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Sucedió el 25 de noviembre de 1.961. Las fuertes precipitaciones se habían iniciado nueve días antes en el sur de España, pero no fue hasta entonces cuando el agua empezó a desbordar el cauce del Tamarguillo. Sería aquella la última gran riada de Sevilla, un pasaje ineludible de su historia urbana más reciente. Miles de personas se quedaron sin hogar en una sola tarde y poco después comenzó la llamada operación clavel.
Han pasado 63 años desde entonces y todavía permanece anclado a la memoria colectiva; especialmente, de aquellos que vivieron en primera persona la rotura del muro de defensa y cómo cuatro o cinco millones de metros cúbicos de agua se desalojaron de este afluente del Guadalquivir. Y con ellos, las casas de tantos sevillanos.
La primera zona afectada por la riada fue la barriada de La Corza, debido a su proximidad con el punto en el que se originó el incidente: entre la carretera de Carmona y la actual avenida de Kansas City, a la altura aproximada de la glorieta Rafael Gordillo. Los relojes marcaban en aquel momento la hora aproximada de las 15:45.
“La riada puso al descubierto todos los déficits que tenía Sevilla. Estaba en una profunda crisis y había tocado fondo”, afirma Pilar Almoguera Sallent que, junto a Fernando Díaz del Olmo, es la coordinadora de la monografía titulada Sevilla, la ciudad y la riada del Tamarguillo (1.961). Publicado en 2014, este libro reúne el análisis de una veintena de investigadores y se adentra en el inevitable debate de la capital hispalense, como una ciudad vulnerable ante el riesgo de inundaciones fluviales.
Los primeros informes técnicos sobre las consecuencias de la riada planteaban una situación de emergencia social, que superaba las posibilidades locales y provinciales, y urgía la acción del Gobierno: 552 hectáreas anegadas; 4.172 viviendas invadidas por las aguas; 1.603 chabolas y casas totalmente destruidas; 1.228 edificios gravemente dañados; 30.176 personas sin hogar; 11.744 evacuadas con urgencia.
“Después de las intensas lluvias de aquel noviembre, la rotura provocó una riada que avanzó por dos extremos de la ciudad: uno por el norte y otro por el sur, vinculado también al río Guadaira”, añade Díaz del Olmo en la misma entrevista, compartida por Editorial Universidad Sevilla (EUS).
La riada del Tamarguillo dejó a miles de sevillanos sin hogar e inició una campaña de auxilio a los damnificados, conocida bajo el nombre de la operación clavel. Organizada por Manuel Zuasti, director de la emisora Radio España y el periodista Bobby Deglané, culminó en una gran caravana de 142 camiones, 150 turismos y 82 motos que partieron de Madrid el 18 de diciembre para llevar alimentos, enseres y juguetes.
Sin embargo, a pesar de que no se contaban víctimas mortales a raíz de las inundaciones, una avioneta que acompañaba a la caravana se enredó en unos cables de alta tensión, precipitándose contra la multitud que aguardaba su llegada. Se contabilizaron entonces 20 fallecidos.
La entrega de ayudas se realizó, pese a todo, según lo previsto, aunque los actos festivos fueron suspendidos. Tanto la riada como el accidente de la operación clavel han quedado inmersos en la historia de Sevilla. Así, un azulejo situado en la Alameda de Hércules es prueba de ello, pues marca el nivel alcanzado por las aguas durante la inundación de 1961.
Como afirma la investigadora Almoguera Sallent, "a partir de ese momento la situación en Sevilla empezó a cambiar". Se convirtió durante dos décadas en Ciudad de Refugios, hilando los últimos vestigios de aquel noviembre con sus decisivas consecuencias en torno a la expansión urbana y las formas de vida.
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