Miryam Rodríguez-Izquierdo. Profesora de Derecho Constitucional

"La regulación de internet, al final, supondría una especie de censura"

  • Esta docente de la Hispalense ha centrado sus investigaciones en los tratados europeos y en las relaciones entre Derecho y Comunicación, con especial hincapié en el la red de redes.

Unas conversaciones con Fernando Álvarez-Ossorio y Javier Pérez Royo fueron decisivas para que la que entonces era una joven recién licenciada en periodismo comenzase la carrera de Derecho. Las matrículas y sobresalientes que blasonan su expediente evidencian que no desaprovechó el tiempo y que no dejó bártulo sin catar. Perteneciente a un linaje de personas de extremada inteligencia y capacidad de trabajo, Miryam Rodríguez-Izquierdo tiene el atolondramiento de los sabios, el movimiento elástico de las gacelas y el rostro de las faraonas de la dinastía XVIII. Como a tantos profesores de su generación, nadie le ha regalado nada y si hoy pisa el estrado de la Academia es porque ha sacrificado muchos atardeceres en la soledad de las bibliotecas universitarias. De su primera vocación, el periodismo, conserva el gusto por colaborar en los medios y, sobre todo, por la escritura. La literatura es una de sus pasiones y alguna expedición ya ha realizado a tan peligroso vergel. En algún cajón de su apartamento del Arenal guarda una novela en la que, según los que la han leído, aparece el reflejo de una casa familiar, una de esas viejas mansiones de Sevilla que se perdieron para siempre.

-Discípula de Javier Pérez Royo, todo un clásico en estas páginas. Lo cierto es que su prole intelectual es variada y brillante.

-De Javier Pérez Royo sólo puedo hablar bien. Él me animó a estudiar Derecho cuando acabé Periodismo y dirigió mi tesis doctoral. Siempre ha potenciado a la gente brillante independientemente de cualquier otro criterio y deja a los investigadores jóvenes desarrollar sus propias ideas, algo que no es muy habitual en la universidad. Crecí mucho trabajando con él.

-Es curioso, porque sus enemigos lo acusan de dogmático.

-Bueno... tiene una forma de expresarse muy contundente, pero no es dogmático en absoluto. Como no podría ser de otra forma tiene sus ideas acerca de la política, la sociedad y el estado; ideas que se pueden compartir o no, pero que están basadas en una profunda preparación.

-¿Sobre qué versó su tesis doctoral?

-Sobre la relación entre el sistema jurídico de la Unión Europea y los sistemas constitucionales de los estados miembros, relación que se basa en los principios de primacía y subsidiariedad.

-¿Puede explicar en lengua romance en qué consisten estos dos principios?

-El principio de primacía supone que cualquier norma de la Unión Europea prevalece sobre cualquier norma nacional. El de subsidiariedad, por su parte, establece que la Unión Europea no debe tomar ninguna decisión que pueda ser tomada por los estados.

-Se palpa la tensión entre Bruselas y los estados. ¿Estos principios se cumplen bien?

-El de primacía sí y, de hecho, ha tenido repercusiones importantes en asuntos internos de España. Por ejemplo, el Tribunal de Justicia de la Unión Europea fue el que estableció que el céntimo sanitario era incompatible con el derecho comunitario, por lo que hubo que reformar la norma, devolver el dinero, etc...

-¿Y el de subsidiariedad?

-Es mucho más difícil de cumplirse, ya que relaciona el ejercicio de las competencias; es decir determina quién toma las decisiones. El principio de primacía surge de la lógica jurídica, mientras que el de subsidiariedad es un principio político que se introdujo en los tratados para contentar a los estados que no querían que la UE creciera en competencias, por lo que su aplicación jurídica es mucho más difícil.

-¿Por qué se malogró la constitución europea?

