Muere a los 31 años Belén Domínguez, la sevillana que luchaba contra un cáncer de médula
La joven sevillana, que inspiró a miles de personas en redes sociales con su testimonio de fe y optimismo frente al cáncer, fallece tras 16 meses de lucha en el Hospital Ramón y Cajal de Madrid
Belén Domínguez: "Quiero aguantar en silla de ruedas para casarme en la capilla del hospital"

La sevillana Belén Domínguez ha fallecido este sábado a los 31 años en el Hospital Ramón y Cajal de Madrid, donde permanecía ingresada desde diciembre de 2023.
La joven padecía un glioma difuso de la línea media de grado 4, un agresivo tumor intramedular que le fue diagnosticado cinco meses antes de su hospitalización.
A pesar de la gravedad de su enfermedad, Belén nunca perdió la positividad que cautivó a cerca de 200.000 personas en Instagram, donde compartía diariamente su evolución médica, desde los tratamientos hasta las numerosas visitas que recibía en su habitación hospitalaria, entre las que se encontraban diversos rostros conocidos del panorama nacional, como el cantante Alejandro Sanz.
Además, la joven no ocultaba su profunda fe católica, llegando incluso a recibir una carta del Papa Francisco en la que el pontífice le expresaba su cercanía y le animaba a "no ceder en el desánimo".
En octubre de 2024, Domínguez publicó el libro 'La vida es bonita incluso ahora', donde narró su trayectoria vital y su forma de afrontar la adversidad con una actitud positiva inquebrantable.
El testimonio de Belén ante la enfermedad
Durante una entrevista concedida a Diario de Sevilla en enero, la joven sevillana explicaba su filosofía ante la enfermedad: "Enseño cómo relativizo frente a los problemas, cómo vemos la vida desde esta perspectiva y seguimos siendo felices". Este enfoque vital positivo fue precisamente lo que conectó con tantas personas que seguían su día a día a través de las redes sociales.
Apasionada del deporte y de la vida, tuvo que afrontar uno de los mayores desafíos: un duro tratamiento contra la enfermedad que incluyó quimioterapia, radioterapia y un ensayo clínico experimental. Durante 16 meses, la habitación 717 del Hospital Ramón y Cajal fue su mundo, el escenario donde combatió no solo el avance de la enfermedad, sino también los intensos efectos secundarios: dolores constantes, fuertes náuseas y la pérdida casi total de movilidad. A pesar de todo, su optimismo nunca flaqueó.
La fe se convirtió en uno de sus mayores refugios. Aunque anteriormente no se consideraba especialmente religiosa, en sus últimos meses se acercó profundamente a Dios: rezaba cada día y, siempre que su estado de salud lo permitía, asistía a misa, encontrando en la espiritualidad una fuente de consuelo y fortaleza.
Así se refería a Dios hace unos meses en redes sociales: "Te miro y me doy cuenta de lo mucho que tengo que aprender de Ti, me das toda la fuerza que necesito cuando pienso que ya no puedo más, que este dolor puede conmigo, que no siento ninguna parte de mi cuerpo o simplemente, que no tengo ganas ni de abrir los ojos porque sé perfectamente lo que supone un día más con estos infernales calambres. Por eso te doy las gracias por no abandonarme ni un solo instante; yo mientras tanto seguiré mirándote fijamente con la ilusión de seguir aprendiendo cómo llevar esta pesada cruz con alegría, porque ese es mi propósito en la vida, seguir siendo generosa con mi alrededor, mirar a los demás como Tú les mirabas y ser feliz a pesar de las circunstancias”.
El apoyo incondicional de su familia fue también un pilar fundamental. Sus padres, Charo y Francisco, se trasladaron a Madrid para acompañarla en cada paso, y su prometido, Emilio, estuvo a su lado sin separarse un solo instante durante todo este difícil recorrido.
Su fallecimiento ha provocado numerosas muestras de condolencia en redes sociales, donde seguidores y amigos recuerdan el impacto positivo que tuvo su testimonio y su manera de afrontar la enfermedad con una actitud ejemplar.
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