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Así cambian los vecinos de los barrios de Sevilla

"Sevilla es muy mala madre con sus artistas"

Calle Rioja

Manuel Bohórquez presenta en la Academia de Buenas Letras su biografía novelada de Silverio Franconetti, un ‘padre’ del flamenco ignorado por la ciudad donde nació (calle Odreros) y abrió su primer café (calle Rosario)

Manuel Bohórquez, con Pablo Gutiérrez-Alviz y José María Arenzana.

Cuando Manuel Bohórquez hace las rutas por la Sevilla de Silverio Franconetti (1831-1889) entre la Alfalfa y la Alameda le da rabia no encontrar una sola placa en la casa de la calle Odreros donde nació, al lado de la plaza de San Francisco donde murió (“la casa de los Genoveses, hoy el Banco de España”), ni siquiera en la calle Rosario donde abrió su primer café-cantante. “Sevilla es muy mala madre con sus artistas. El flamenco nace con Silverio y en Sevilla está completamente abandonado, olvidado”.

Para contrarrestar ese olvido, Manuel Bohórquez (Arahal, 1958), se ha ido hasta la Academia de Buenas Letras para presentar su libro Silverio. El hijo del italiano. Introdujo al autor José María Arenzana, que glosó las andanzas de este outsider de la crítica flamenca, un autodidacta que lleva cincuenta años levantando la biografía de un cantaor pionero. Como Flaubert con Madame Bovary, aunque su padre fuera italiano, Bohórquez podía decir en francés que Silverio Franconetti “c’est moi”.

Era la segunda vez que ponía los pies en la Casa de los Pinelo. La primera fue con motivo de una intervención de Félix Grande. A algunos de los académicos presentes, como Rogelio Reyes, Antonio Collantes de Terán o el director de la institución, Pablo Gutiérrez-Alviz, Bohórquez les contó que Silverio, pese a sus humildes orígenes, no desentonaría en ese espacio: Antonio Machado Alvarez, Demófilo, el padre de los poetas, fue su primer biógrafo. Conoció al abuelo, Antonio Machado Núñez, y a académicos como Joaquín Guichot o Francisco Rodríguez Marín.

Bohórquez quería dar un salto en este reto de contar quién fue Silverio Franconetti. “Yo no soy novelista, pero he escrito una novela en la que él cuenta su vida”. Se ha recorrido archivos civiles, parroquiales y militares, cementerios, bibliotecas buscando indicios, retazos. El párroco de San Isidoro lo dio por imposible “por pesado”. En la biblioteca Pública de la calle Alfonso XII se le cayó el alma a los pies cuando preguntó por los libros de flamenco y le señalaron en una estantería los tres ejemplares que tenían. Ahora tiene en su casa más de tres mil libros de flamenco.

El autor del libro quería ser cantaor flamenco. Y llegó a presentarse a un concurso “para que se apuntara un amigo de Osuna, Antonio Reyes, que cantaba muy bien”. Tenía que competir con “auténticos bicharracos”, estaba muy nervioso, le tocó cantar, cerró los ojos y cuando los abrió “no quedaba nadie, sólo un hombre, el dueño del local”. Alguien le sugirió que se hiciera crítico flamenco. “Lo soy un poco por venganza”.

Manolo Bohórquez es una especie de Bernal Díaz del Castillo que revisa a través del hijo de un sastre militar italiano la historia de la conquista del flamenco. “En tiempos de Silverio Franconetti, Sevilla era una ciudad amurallada donde el flamenco no existía”. Arenzana, en la presentación, especula con que el nombre del arte podría deberse a los chantres y sochantres flamencos que vinieron de Flandes a cantar en las iglesias.

Una biografía novelada que tiene un punto de autobiografía. Los dos, el personaje y el autor, quedaron muy pronto huérfanos de padre; la madre se convirtió en el mástil de la familia; los dos ejercieron el oficio de sastre. El descubrimiento de Franconetti da para otra novela. Bohórquez dejó el colegio muy niño para ayudar en casa. Trabajó en lo que le salía, en los andamios y en las veredas. En una cuba de escombros encontró una colección de libros de un curso por correspondencia de Filosofía y Letras y un volumen de Domingo Manfredi Cano titulado Geografía del cante jondo. “Entré por los escombros. En la vida todo es destruir para construir de nuevo”, dice en clave de Kropotkin.

Aprovecha esta incursión literaria para desmontar tópicos y estereotipos. “No todo nació en Triana”, “con Mairena y los mairenistas pasa como con Marx y los marxistas, pero Mairena creó el monstruo”, “no es verdad que el flamenco naciera en una cueva, nació en los cafés y los teatros”, “si Silverio se hubiera apellidado Vargas Heredia o Fernández Cruz habría sido distinto”. Entre el público, además de los académicos, la bailaora Ana María Bueno, el profesor y flamencólogo José Cenizo, Antonio García Barbeito o Javier Puga, muchos años director artístico del festival flamenco de Mont-de-Marsan.

El punto álgido del flamenco coincide con el regreso de Silverio Franconetti de América, donde fue a probar fortuna como picador. A su vuelta, se convierte en director del café del Burrero. Es el que firma los primeros contratos, el que libera a los cantaores de la humillación de tener que alternar con los señoritos.

El hijo del italiano no fue bien tratado por la madre Sevilla, más bien madrastra. Un ninguneo que se hizo lugar común. “Caballero Bonald era un magnífico poeta y novelista, pero un lamentable flamencólogo. Un día vino a Sevilla para decir en el Paraninfo que Silverio era más coplero que cantaor. Llamé a Enrique Morente, que al día siguiente tenía un mano a mano con el escritor en la Universidad de Málaga y estuvo a punto de anularlo”.

Siempre estará en deuda con sus maestros, con Miguel Acal, José Antonio Blázquez, Manuel Barrios, Emilio Jiménez Díaz, que acaba de fallecer. Y citó a otros que también siguieron la huella de Silverio: Luis Vázquez Morilla, José Blas Vega, Daniel Pineda Novo, José Luis Ortiz Nuevo. Hubo turno del público. Le preguntaron si había recibido críticas tan severas como Juan del Val. “Es que tú has hablado mucho del Planeta”, dice Gutiérrez-Alviz. Bohórquez descubrió la identidad de Antonio Monge Rivero (1789-1856) conocido como el Planeta.

Silverio vuelve de América y llena los cafés y los teatros. “En Madrid llevaba más gente que Gayarre”. La apertura del local de la calle Rosario la celebró con una corrida de toros. “Los toreros son los que llevan el flamenco a Madrid. Muchos cantaores habían sido puntilleros o banderilleros”. Debería tomar nota el ministro Urtasun. El Canario de Álora o El Mochuelo eran cantaores. El libro de Bohórquez sale en Colibrí Ediciones. En Palomares del Río dirige el Festival de Cante Guiri-Jondo.

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