Cuando es mejor no investigar la miseria
Las administraciones públicas han tardado en reaccionar tras conocerse, a través de este periódico, la dramática muerte de un inmigrante polaco de 23 años y 30 kilos de peso en el albergue municipal, al lado de la cola del comedor. Resulta cuando menos curioso que las primeras horas se hayan perdido en cuestionar la función de la prensa y la necesidad o no de difundir un vídeo grabado por un testigo del fallecimiento cuya única intencionalidad era denunciar la situación y sacar del anonimato una historia de terror que podría haber pasado inadvertida si la muerte se hubiera producido en la calle.
¿Cómo puede decir la consejera de Salud que la actuación fue correcta y que el fallecido salió de Urgencias "porque estaba respondiendo al tratamiento"? ¿Y cómo puede el Ayuntamiento expulsar al residente que grabó las imágenes -sin ningún ánimo de lucro o de vulnerar la intimidad de nadie- por el hecho de hacerlas? Desde ese día hay un indigente más en la calle, sin recursos ni ayuda.
En esas primeras horas a los responsables municipales pareció importarles más la buena reputación de sus trabajadores que el trasfondo de la historia y el drama que se oculta tras la historia del polaco, que ya ha acaparado páginas y espacios televisivos en Polonia y en media Europa.
¿Morbo? No. Función social. Y los medios la tienen para hacer reflexionar a la sociedad e intentar responder a las siguientes preguntas: ¿Cómo y por qué llega hasta Sevilla un veinteañero europeo que acaba tirado en la calle hasta morir desnutrido e infectado? ¿Qué ha fallado para que en un hospital que es referente nacional se le dé el alta a un enfermo terminal que pasó allí cuatro horas? ¿Por qué nadie quiso investigar en un primer momento? Y ahora hay prisas por parecer que se ha actuado bien. El viernes la delegada del Gobierno anunció que ya se había contactado con la familia y luego dijeron que era una confusión. Vergonzoso.
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