", le propone un parroquiano. "El Tiro de Línea se queda sin bares", exagera otro. "No, hombre, hay seis ahí al lado", contesta el encargado mientras corta las lonchas de la última pata de jamón y la tarrina de mantequilla Tulipán, un clásico que ya casi no se ve, va rotando de mesa en mesa. Pero también hay quien desconoce la noticia y se despide con un "hasta mañana". "Mañana ya no abrimos. No te lo crees, ¿no?". No, el vecino no se lo cree y se marcha aún con el gesto de incredulidad tras dar un sentido apretón de manos a Pitt.

Coronado por un bonito azulejo donde aparece el creador del negocio, ahora con clientes ahora con un cartel de un Betis-Atlético de Madrid de 1966 (1-2 ganaron los colchoneros con un gol de Luis Aragonés), el bar empezó sirviendo vinos, cervezas y alguna que otra tapa fría. Su esplendor llegó con los guisos y los clásicos de la hostelería sevillana de toda la vida. Y así permaneció hasta el último minuto y el último plato, porque el Molina se despidió por todo lo alto, con un lleno hasta los topes.

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