El ojo invisible del cáncer: dentro del laboratorio de Anatomía Patológica
Día Mundial de la Investigación contra el Cáncer
En el Día Mundial de la Investigación contra el Cáncer, patólogos y técnicos de laboratorio del Hospital Virgen Macarena recrean paso a paso el trayecto oculto que convierte una muestra en diagnóstico
El Macarena presenta un nuevo manual andaluz para el tratamiento de tumores digestivos
Por los pasillos del Hospital Universitario Virgen Macarena, una celadora lleva desde Neumología una pequeña muestra endoscópica de pulmón desde la planta hasta el sótano. En sus manos, un bote con formol y una hoja de registro. Parece algo sencillo, pero lo que acaba de entregar es el punto de partida de un proceso clínico que puede cambiar una vida.
Cada 24 de septiembre, el Día Mundial de la Investigación contra el Cáncer recuerda los enormes desafíos clínicos y científicos en la lucha contra una de las principales causas de muerte en el mundo. Pero hay una pregunta esencial que rara vez se formula: ¿quién hace realmente el diagnóstico?
La respuesta no está ni en los quirófanos ni en las consultas de oncología. Está en las entrañas de los hospitales, entre microscopios, colorantes y tejidos humanos; existe una figura que rara vez aparece en titulares, pero de cuya precisión depende todo el engranaje clínico: el patólogo. Y con él, un ejército silencioso de técnicos y especialistas que trabajan bajo la superficie de los hospitales. Literalmente.
En el Macarena, el servicio de Anatomía Patológica opera desde los sótanos. Desde ahí, procesan las muestras que se han fijado durante la noche, las tiñen, las cortan, y las preparan para que el patólogo las observe al microscopio. Las más frecuentes son las biopsias endoscópicas digestivas y respiratorias y las biopsias cutáneas. El volumen de trabajo es abrumador. Sólo en los siete primeros meses del año, el servicio ha procesado más de 36.000 muestras de tejido y unas 19.000 citologías. Cada día, el laboratorio maneja unas 500 muestras de tejido. Son los números de aquellos médicos que, aunque no vean pacientes, los salvan.
Poner nombre y apellido al tumor
La Anatomía Patológica es la especialidad médica encargada del estudio de tejidos y células para determinar el origen, la naturaleza y la evolución de una enfermedad. En palabras del jefe de servicio del Macarena, el doctor Juan José Río, el patólogo "es el principal responsable del diagnóstico del cáncer en medicina".
Aunque las pruebas de imagen, los marcadores bioquímicos y otras herramientas clínicas ayudan, "el único que pone nombre y apellido al tumor es el patólogo". Y su labor no se limita al diagnóstico. También clasifica, establece el pronóstico e identifica biomarcadores que predicen cómo responderá un paciente a determinados tratamientos. "Hoy en día, además del diagnóstico, el patólogo aporta factores pronósticos y biomarcadores que predicen la respuesta al tratamiento. Es el cimiento de la medicina personalizada", resume. "No somos una especialidad de laboratorio. Usamos un laboratorio para un trabajo clínico. Lo nuestro es interpretación médica, somos como detectives clínicos", refuerza la técnico referente de cuidados del servicio, Ángela García Lozano.
El laboratorio de Anatomía Patológica funciona como una pequeña industria médica. Cada jornada comienza antes de las ocho de la mañana con la llegada de técnicos que manipulan, procesan y tiñen los tejidos obtenidos el día anterior. A última hora de la mañana, los cortes histológicos llegan a las manos de los patólogos, quienes comienzan su labor diagnóstica al microscopio.
A esto se suma la participación del equipo en comisiones de tumores, docencia de residentes y la revisión constante de casos complejos, sin olvidar las tareas de investigación. "Es un trabajo muy entretenido; no nos da tiempo a aburrirnos", afirma entre risas el jefe de servicio.
El viaje de una muestra: del quirófano al diagnóstico
Toda muestra oncológica sigue un recorrido extremadamente riguroso. Desde su extracción en quirófanos o consultas hasta su procesamiento en el laboratorio, cada paso cuenta con un sistema de trazabilidad automatizada que garantiza que no haya errores. Las muestras se registran con códigos QR, se procesan en formol, se incluyen en parafina, se cortan y se tiñen antes de ser analizadas al microscopio.
"El viaje de una muestra es un viaje fantástico. Tiene que ser completamente trazable, porque sin un diagnóstico correcto se cae todo el sistema. Si no diagnosticas bien, no tratas bien y no pronosticas bien", subraya.
Todo comienza cuando un paciente es sometido a una biopsia o cirugía. El personal de Anatomía Patológica recibe la muestra y comprueba, con una rigurosidad quirúrgica, que el bote esté bien cerrado, que lleve el formulario clínico completo, y que la identificación coincida. Cualquier fallo puede suponer un cruce de pacientes o un error de diagnóstico. "Un error en esta fase puede derivar en asignar un cáncer a quien no lo tiene o viceversa. Aquí no hay margen de error", afirma la técnico.
