La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Sánchez aguanta más que el telexto
AUNQUE sus hijos ya volaron de casa, el piano es como un recipiente simbólico de su presencia perenne. Gabriel Tomillo y Ángeles Peralta tienen cuatro hijos: dos pianistas, un violinista y un violonchelista. El padre del cuarteto es ingeniero industrial y nació en Nerva, inmortalizada en un pasodoble por el maestro Rojas. Tocó la bandurria en una rondalla y ahí se acabó su periplo musical.
La música llegó a esta casa con un sano regeneracionismo doméstico. "Para ampliarle el abanico a los niños", dice Ángeles, la madre, "siendo niños les animábamos a que hicieran pintura, deportes, idiomas, música, que ha sido lo que más les ha marcado".
Los dos pequeños, Rodrigo (1976) y Manuel (1979) son los únicos que viven profesionalmente de la música. El primero es pianista y director de ópera en Alemania, primero en Kaiserslautern, ahora en Darmstatd; el segundo lleva diez años como profesor de chelo en el Conservatorio de Sevilla, tuvo de profesor a Rostropovich y cada dos semanas viaja a Francfurt para perfeccionar sus conocimientos de música barroca.
La prole la inició Gabriel (1972), ingeniero industrial como su padre, que estudió Piano y trabaja en Montilla en una fábrica francesa de maquinaria de aire acondicionado. Todos los hermanos coinciden en que José María (1973) es el que más cualidades tiene para la música. Estudió Violín, tocó en la orquesta de Azabache en la Expo 92, pero estudió Económicas y trabaja en asuntos de finanzas en una entidad bancaria.
"Lo bueno de la música o de la pintura es que son artes útiles de forma inmediata", dice Gabriel, el padre de esta familia tan bien orquestada. "No pasa como con las Matemáticas, por ejemplo". Lo dice con conocimiento de causa. Este ingeniero fue profesor de Matemáticas en un instituto de Formación Profesional en Pino Montano. Tomillo padre también toca diferentes instrumentos en el trabajo que realiza para la Diputación Provincial. "Hago cosas muy distintas: alumbrado público, parques de bomberos, aplicación de energías alternativas".
"Yo quiero ser un niño normal". Un día se quedó con esta frase de su hijo Manuel, el benjamín, a quien le encanta el fútbol, igual que a Rodrigo, el sevillano que se fue a Kaiserlautern, le chiflan la copla y Eros Ramazzotti.
Hay un dato familiar que ilustra la vinculación de este matrimonio, totalmente profano -"yo sólo sé tocar la campana para comer", dice el padre- con la formación musical de sus hijos. En 1976, con tres niños muy pequeños, Rodrigo recién nacido, el matrimonio se fue a Madrid por razones de trabajo. "A mi mujer le sentó fatal Madrid, las casas tan altas. Pregunté por el pueblo más próximo a mi trabajo y me dijeron que Alcobendas. Allí nos fuimos a vivir, como Penélope Cruz. Y lo primero que hicimos fue apuntar a los niños a la escuela de Música de Alcobendas".
Gabriel y Ángeles conocen España de seguir a sus hijos con la música. Rodrigo vino desde Alemania para dirigir la ópera Don Quijote en Puertollano. "Estuvo hasta Zapatero porque su mujer cantaba en el coro". Guardan recortes de periódicos alemanes con críticas muy favorables al joven pianista Rodrigo Tomillo en el idioma de Goethe. En una visita a Kaiserlautern se quedaron boquiabiertos cuando el niño que había crecido y jugado en estas calles próximas a la Resolana, bajo la torre de los Perdigones, simultaneaba la dirección orquestal y la narración en alemán de la ópera Pedro y el Lobo.
Gabriel y José María, los dos músicos que optaron por la ingeniería y las finanzas, son los que los han hecho abuelos en cuatro ocasiones, dos niños del pianista y dos del violinista. Antonia y Alicia son sus hijas políticas. A los dos nietos mayores, sus abuelos les han comprado un violín a cada uno. "Nuestra generación se ha volcado con los hijos", dice Ángeles Peralta, que defiende la teoría del niño normal de su hijo Manuel, el único nacido en Madrid en aquellos apasionantes años de la transición, para retratar a sus hijos jugando a la pídola o viendo partidos de fútbol. La prole se hizo sevillista. "Aquí el único bético soy yo", dice Gabriel.
El ingeniero industrial le ha diseñado un pupitre a sus nietos y se relame de satisfacción cuando ve a sus hijos en el cofre informático: a Manuel tocando con su profesora rusa en el teatro Central en una actuación que le valió un premio con el que se pagó su primer viaje a Alemania; a Rodrigo dirigiendo Don Pasquale de Donizetti o La Bohème de Puccini en teatros alemanes.
El piano es el mueble estelar del salón. Allí comen todos los días Albéniz y Chopin, Bach y Schubert. El ajetreo artístico ha convertido a este matrimonio en seguidor de sus hijos y han transformado una furgoneta en su particular camerino itinerante para seguir queriendo a los cuatro niños que llegaron a sus v idas en los años 70.
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