Un mártir y un santo en la misma familia sevillana: "No pierdo la esperanza de verlos en los altares"
Religión
Estela Gómez es hija de un militar fusilado en la guerra civil y madre de Ignacio Osuna, cuya canonización se promueve
A sus 96 años y con una espléndida memoria, ha sobrevivido a la muerte de dos de sus diez hijos
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Un mártir y un santo en la misma familia sevillana. Dos procesos eclesiásticos de los que es testigo, a sus 96 años, Estela Gómez, natural de Écija y vecina del barrio de Los Remedios. Hija de Fernando Gómez, fusilado en la guerra civil, y madre de Ignacio Osuna, para el que se promueve la canonización por su labor apostólica en la provincia de Córdoba, donde ejerció de médico rural y atendió a muchos necesitados.
Pese a su edad, Estela Gómez atesora una memoria envidiable. Recuerda a la perfección 30 números de teléfonos móviles. Es madre de diez hijos, de los que actualmente viven ocho. El último en fallecer, hace poco más de un mes, fue Enrique, cuya pérdida le ha causado un hondo vacío, como ya ocurrió con Ignacio, al que un cáncer de páncreas le provocó la muerte a los 49 años. "Se lo detectaron dos meses antes y lo llevó con total discreción", rememora.
Pese a los avatares de la vida, Estela no pierde la sonrisa. Ha sabido hacer frente a casi un siglo de existencia, en el que se condesa buena parte de la historia contemporánea de España. La guerra civil estalló cuando se encontraba en Ronda, a los siete años. Su padre, el militar Fernando Gómez, fue apresado por los milicianos del frente popular y pasó dos meses en el penal de Málaga. A principios de septiembre de 1936, con 35 años, lo fusilaron.
Los días de presidio
"En la prisión, lejos de sumirse en el abatimiento, animaba a los compañeros. Promovía el rezo del rosario y alentaba a mantener la fe, porque la muerte, aunque inmerecida, sólo era un paso para llegar al cielo". Gracias a los escritos del jesuita Francisco García Alonso, que también sufrió aquel presidio, se ha podido rescatar la memoria de este militar, que forma parte del proceso de reconocimiento a 220 mártires por su fe -tramitado por la Iglesia- en las provincias de Málaga, Córdoba, Jaén y Granada.
En plena infancia, era la segunda muerte familiar a la que se enfrentaba Estela, quien al nacer había perdido a su madre, fallecida en el parto. Nunca la conoció, más allá de las fotos, algunas de las cuales, en sepia, cuelgan en el salón de su piso en Los Remedios. A este barrio se vino a vivir después de pasar una gran temporada en Écija, su localidad natal y donde fue nombrada Hija Predilecta por la gran asistencia social realizada en época de penurias. Allí ejerció de catequista ("todos los días asistía a misa", señala su hijo, el abogado Fernando Osuna) y delante de su casa se formaban grandes colas de personas a las que surtía de alimentos y ropa. Una atención a los más necesitados por la que es merecedora de dicho título.
Al quedar huérfana de madre, le buscaron un ama de cría, Rafaela Bonilla, natural de La Luisiana, y a la que recuerda como "una de las mejores personas, lista y bondadosa hasta el extremo". Vivió con ella desde los 21 hasta los 90 años, cuando falleció como un miembro más de los Osuna Gómez.
Buena parte de los valores cristianos que atesora Elena ("que nunca ha dicho una mentira, por mucho que le haya costado", asegura Fernando Osuna) los heredó Ignacio, quien desde muy joven sintió la obligación de ayudar a los más desprotegidos. En tercero de carrera de Medicina dejó a su novia y la universidad para ingresar en el Seminario de Toledo. Una vez allí, se dio cuenta de que su futuro no era el sacerdocio, por lo que orientó su vocación religiosa por "otros derroteros". Retomó los estudios superiores sanitarios y, a finales de los 70, ejerció de médico en una Andalucía rural aún muy carente de servicios básicos. "Allí fue donde realmente desarolló su labor apostólica", subraya Elena Gómez, quien emplea un contundente calificativo para definir a su hijo: "pura bondad".
Los marginados de los 80
"Eran tiempos en los que existían importantes grupos de marginados, especialmente en pueblos y aldeas alejados de grandes ciudades, donde los discapacitados físicos y mentales sufrían un gran desapego por parte de los vecinos. Eran los excluidos de la sociedad, a los que integró en una pandilla", recuerda el abogado Fernando Osuna, hijo de Elena y hermano de Ignacio. Aquel médico rural se convirtió en uno los primeros en prestar atención y ayuda a un colectivo que ya empezaba a ser numeroso en la recién estrenada democracia: los drogadictos, seres marginales en la España de los 80. "Con sus conocimientos médicos y su deber moral como cristiano, intentó que superaran las adicciones", asevera el letrado. Una actitud que también mantuvo con los inmigrantes, para los que fue un adelantado en acogimiento y trato.
Una dedicación que casi 20 años después de su muerte sigue dejando huella en la Campiña cordobesa, donde el centro de salud de Baena lleva su nombre. En el Obispado de Córdoba se han dado ya los primeros pasos para promover su canonización, un largo proceso para el que debe ser reconocido antes como siervo, venerable y beato. La comisión constituida visitó en marzo de 2024 al director del secretariado de las causas de los santos, Miguel Varona. Un grupo de trabajo en el que se encuentra el párroco de Cañada Rosal, Fernando Flores, gran amigo de este médico de pueblo.
Bibliografía
Ignacio Osuna escribió dos libros. Uno en el que analiza la Pasión de Cristo desde el punto de vista médico y otro en el que narra la labor pastoral desarrollada en la Andalucía rural a través de su profesión sanitaria.
Elena no pierde la esperanza de ver a ambos "subidos a los altares", a uno como mártir y a otro como santo. Una sevillana, cercana al siglo, con una memoria tan larga que sabe a la perfección los resultados de cada jornada de Liga. Especialmente los del Betis, su equipo. En sus recuerdos, no cabe el rencor por el fusilamiento de su padre. Ni el enojo por la temprana muerte de dos hijos. Sólo la alegría por vivir y "poderlo contar". "Ya con eso estoy más que agradecida a Dios".
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