-Bueno, se malogró hasta cierto punto, porque el Tratado de Lisboa reproduce prácticamente aquel Tratado Constitucional al que se opuso de una forma decisiva Francia, un estado fundador donde la izquierda interpretó que el nuevo texto suponía una amenaza a los derechos sociales. En general, hubo un fuerte rechazo por parte de muchos estados a la palabra constitucional, ya que estimaron que se buscaba una unión política más allá de lo deseable.

-Este miedo a una mayor unión política se da de forma meridianamente clara en el Reino Unido. ¿Estamos ante una mera nostalgia imperial, ante un orgullo insular, o hay algo más en esta postura antieuropea?

-El Reino Unido se ha dado cuenta de que no puede llevar la voz cantante en Europa, porque se lo impide el tándem Alemania-Francia, dos países que aunque a veces tienen diferencias suelen entenderse finalmente. Inglaterra no fue país fundador y se integró en los años setenta con un montón de condiciones, una actitud que siempre repite cada vez que hay una reforma de los tratados. Mi impresión es que Gran Bretaña quiere estar en Europa para tener un mínimo control de las decisiones que se toman, pero no quiere que esas mismas decisiones le vinculen. Quieren hacer su política de forma independiente.

-Esa política te puede llevar a hacer el ridículo, como le ha pasado a Cameron con su negativa a apoyar a Juncker como presidente de la Comisión Europea. Pocas veces se consigue escenificar tan bien la soledad política.

-En general, los británicos lo tienen muy claro. No quieren entrar en el euro, porque la libra es una moneda muy fuerte y no están dispuestos a renunciar a su independencia. Aun así, no creo que vayan a salir de la UE, porque cualquier estado europeo fuera de la Unión tiene muy poco que decir en el mundo. De hecho, tras la caída del Muro de Berlín todos los países del Este solicitaron su ingreso en la Unión y los independentistas catalanes muestran también una fuerte vocación Europea. El único país que no quiere pertenecer a la UE es Suiza.

-Precisamente, muchos culpan a la excesivamenterápida integración de los países del Este muchos de los problemas que está teniendo Europa.

-Sí, también se puede culpar a la crisis económica... En general, los estados quieren pertenecer a la UE pero seguir manteniendo ámbitos propios en los que Europa no tenga nada que decir. Ese forcejeo entre identidad nacional y unidad europea es lo que hace que se paralicen muchas decisiones, sobre todo ahora con 28 países dando su opinión. Aun así, cuando en los años sesenta la Unión sólo estaba compuesta por seis estados miembros siempre había alguno que bloqueaba las decisiones.

-¿Hacia dónde cree que camina la UE?

-Es muy difícil de prever. Dependerá mucho de cómo se resuelva finalmente la crisis económica. Lo que parece claro es que una vez superada la coyuntura actual habrá que dar un paso más hacia la integración, paso que dependerá mucho de cómo sea el mapa poscrisis.

-Quizás es en la política exterior donde se visualiza más la falta de un criterio común europeo.

-Volvemos a lo mismo. Debido a que los estados no están dispuestos a soltar del todo su capacidad de decisión, se ha montado un sistema institucional de política exterior diseñado con muchas trabas, desdoblando la representación en la Comisión (gobierno europeo) y en el Consejo (compuesto por los presidentes de todos los estados miembros)... En todo ese ir y venir se pierde mucha energía y mucha capacidad de decisión... Esa tensión entre Comisión y Consejo sigue sin resolverse... Una vez más vemos a los estados agarrados a su capacidad de decisión.

-Vamos a cambiar de tercio. Usted ha investigado y enseñado derecho de la comunicación poniendo especial acento en internet. ¿Los nuevos medios han hecho daño al periodismo llamado serio?

-En general hay que diferenciar muy claramente entre los medios de comunicación formados por profesionales (esos que se suelen llaman convencionales) y los que no se elaboran según los principios éticos y profesionales del periodismo. Evidentemente, no se puede ni se debe controlar qué medio eligen los ciudadanos para informarse, pero hay que dejar muy claro que no todo aquello que se reproduce en los medios de comunicación es periodismo... Belén Esteban es una showman muy divertida, pero no es periodista.

