Una gran superficie, pero con rostro propio

lo que el tiempo se llevó

Almacenes del duque 2. El palacio de los Guzmanes que rehabilitó el marqués de Palomares tras la devastación sufrida por la invasión napoleónica era una de las joyas arquitectónicas que hacían que la Plaza del Duque fuese uno de los enclaves urbanos más bellos del mundo, pero un catedrático de Arte firmó su sentencia

Luis Carlos Peris

02 de julio 2017 - 02:32

Dentro de la sangría que causó el inmisericorde uso de la piqueta en aras de la especulación urbanística, la Plaza del Duque de la Victoria es el paradigma significativo de dicha agresión a lo mejor del caserío sevillano. Y si la Plaza del Duque fue la gran damnificada en general, en particular fueron los Almacenes del Duque de los más significados. Junto al palacio de Sánchez Dalp y la vieja casa de los Cavalieri formaban las joyas de una corona destruida en la década de los sesenta del siglo anterior en plena ferocidad derribista.

La gran casona que albergaba dichos almacenes, colindante con el cuartel de San Hermenegildo y el palacio de don Miguel Sánchez-Dalp, tiene su origen en el palacio de los duques de Medina Sidonia, llamado de los Guzmanes, y que resultó arrasado cuando la invasión napoleónica. Tras la derrota francesa, el palacio fue rehabilitado por el marqués de Palomares, siendo su domicilio hasta el año 1879.

Ese año, y en subasta pública, lo adquirió un próspero comerciante sevillano llamado Juan Antonio Fernández de la Riva. Ahí levantó lo que sería un emporio económico, los Almacenes del Duque. Un emporio que alcanzaría su cénit de la mano de su hijo, Manuel Fernández Escobar. Y así funcionó durante los primeros sesenta años del siglo XX hasta que los cantos de sirena empezaron a sonar y, con la excusa de que el edificio necesitaba un mantenimiento que dificultaba su rentabilidad, el negocio claudicó y el edificio se puso en venta.

Los Almacenes del Duque, vulgo Almacenes Fernández, constaban de un gran patio con cubierta acristalada, una fantástica montera, que se apoyaba en una estructura forjada atribuida a un discípulo de Eiffel, circundado por una galería con arcos y primorosa yesería. Era muy singular la forma de vender de la época, con profusión de sillas para comodidad de las señoras que llegaban desde muchos puntos de la provincia a comprar. La compra se trufaba con el ritmo vital de una época en que las prisas tenían poco protagonismo.

Hasta los años sesenta, la Plaza del Duque tenía un caserío formado por las casas palacios del marqués de Palomares, de Sánchez-Dalp y de la familia Cavaleri, más el Hotel Venecia, que estaba en la cara sur de la plaza. Los cuatro inmuebles, más el del colegio Alfonso X el Sabio, que hacía esquina con Alfonso XII, componían un conjunto arquitectónico bastante variado, ya que convivían los estilos eclécticos, regionalista sevillano, y también del siglo XVI.

Fue un dolor que imperase el aspecto crematístico, ya que el beneficiario de la destrucción, el Corte Inglés, bien pudo haberse levantado de forma que, como en la barcelonesa Puerta del Ángel, se hubiese respetado su aspecto exterior. Lo cierto es que, tras ser comprado por el empresario Jorge Bardeu, la suerte del edificio estaba echada. Se hicieron gestiones ante las instituciones a fin de preservar dicha joya, pero todo fue infructuoso y tras hacerse con él la nueva propiedad en 1963, dos años después entraba Pavón con sus armas y de los Almacenes del Duque no quedó piedra sobre piedra.

Con los almacenes también fueron al suelo de la misma tacada el Cuartel de San Hermenegildo y el palacio de Sánchez-Dalp. La cara de la moneda está en que el derribo del cuartel dio paso a un ensanche que sirvió para trazar la plaza de la Concordia y para dejar diáfana la iglesia de San Hermenegildo. Claro que si la plaza hubiese llegado incólume hasta nuestros días, la Plaza del Duque sería un enclave que bien podría competir con los más bellos del mundo.

Indudablemente, la implantación de grandes superficies comerciales en dicha plaza tiene la importancia que tiene, pero siempre chocó que la destrucción de tan bella plaza, en la que sólo se salvó Velázquez, ocurriese bajo el mando de un alcalde catedrático de Bellas Artes, el rector don José Hernández Díaz.

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