Manuel Marchena. Catedrático de análisis geográfico regional de la hispalense

"El poder me ha permitido poner un palo en la rueda de la Sevilla rancia"

  • Universitario especializado en turismo, el entrevistado regresó a la docencia tras 16 años entregado a la política como uno de los hombres de confianza de Alfredo Sánchez Monteseirín

Hubo un tiempo en el que en los corrillos de Sevilla se mencionaba con frecuencia el nombre de Manuel Marchena (Brenes, 1959). Sus críticos lo consideraban un maquiavelo hispalense, el hombre que manejaba con pocos escrúpulos los hilos más delicados del poder municipal en los años de Alfredo Sánchez Monteseirín. Sus partidarios, sin embargo, destacaban su energía y su ejercicio de la política sin complejos, su capacidad para sacar adelante los proyectos en los que cree. Trace el lector la bisectriz. Socialista sin carné y apologeta de la iniciativa privada, bon vivant de manual, maratoniano y ciclista vocacional, sevillista rozando la obsesión, universitario de currículum voluminoso, orador de maneras arrogantes y envolventes... El que fuese el primer licenciado de Brenes y nazareno más antiguo de su hermandad del Gran Poder, volvió a la Universidad de Sevilla tras 16 años en los que la política le llevó a ser, entre muchas otras cosas, gerente de Urbanismo y consejero delegado de Emasesa. Como universitario es catedrático de Geografía y ha centrado sus trabajos en el turismo y en el urbanismo. 

-Usted nunca ha disimulado su condición de uomo di potere. ¿Qué es lo que tiene el poder que tanto gusta?

-El poder permite transformar. La erótica del poder es la materialización de las cosas; pasan los años y ves que lo que hiciste sigue ahí.

-¿No hay algo más luciferino?

-En mi caso, el poder me ha permitido poner un palo en la rueda de la Sevilla rancia y reaccionaria. Por eso, han pedido para mí hasta la cárcel...

-¿De qué proyectos se siente más orgulloso?

-Las peatonalizaciones... la colaboración con los carriles-bici. Ahora Sevilla es de las principales ciudades del mundo en el uso de la bicicleta. No tengo carnet de conducir y siempre me muevo en bici. También me siento muy satisfecho de la gran cantidad de metros cuadrados de zonas verdes que, junto a la Confederación Hidrográfica, creamos en su día.

-¿Y de las setas no se arrepiente?

-Para nada. Era un terreno que llevaba treinta años baldío y no se conseguía materializar ningún proyecto. Hay que remarcar que se hizo un concurso internacional de ideas, con un jurado compuesto por personalidades de diversa índole. Ni yo ni el alcalde decidimos cuál era el proyecto ganador.

-¿Su coste no fue exagerado?

-Las desviaciones sobre el proyecto original son casi inevitables... Lo importante es que el resultado final de las setas es ya imprescindible para la dinámica turística de la ciudad, aunque todavía, interesadamente, no se ha desarrollado todo su potencial arqueológico. Además, la plaza de abastos se está convirtiendo en un mercado de primer nivel y el 15-M eligió esta plaza como epicentro. Ya es un lugar de encuentro para gente que no se reunía habitualmente en el centro de la ciudad.

-Algunos piensan que fue lo que derrotó al alcalde Alfredo Sánchez Monteseirín.

-Las setas no derrotaron a Sánchez Monteseirín, sino la política interna del PSOE de Viera y el efecto Zapatero, al igual que Zoido pagó la sangría de votos de Rajoy. En las grandes ciudades como Sevilla es una imbecilidad demoscópica no atender a los efectos generales de los grandes políticos.

-Los periodistas de tribunales dicen que fue usted uno de los pocos que le mantuvo la mirada a la juez Alaya durante un interrogatorio.

-Creo que actué con inteligencia, pese a que se me interrogó como a un delincuente y no como a un investigado. Aunque yo sí respondí con respeto. Al final, el tiempo me dio la razón y Alaya no me pudo procesar, simplemente porque era imposible. Creo que ella tenía una serie de prejuicios en los que yo aparecía como el hombre para alcanzar a Monteseirín, que yo era el que hacía y deshacía todo en la ciudad de Sevilla, pero no tenía ningún dato ni ningún hecho concreto.