-¿Se están desarrollando suficientes armas jurídicas para luchar contra los nuevos delitos que están apareciendo en internet?

-Como siempre la realidad va por delante del Derecho. Las regulaciones sobre internet están todavía en pañales. Es muy complicado, porque el legislar sobre estos aspectos presupone hacer estudios técnicos de gran complejidad. Se está intentando abarcar el fenómeno sin restringir las posibilidades que ofrece, no sólo en libertad de expresión, sino en comercio, etcétera.

-Uno de los principales problemas es que en el universo de internet no existen las fronteras nacionales, lo que dificulta la persecución de delitos en un mundo donde la Policía y la Justicia siguen siendo fundamentalmente estatales.

-Efectivamente, este es un gran obstáculo. Hay muchos delitos que no pueden solucionarse con una regulación o con una actuación policial estatal. En torno a la Corporación de Internet para la Asignación de Nombres y Números (Icann en sus siglas en inglés), con sede en California, se están creando algunos foros internacionales en los que se comparten opiniones sobre cómo se podría regular la red, más con un sentido deontológico que jurídico, porque siempre hay un rechazo a que el mundo del derecho entre en internet. Es muy complicado: imagínese que usted publica un texto en un servidor estadounidense por el que le ponen una demanda por lesión del honor en el Reino Unido, donde la protección de los derechos de la personalidad es mucho mayor que en EEUU, país en el que se tiende más a proteger la libertad de expresión... El lío es morrocotudo. Internet no nace en la sociedad, sino en los ordenadores mediante un proceso espontáneo de conexión.

-Pero esta falta de regulación puede crear mucha indefensión...

-Yo, sin embargo, soy partidaria de que no se regule internet. Sobre todo porque la red es inabarcable y es capaz de crear los sistemas necesarios para esquivar esa regulación. Regular la red, al final, supondría una forma de censura.

-Pasemos a otro de los temas que usted ha tocado en sus investigaciones, ¿es posible un control democrático de los poderes supranacionales políticos y económicos?

-Es posible pero difícil, más en un mundo en el que hay muchos países que no son democráticos. Se supone que son los estados los que deben controlar a estos poderes, pero no siempre es así. La UE, por ejemplo, ha trabajado mucho sobre la renovación del control a los bancos, pero lo cierto es que, al controlar estos una herramienta tan poderosa como es la financiera, al final siempre se acaban escapando.

-También ha escrito sobre la relación entre el poder judicial y los periodistas. Hasta hace poco, los jueces eran totalmente desconocidos para el gran público pero, sin embargo, muchos son ahora auténticas estrellas mediáticas: Alaya, Pedraz...

-Creo que la presencia de los jueces en los medios es buena para sortear esa mala imagen tan extendida de que los tribunales son algo alejado del pueblo y de que es mejor no ir a juicio. Con estas apariciones en los medios se acerca la labor de los jueces a la ciudadanía. El peligro está en que a estos magistrados se les suba la fama a la cabeza y termine primando más su actuación ante las cámaras que su misión de impartir justicia. Creo que, en general, los jueces son bastante profesionales, aunque está claro que hay algunos como Garzón que han pecado de un exceso de afán de protagonismo... Los jueces deben ser jueces y no líderes de opinión.

-Ya es un lugar común decir que hay que reformar la Constitución del 78. Prácticamente, no se encuentra a nadie que diga la contrario. ¿Qué opina usted al respecto?

-No quiero discrepar de la ciudadanía: creo que sí que hay que reformarla.

-¿En qué puntos y por qué?

-Sobre todo reformaría el propio sistema de reforma. Es una locura el que para reformar la Constitución haya que paralizar el país durante tanto tiempo. Esto es polémico y complejo, porque el sistema de reforma gravado no se contempla a sí mismo como materia de reforma gravada, con lo cual se supone que esta reforma se podría hacer por el artículo 167, el sistema rápido, pero muchos constitucionalistas creen que esto sería un fraude. Más allá de esto, a la vista está que el gran problema de la constitución es el estado autonómico.

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