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Sevilla

Del pupitre a la azada

  • Álvaro Díaz del Real, Carlos García y Pablo Piñero son licenciados en Económicas, Arquitectura y Ciencias Ambientales, se han formado en centros de élite y, tras pasar largas temporadas en el extranjero, han apostado por volver a Sevilla y crear un negocio propio de huertos ecológicos para sortear la falta de empleo.

Álvaro Díaz del Real, Carlos García Corral y Pablo Piñero, tres amigos de Mairena del Aljarafe de 29 años, tienen la tez más curtida de lo que cabría esperar por sus currículos. El primero es economista, terminó la carrera en Italia y tiene el título convalidado en los dos países; el segundo es arquitecto y ha hecho prácticas en Chicago, cuna de la arquitectura moderna; el tercero es licenciado en Ciencias Ambientales, ha trabajado cinco años en Paraguay, con una ONG y un organismo público del país, en cooperación para el desarrollo. El tono su piel tiene que ver con la que se ha convertido en su apuesta para buscar una salida laboral cuando el desempleo afecta casi a la mitad de los universitarios sevillanos recién licenciados: un huerto de producción ecológica para vender directamente a domicilio y utilizando nuevas tecnologías para contactar con sus clientes: Facebook, whatsapp.

Arrancaron hace nueve meses. El 17 de marzo. Fue el día que le descargaron 4.000 kilos de abono -excrementos de oveja- para repartir en mil metros de huerto en la finca de la madre de Pablo, que les cedió el suelo. Sin experiencia previa -o de forma tangencial, por la afición de los padres de alguno de ellos, funcionarios en su mayoría-, el trabajo físico les dejó exhaustos. Los sigue dejando. Aunque deben sacar energía para elaborar un plan de empresa -les están asesorando desde un Centro de Desarrollo Empresarial, CADE, de la Junta para dar forma a su negocio, Huerta y Huerta-, y compaginarlo con la tesis doctoral, como hace Pablo, o con eventuales trabajos en la hostelería, con los que Carlos y Álvaro intentan completar sus todavía escasos ingresos. Éstos se han independizado y comparten un piso de alquiler.

"El 50% de nuestros compañeros están trabajando o viviendo en el extranjero", admite Álvaro, quien reconoce que el caso de estos tres amigos - que se conocen desde niños, de la urbanización Pinar de Simón Verde y del colegio Aljarafe, por cuyo modelo educativo se sienten privilegiados- es inusual. Como lo es que universitarios y con experiencia en el extranjero no apuesten por buscar un empleo acorde a su cualificación en países con menos dificultades que España. "Después de esas experiencias fuera volvimos a coincidir en Mairena y teníamos ganas de quedarnos, de estar cerca de la familia". En el caso de Pablo, su experiencia en Paraguay le hizo encarar una realidad donde la crisis es más que un ciclo y, enfilando los 30, comprendió que lo próximo iba a ser echar raíces.

"Estamos convencidos de que es importante que Andalucía no pierda su capital humano. Somos conscientes de que se ha invertido un dinero en nosotros y en mucha gente como nosotros, a base de formación y becas, que se perderá si nos vamos yendo", dice el economista, y subraya que fuera no todo es tan fácil y algunos de los que emigran están trabajando de "lavaplatos". Teniendo en cuenta que forman parte ya de una promoción de universitarios que salió cuando la crisis dejó de ser un circunloquio, están convencidos de que su futuro pasa por el autoempleo, por "emprender algo propio" y reinventarse si es necesario.

En su empeño, les ayuda el no tener cargas familiares, ni hipotecas -una vivienda en propiedad no entra en sus proyectos- y sí respaldo de sus padres. Aunque han tenido que hacer un esfuerzo para hacerse entender por éstos. "Hemos tenido cierta presión de nuestras familias para que nos fuéramos al extranjero. Nos han visto gastar mucha energía en los estudios y ahora nos ven gastarla en algo muy diferente, temen que nos estemos metiendo en algo que no se adapte a nuestro perfil", apunta Carlos. Es la gran pregunta: ¿Un huerto sin tener ni idea? ¿Por qué?

Ellos dicen que lo que tuvieron claro fue la necesidad de montar algo. Pensaron en una consultoría sobre urbanismo y medio ambiente, pero lo descartaron. Entonces, conocieron el aula de medio ambiente urbano Ecolocal y experiencias de grupos de consumidores que se han organizado para comprar a los productores. Su idea era asociarse con algún horticultor y aportar su visión comercial y sobre un nicho de mercado que existe y tiene potencial. Están convencidos. Pero no cuajó, en parte por su falta de experiencia. Así que, con el asesoramiento de un amigo que trabaja para la Sociedad Española de Agricultura Ecológica y El manual del Huerto Ecológico, de Mariano Bueno, decidieron comenzar desde abajo, con su huerto, echando mano a la azada.

Ellos mismos reconocen que la ignorancia y la improvisación les han ido marcando, pese a su ímpetu. Han sido unos meses, aunque hablan de etapas que parecen remotas: el abono, la instalación del sistema de riego, la producción perdida porque plantaron lechugas junto a tomates, la sobreproducción de calabacines en un primer momento, que les dio la idea de organizar comidas temáticas para familiares y amigos, un negocio que podría ser complementario. Un trabajo de prueba y error, en el que van aprendiendo por el camino y cuya producción han comenzado a distribuir entre los más cercanos, amigos del Aljarafe y Sevilla -sus familias constituyen la primera oleada de capitalinos que hizo de la cornisa su primera residencia en los ochenta-, hasta tejer una red de algo más de un centenar de potenciales clientes de sus "cestas": productos de temporada, por precios que oscilan entre los diez y los doce euros, algo más caras que en el supermercado, porque su apuesta es no utilizar pesticidas y garantizar la frescura. Ahora, las llenan de naranjas, coliflor, col, brócoli, nabos, acelgas, pimientos -ya casi fuera de temporada- y aceitunas que ellos mismos han recolectado y aliñado.

Dicen que muchas más personas se han interesado, aunque aún deben arrancar formalmente su negocio. De momento, lo que les ha sorprendido son los costes para darse de alta y que menguarán los escasos ingresos que tienen ahora. Tienen que poner en orden, hacer efectivas muchas ideas que les desbordan. Pero, ¿se sienten frustrados por trabajar en campo, en algo que no tiene que ver con su formación? "Sólo a final de mes", admite Álvaro, el más entusiasta con el proyecto en ciernes y el que tiene más claro que, pese a los sinsabores, no cambiaría el poder trabajar al aire libre y para sí mismo por una oficina sin más aliciente que un sueldo, probablemente, también precario. Pablo -sereno, realista- apunta que tal vez en el propio rodaje del proyecto irán encontrando la fórmula definitiva. Puede que en las ferias de productos ecológicos en las que van participando, en los contactos con otras iniciativas o con los productores. La experiencia les ha marcado ya para siempre.

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