Cada muestra se clasifica por especialidad (dermatología, cirugía general, endoscopia…), se etiqueta con un código QR y se guarda en armarios ventilados, ya que el formol es un producto carcinógeno.
A continuación, la muestra entra en la sala de tallado o de macroscopía. Aquí, técnicos especializados y residentes de Anatomía Patológica analizan visualmente la pieza y seleccionan qué porciones del tejido deben ser estudiadas al microscopio. "Cuando la muestra es muy pequeña, se procesa entera. Pero si es una pieza grande, como un útero o una mama completa, el profesional decide qué partes son más representativas para el estudio", explica el doctor Juan José Ríos.
Los fragmentos seleccionados se colocan en pequeñas cápsulas de plástico que se introducirán más tarde en bloques de parafina. Todo el proceso sigue un sistema de trazabilidad digital para no perder ni un solo dato.
Una vez talladas, las muestras se depositan en los procesadores automáticos. Son máquinas que trabajan durante toda la noche, sometiendo el tejido a una secuencia compleja que va desde la deshidratación con alcoholes (para eliminar el agua del tejido) hasta la inclusión en parafina líquida caliente.
Por la mañana, el resultado es un bloque compacto de parafina con el tejido dentro: un pequeño cilindro que encierra información vital. Estos bloques pasan después a la sección de corte, donde los técnicos usan micrótomos (manuales o semi-automáticos) para realizar cortes de entre 3 y 4 micras de grosor, es decir, más finos que un cabello humano.
Los cortes se depositan en un baño de agua caliente donde flotan como delicadas lonchas. Luego se montan sobre portaobjetos de cristal. "Este paso, aunque parezca mecánico, es muy delicado. Si la cuchilla está mal o hay contaminación cruzada en el baño, puede afectar a la interpretación final", señala otra profesional.
El tejido recién cortado es prácticamente transparente. Para poder verlo al microscopio, se tiñe con colorantes específicos, siendo la más común la hematoxilina-eosina, que colorea los núcleos celulares en azul y el citoplasma en rosa. Este proceso se realiza en teñidoras automáticas, lo que asegura consistencia en el resultado. "Sin teñido, no podríamos ver nada. Es como revelar una fotografía: el tejido se hace visible y diferenciable", explican.
Con las muestras ya teñidas y montadas, éstas se agrupan según el patólogo responsable y se entregan cada mañana. Es entonces cuando empieza el trabajo de interpretación: el diagnóstico. "Miramos el tejido al microscopio, cruzamos los datos clínicos, valoramos patrones histológicos, aplicamos técnicas adicionales si es necesario, y finalmente emitimos un diagnóstico que será decisivo para el tratamiento", detalla el doctor Ríos.
A veces, lo que se ve no es suficiente. Si el diagnóstico requiere información más precisa, como saber datos de valor pronóstico, o si responde a una inmunoterapia concreta, se realizan técnicas especiales: la inmunohistoquímica, que detecta proteínas específicas; la hibridación in situ, para ver alteraciones genéticas; o la biología molecular, que analiza el ADN del tumor. "Es lo que llamamos medicina personalizada. No sólo decimos qué cáncer es, sino qué tratamiento necesita ese paciente concreto", explican desde el laboratorio.
En este engranaje complejo, aunque el patólogo firma el diagnóstico, detrás hay una red de técnicos que trabajan con rigor científico y vocación quirúrgica. "Somos como relojeros. Un engranaje mal calibrado puede detener todo el mecanismo", afirma Ángela García. "Aquí nadie sobra", remacha el jefe del servicio, para quien, la mejora más urgente no es tecnológica, sino humana. "La mochila de tareas se ha llenado de biomarcadores, técnicas moleculares, reuniones, docencia… pero la lleva la misma persona de siempre", afirma.
Después de eso, el gran salto pendiente es completar la automatización y dar el paso hacia la digitalización total del laboratorio. No para sustituir al profesional, sino para potenciarlo. "La digitalización permitiría consultas remotas, compartir casos complejos, aplicar inteligencia artificial al diagnóstico e incluso automatizar partes del análisis con más seguridad. Aunque se habla mucho de digitalización, la base es la automatización. La automatización es igual a seguridad, menos errores, mayor eficiencia y más tiempo para tareas de valor añadido", sentencia el facultativo.
Al respecto, Guillermo Palanca, director general de la empresa especializada en equipamiento biomédico Casa Álvarez, destaca que la automatización y digitalización de los laboratorios no sólo incrementa la precisión diagnóstica, sino que acorta los tiempos de espera y mejora la equidad del sistema. "La digitalización permite compartir imágenes e información entre profesionales de diferentes regiones, lo que contribuye a una mayor precisión diagnóstica en todo el país", explica Palanca. Además, señala que automatizar los procesos reduce los errores humanos, mejora la calidad de las muestras y libera al personal para centrarse en tareas clínicas de mayor valor.
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