La música de Turina ‘silenció’ la pintura de Turina
calle rioja
Álvaro Cabezas reivindica la figura de Joaquín Turina y Areal, pintor y padre del célebre pianista, y aporta un primer catálogo con más de un centenar de lienzos del artista
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El único retrato que hizo como pintor Joaquín Turina y Areal (1847-1903), fue el de su hijo, el músico Joaquín Turina Pérez (1882-1949). Todos los padres están orgullosos de que alguno de sus hijos lleve su nombre, pero en este caso, la homonimia entre ambos artistas hizo que durante muchas décadas la relevancia del hijo músico ocultara y silenciara por completo la del padre pintor.
La reivindicación de una figura poco conocida de la Sevilla del último tercio del siglo XIX es el objeto del libro ‘Joaquín Turina y Areal (1847-1903)’ (Dyckinson), del que es autor Álvaro Cabezas García, doctor en Historia del Arte por la Universidad de Sevilla. Aquí no hay Edipo que valga, porque el músico Joaquín Turina se convirtió con mucho orgullo en depositario de la obra pictórica del pintor Joaquín Turina y Areal.
El pintor fallece en Sevilla el 24 de noviembre de 1903. Un año antes, el 21 de septiembre de 1902, nace en la calle Acetres el poeta Luis Cernuda. En el cuarto texto de su libro ‘Ocnos’, titulado ‘El piano’, habla del ilustre vástago de quien sería vecino los primeros años el gran poeta de la generación del 27. “Pared frontera de tu casa vivía la familia de aquel pianista, quien siempre ausente por tierras lejanas, en ciudades a cuyos nombres tu imaginación ponía un halo mágico, alguna vez regresaba por unas semanas a su país y a los suyos”.
Cuando nace Cernuda, Turina tiene 20 años. Entre esos “los suyos” probablemente ya no figuraría el padre pintor y en cualquier caso en la memoria del niño poeta no quedaría ningún recuerdo del progenitor de su vecino pianista. Joaquín Turina y Areal pertenecía a una familia acomodada que veraneaba entre Sanlúcar de Barrameda y Chipiona, “siguiendo la moda impuesta por los duques de Montpensier”.
Nace en 1947, el año que comienza en Sevilla la Feria de Abril, pero nunca se ajustó a los cánones del costumbrismo sevillano de finales del XIX que estudió y catalogó Enrique Valdivieso en su libro póstumo. Fue este catedrático de Historia del Arte trágicamente fallecido el pasado 2 de febrero uno de los primeros que llamó la atención sobre el pintor Joaquín Turina. En la conferencia que dio en la Caja Rural del Sur para presentar su libro, uno de los cuadros que proyectó en la pantalla fue una obra de este artista.
El profesor Álvaro Cabezas señala dos visitas fundamentales a Sevilla que marcarán la trayectoria artística de Joaquín Turina y Areal: en 1870 viene Mariano Fortuny y en 1877 el rey Alfonso XII. En torno a tan relevantes presencias, entre 1872 y 1888 existe en Sevilla la llamada Academia Libre de Bellas Artes, que Turina y Areal y otros artistas ponen en marcha después de que les cerraran las puertas de la de Santa Isabel de Hungría.
El pintor empezó estudiando Medicina. Cambió su vocación con las lecciones de Dibujo de Antonio Cabral Bejarano en la Academia de Bellas Artes. Su pintura se adscribe a un género nuevo, al que el autor del estudio le da los nombres de “neorrococó o de casacones”, unos lienzos que coinciden con la Restauración canovista, una pintura que “permitió a parte de la antigua o nueva nobleza soñar con reconstruir un mundo perdido bajo el impulso de las revoluciones liberales”.
Una pintura que tiene tres destinatarios y temáticas principales: los asuntos históricos con los que concurrirá a diferentes certámenes; los turistas extranjeros que quieren llevarse escenas de costumbres; y los propietarios que en esa pintura de “casacones” quieren recuperar los antecedentes familiares, el paraíso perdido.
Mientras que la música de su hijo Joaquín no dejaría de crecer, nombre fundamental en el renacimiento cultural del primer tercio del siglo XX, la pintura de Turina y Areal quedó preterida porque “fueron las producciones y biografías de los grandes maestros y los periodos de esplendor de cada región o ciudad los que motivaron la investigación en esos años, quedando el siglo XIX, y, más concretamente, su último tercio, en el más hondo de los olvidos”.
De hecho, tuvo que pasar medio siglo desde la muerte del pintor para que empezara a conocerse su obra. Y fue una recuperación fortuita en 1954, cuando una de sus obras aparece en un estudio general sobre la representación de la muerte en la pintura española. Un cuadro firmado por Joaquín Turina que formaba parte de la colección sevillana de su amigo José Gestoso y del que Alfonso Pleguezuelo rescató su título completo: ‘Traslación del cadáver de Hernán Cortés desde Castilleja hasta San Isidoro del Campo’.
Otra obra de carácter histórico, ‘Colón desembarcando en Palos a su vuelta de América’, estuvo en la exposición de Chicago de 1893, justo en el cuarto centenario del regreso del almirante el 14 de marzo de 1493 de su primer viaje a Indias. Según el profesor Cabezas, pudo inspirarse en la ‘Historia de la vida y viajes de Cristóbal Colón’ de Washington Irving.
En el último tercio del siglo XIX, Joaquín Turina practicó muchos géneros pictóricos: el orientalismo, el paisajismo, la pintura de Historia y el costumbrismo. Sus influencias fueron distintas de las del regionalismo, donde mandaba el predicamento de Jiménez Aranda, García Ramos o Gonzalo Bilbao. Esa ‘heterodoxia’ aumentó su condena al olvido.
Durante quince años colaboró como pintor con el Ateneo de Sevilla y entre 1878 y 1881 abrió un taller en la Casa de los Artistas de la calle Feria. El libro de Álvaro Cabezas es un primer catálogo pictórico de este artista formado por más de ciento veinte lienzos, de los que se aportan una veintena de piezas inéditas. La familia del pintor y del músico le permitió acceder a muchas de las obras, en casa particulares. Una ayuda que concreta en Joaquín Turina Garzón, nieto del pintor.
El año que nace Cernuda, 1902, Turina se traslada a Madrid. Un año después mueren sus padres y se va a estudiar a París. Por el libro de Álvaro Cabezas conocemos un curioso antecedente musical del pianista sevillano: su tatarabuelo era un músico de Turín. Su hijo, nacido en esa ciudad, se traslada a Cádiz y se casa con una sevillana. Empieza la estela andaluza de los Turina: el pintor y el músico. Los vecinos del Cernuda de ‘Ocnos’.
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