-¿Qué es lo que más le molestó en su época de político?

-La demolición de la biblioteca del Prado. En este hecho se ve claramente el paradigma de esa Sevilla rancia y reaccionaria que algunos no queremos: vecinos insolidarios, un bufete de abogados comandados por el antiguo gerente del PSOE, los periódicos de derecha presionando, la complicidad de personas que están en la universidad con etiquetas de izquierda, grupos como Adepa... ¡Todo para frenar nada más y nada menos que el edificio de una Premio Pritzker, el Nobel de Arquitectura! Nosotros intentábamos recrear en el Prado el jardín donde se encuentra el Rijksmuseum de Amsterdam... Ubicar una gran biblioteca de 24 horas como gran símbolo de la nueva Sevilla. Demoler egoístamente eso con una sentencia injusta me parece lo peor que ha pasado en la ciudad en los últimos años.

-¿Hace falta un cierto valor para ser político?

-Y mucha energía. Actualmente, hay alayitis crónica en la administración pública. Los políticos no se arriesgan a nada y los funcionarios no quieren firmar nada. Ahora, los políticos no paran de dar consignas, pero no materializan nada.

-Usted fue gerente de Urbanismo, un área donde ha campado la corrupción en toda España. ¿Vio alguna vez un maletín?

-Nunca. Todo lo que vi lo denuncié. Como es lógico, los poderes privados intentaron influirme y me invitaron muchas veces a comer. Una vez alguien me dijo que podía mejorar mis condiciones y lo eché del despacho. En otra ocasión me ofrecieron un empleo para cuando dejase la política y también lo eché. Mi fortuna es que soy catedrático.

-Precisamente, vamos ahora a centrarnos en su condición de uomo di sapere, de universitario con un amplio currículum como investigador. En 1990 escribió un artículo con el título Andalucía: ¿California europea o periferia subdesarrollada?. ¿Qué opina 26 años después?

-Mi discurso de ingreso en la Academia Andaluza de Ciencia Regional se titulará: ¿Cómo juega Andalucía en la globalización del siglo XXI? Por el artículo que usted menciona recibí un premio y me sigo reafirmando en muchos de sus contenidos. Andalucía es un ejemplo de equidad que ha mejorado enormemente en cuestiones sociales y territoriales. La Andalucía rural que yo conocí de joven no tiene nada que ver con la de hoy. La dotación en barrios y ciudades medias es extraordinaria, quizás sobredimensionada, con demasiados equipamientos ineficaces. Es curioso, porque somos campeones en el desempleo crónico pero también en los índices de satisfacción por la vida.

-¿Y?

-De esto deducimos que hemos sido acomodados antes que ricos, cuando lo normal es el proceso contrario. Nos hace falta un impulso de crecimiento privado que no dependa de la Junta de Andalucía, con mayor número de empresarios que se arriesguen. Actualmente hemos vuelto a una economía clásica, con peso, por ejemplo, de la minería. Está bien, pero hay que tener en cuenta que cuando se agote el ciclo de crecimiento de China se acabará otra vez la minería de Huelva. Lo increíble es que, en este tema, estamos aún con los trámites administrativos y las cuestiones judiciales; todavía empezando cuando puede ser que el ciclo se vaya a acabar: un clásico del movimiento retardatario de Andalucía. Insisto, necesitamos un tirón privado de crecimiento, una revolución personal de competitividad. Tenemos que mantener nuestras estructuras equitativas, pero no todos podemos ser iguales. Hay que potenciar al que sea capaz de ganar dinero. Aquí se olvida que la que crea el empleo es la empresa privada, y si no tenemos una estructura de empresas con más tamaño, más agresiva... Todo eso de la satisfacción de la vida y del buen clima no valen actualmente de nada si no trabajamos más, crecemos más y ganamos más dineros. Es la única solución.

-Una de las cosas que funcionan bien en Andalucía es el turismo, al que usted le ha dedicado muchas horas de investigación. Algunos críticos dicen que un exceso de esta industria nos condena a ser los camareros de Europa.

