El club de los poetas muertos

Calle Rioja

Cementerio. El Ayuntamiento construye en el llamado jardín de los poetas un mausoleo con 72 nichos para restos de escritores cuyo coste superará los tres millones de euros

Futuro mausoleo de los poetas. A su izquierda, las estatuas fúnebres de Paquirri y Juanita Reina.
Futuro mausoleo de los poetas. A su izquierda, las estatuas fúnebres de Paquirri y Juanita Reina.

17 de noviembre 2009 - 05:03

HUBO un tiempo en el que los poetas eran unos muertos de hambre cuyas muertes, por prosaicas, no eran nada literarias. De la estirpe hiperbólica de Max Estrella, eran unos descreídos que vivían de milagro. Superadas aquellas penurias, los empezaron a contratar de profesores, de concejales, de negros que ponían sus ripios al servicio de los discursos de los políticos. Con el buche lleno, su vida se volvió mucho más prosaica y, por ende, buscaban en el parnaso una muerte literaria que les redimiera de prebendas y subvenciones.

El Ayuntamiento de Sevilla quiere rendir pleitesía a sus poetas, en expresión de Teresa Florido, delegada de Salud y Consumo y de quien depende el cementerio municipal de San Fernando. "El panteón de los poetas era una idea del anterior delegado de Cultura". Florido se refiere a una iniciativa del ex concejal -y poeta albaceteño- Juan Carlos Marset. "Sería una utopía traer los restos de Al-Mutamid, pero por intentar no va quedar. Igual que otros poetas sevillanos cuyos restos mortales están fuera de Sevilla". El panteón será costeado con cargo a los fondos anticrisis Gobierno con una cantidad superior a 3 millones de euros que también se invertirá en hornos nuevos y en la supresión de barreras arquitectónicas.

El panteón está junto al Jardín de los Poetas. Llama la atención hasta de los sepultureros y demás personal del camposanto. "Con el tema éste de la modernidad, hay que mezclar lo antiguo con lo moderno, hacer una simbiosis, pero el diseño no ha gustado, sobre todo por la zona tan visible y artística en la que está", dice un trabajador del cementerio.

Mitad búnker, mitad hórreo, tiene una estructura rectangular. Dispone de setenta y dos enterramientos, t36 a cada lado, en cuatro filas de nueve. Si Garcilaso viviera, y su escudero Rafael Alberti con él, sería muy de su agrado esta cohabitación de poetas y soldados, porque junto a tan literario panteón figura el sepulcro que en 1861, siendo alcalde de Sevilla García de Vinuesa, se mandó construir para dar sepultura a "61 soldados muertos en esta ciudad de las heridas que recibieron en África, peleando como buenos por la honra de la patria en guerra contra los moros".

Las objeciones al mausoleo de los poetas se deben al carácter artístico de los enterramientos de esta zona, la más visitada por los curiosos y por los que practican turismo cultural en el cementerio: allí están las estatuas fúnebres de Antonio el Bailarín, de Juanita Reina, de Paquirri y, quizás la obra maestra de este museo de yacentes, el grupo de Mariano Benlliure que representa el entierro de Joselito el Gallo, enterrado junto a su hermano Rafael y su cuñado Ignacio Sánchez Mejías. A las trágicas muertes de Joselito y Sánchez Mejías tras sus respectivas cogidas en Talavera y en Manzanares, quijotes postreros, le respondieron poetas como Lorca y Alberti con bellísimos epitafios. Poetas que se acordaban de los toreros. ¿Quién llora a los poetas cuando los empitona el toro del olvido?

Surcan el cielo aviones de ida y vuelta. Otro panteón guarda los restos de dos militares, un teniente coronel y un comandante, que murieron "en acto de servicio" en 1984, el mismo año que murió Paquirri. Hay muertos del 35 y del 36 en una tumba que se cierra con la palabra ¡Presentes! a pocos metros del lugar donde descansan los restos de Diego Martínez Barrio, el sevillano que llegó a la presidencia de la República y cuyos restos volvieron de París.

Hechas las paces entre las dos Españas, las dos Sevillas, es la hora de los poetas. El club de los poetas muertos que se escapó del guión de Peter Weir. "No creo que vayan a traer ahora los restos de Antonio Machado", dice una empleada del cementerio. "Pues poetas aquí en Sevilla hay unos cuantos", coteja un compañero de cuadrilla.

En el entierro de Rafael Montesinos, Rafael de Cózar escuchó "que el Ayuntamiento tenía previsto construir un panteón para poetas ilustres en el que reagruparlos. Lo de Bécquer parece más complicado". Sevilla dio muchos y buenos poetas: de Fernando de Herrera a Rioja y Gutierre de Cetina. De Aleixandre, que murió en Madrid, a Cernuda, al que enterraron en México, último destino de su exilio. De Rafael Laffón a Joaquín Romero Murube. De Juan Sierra a Jesús de la Rosa, el letrista de Triana.

"Eso de remover los muertos no resulta agradable", dice Joaquín Sierra, el que fuera futbolista del Betis, Valencia, y Cádiz e hijo del poeta del grupo Mediodía Juan Sierra, muerto un 11-S (de 1989) y enterrado en la cripta familiar del cementerio de San Fernando. "No nos llamaron cuando le pusieron su nombre a una calle en la Buhaira. No creo que nos llamen ahora para lo del panteón". "Con la nueva normativa, hay que pedir permiso a las familias", dice Florido.

Lo que no saben en el cementerio es si serán enterramientos reales o simbólicos. "De los que no podamos traer los restos, pondremos una placa", apunta Teresa Florido. Hay dos poemas en el panteón de Juanita Reina, versos de una tal Isabel Pérez, que se define como "reinista" en un mausoleo erigido por suscripción popular y alentado por una Fundación de la que forma parte Enrique Pavón Bellver, el de los derribos, que vive en la misma calle Parras donde nació la tonadillera.

Una señora contempla los 72 nichos y confunde el lírico mausoleo con el panteón de la duquesa de Alba. La poesía era una aristocracia del espíritu, como bien sabía Jesús Aguirre, segundo esposo de Cayetana de Alba, pero a esta sevillana adoptiva no le hace falta tanta escolta poética para su último suspiro, en la fórmula utilizada para el adiós por Buñuel.

Una escalera que recuerda el sueño de Jacob; hierros, tubos, señales de faena interrumpida, una pequeña excavadora que removió el terreno circundante. En Santiago de Compostela, un monumento honra la memoria del "batallón literario de 1808". Estos poetas que por ahora ni están ni se les espera mueren en son de paz con heridas del alma.

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