-Esos críticos no tienen ni idea. Son los mismos que llevan anunciando la demolición de este sector durante décadas y decían que no íbamos a aguantar lacompetencia de Turquía, de Grecia, de Croacia, del norte de África... La industria turística de Andalucía tiene una enorme capacidad de reinventarse y no necesita que se le den mensajes desde las administraciones públicas para saber por dónde van los tiros.

-¿Es posible compatibilizar la autenticidad cultural y urbana con el turismo?

-La gran ventaja de Andalucía es la autenticidad. Por más que haya algunas cosas kitsch, el ochenta por ciento son auténticas: la Feria, la Semana Santa... En Sevilla, el turismo está cada vez más individualizado, con gentes que se diseñan su propio viaje y que buscan elementos de autenticidad. Uno de los retos del turismo cultural es satisfacer la pregunta fundamental del visitante: ¿qué hago? Bueno, cada vez hay más actividades relacionadas con el toro, con la bicicleta, con las tapas...

-Pero hay zonas de la ciudad, como Mateos Gago, que ya son casi inhabitables para el sevillano.

-No creo que, como dicen los críticos, Sevilla se esté convirtiendo en un parque temático. Vale, hay una calle como Mateos Gago a la que a mí no se me ocurriría ir a tomar una cerveza, pero cualquier lugar de centralidad turística del mundo tiene un coste de masificación, incluidos la Quinta Avenida o Times Square.

-Hablemos un poco de agua. Usted fue consejero delegado de Emasesa.

-Al igual que la iluminación pública, Emasesa es una empresa que funciona bien: da agua muy buena y la cobra adecuadamente. Hicimos cosas importantes, como el tanque de tormenta de la Alameda, que en estos días pasados evitó posibles inundaciones en el centro histórico, o desarrollar tecnologías de gestión del agua que fuesen exportables a otras ciudades como know how.

-¿Pagamos lo que cuesta el agua?

-Ni mucho menos. Cuando se tira de la cisterna por un papelito supone un coste extraordinario. El mejor cliente de Emasesa es Cruzcampo, si fallase tendríamos un problema.

-Hay teóricos que dicen que el agua será uno de los elementos de conflicto del futuro.

-Por supuesto. Sin agua no hay ninguna opción de vida, pero la mayor parte del mundo vive sin luz eléctrica y sin agua corriente. Los mayores reservas de agua dulce están en Canadá y Siberia y estoy seguro de que en el futuro habrá enfrentamientos por el dominio del agua. China, por ejemplo, ya está comprando tierras en África para garantizar la alimentación de su población en caso de conflicto. Lo mismo ocurrirá con el agua.

-El garantizar agua de calidad es fundamental para una sociedad justa.

-Uno de los proyectos de cooperación que hizo Emasesa en mi época fue en Etiopía, donde colocamos un extractor de agua y una tubería para que las chicas no tuviesen que andar todos los días veinte kilómetros de ida y veinte de vuelta cargando el agua. Fue una revolución social, principalmente para la mujer, que dejó de ser una mera transportista y se pudo dedicar a otros asuntos, como ir a la escuela. El agua corriente cambia la vida.

-¿Cómo ha encontrado la Universidad tras su reincorporación?

-He estado 16 años fuera. Estimo que uno de los grandes errores de los universitarios es que no conocen la vida real. Me he encontrado una infelicidad y una queja permanente que no puedo entender. Creo que a muchos les vendría bien un paseíto por la calle para que viesen los problemas que hay. El mal de algunos profesores es que tienen una gran autoestima -muchos parecen que han descubierto América- y una incapacidad de compararse: no quieren medirse, no quieren que se les evalúe... La universidad sigue siendo clientelar y opaca.

-¿Y el PSOE?

-Yo nunca he militado en el PSOE, aunque siempre lo he votado. El problema del PSOE es que ha cumplido sus objetivos, que ha logrado crear una sociedad socialdemócrata. Ahora hay que mantenerla, pagarla y no crear vicios. Necesitamos un poco de meritocracia, todo el mundo no puede vivir de la socialdemocracia.

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