El Rastro de la Historia

1356, el terremoto que cambió Sevilla

Una imagen de la Sevilla antigua, pero posterior al terremoto.

Una imagen de la Sevilla antigua, pero posterior al terremoto. / DS

"Dejaron en Córdoba y Sevilla grandes y graves ruinas de muchos edificios en esas dos grandes ciudades... en las cuales perecieron hombres, mujeres y niños en grandísimo número, haciendo de sus casas sepulturas". Matteo Villani 

El 24 de agosto de 1356, en pleno reinado de Pedro I, Sevilla sufrió uno de los terremotos más destructivos de su historia, muy similar al que tuvo que hacer frente siglos después, en 1755, que aunque conocido en todo el mundo como el terremoto de Lisboa, fue devastador también para toda la Baja Andalucía.

El terremoto de 1356 tuvo una intensidad de VIII (considerada como destructiva) en la escala Mercalli y su epicentro estuvo al suroeste del Cabo de San Vicente, según sabemos por los estudios de la profesora Pilar Gentil, que dedicó su tesis doctoral de 1983 a este seismo, considerado como el primero documentado en la historia de la Península Ibérica. Un resumen de las principales conclusiones las podemos encontrar en un artículo firmado por la misma Pila Gentil y José Luis Justo Alpañés en la Revista de Ingeniería Civil.

El principal efecto de este terremoto, que según algunas fuentes se llegó a sentir hasta en la Toscana, fue la destrucción o el deterioro grave de una gran parte de las iglesias, palacios y el caserío en general de Sevilla. Tenemos constancia de los daños en la Catedral, el Alcázar, Santa Ana, San Román, San Miguel, Santa Marina, Omnium Sanctorum... Esto, como es lógico, obligó a una reconstrucción de la ciudad que cambió en gran parte su aspecto. Hay autores que han señalado la profunda transformación en el patrimonio mudéjar de la ciudad. En la restauración de los templos se dejaron de lado los valores cistercienses y se apostó más por una arquitectura "mudejarizante". Podemos afirmar, sin dudarlo, que hay en Sevilla una arquitectura anterior al terremoto de 1356 y otra posterior.

Especiales cambios sufrió la Catedral de Sevilla. Principlamente, la Giralda, que debido al seísmo perdió su yamur, el característico remate de los alminares islámicos que consiste en cuatro grandes bolas de bronce, llamadas "manzanas" en los textos antiguos, lo que le daba a la torre sevillana un aire orientalizante que fascinó a los monarcas cristianos. Tanto es así que, tras la conquista de Sevilla, los reyes de Castilla respetaron este yamur y no fue hasta su pérdida con el terremoto cuando fue sustituido por una espadaña, una campana y una cruz que le dieron a la Giralda el aspecto más chato de su histora. Afortunadamente, en el siglo XVI, Hernán Ruiz diseño el hermoso cuerpo de campanas con el que hoy la conocemos. Las noticias de la época recogidas por don Juan de Mata Carriazo de los Anales de Garci Sánchez, jurado de Sevilla,  cuentan que la gran barra de hierro que ensartaba y unía a las tres "manzanas", al caer, se clavó en la puerta del Corral del Olmo. El Corral del Olmo era una edificación hoy desaparecida que se encontraba en la actual Plaza Virgen de los Reyes y en la que se reunía el poder civil de la ciudad. Las "brillantes manzanas", al desplomarse, "se hicieron menudas piezas".

A la larga, la Catedral también se terminó beneficiando de los daños sufridos en el terremoto. El 8 de julio de 1401 el Cabildo catedralicio decidió la construcción de un nuevo templo ante la ruina del existente. Es el famosísimo "Fagamos un templo tal e tan grande, que los que la vieren acabado, nos tengan por locos". Las obras no concluyeron hasta 1506, pero dotaron a Sevilla de uno de los más grandes templos metropolitanos de la cristiandad. 

En el Alcázar también se sintieron los rigores del terremoto. La conocida torre de Abdelaziz, dedicada al segundo valí de Al Andalus y que se ubica en la confuencia de la calle Santo Tomás con la Avenida de la Constitución, no es una construcción islámica, como se suele pensar, sino una edificación mudéjar ordenada por Pedro I de Castilla para reponer la destruida por el terremoto de 1356. El legendario monarca, sobre el que pesan todo tipo de leyendas y cuentos románticos, dejó en su testamento, antes de ser asesinado en el Campo de Montiel, 3.000 doblas de oro para los trabajos de reparación de los daños del terremoto, que evidentemente duraron décadas.

Los testimonios de la época también hablan del derribo de la torre del Salvador. Así lo cuenta la crónica del arzobispo don Rodrigo: "Cayó la torre de S. Salvador y mató muchas personas". Como curiosidad, añade: "Y cayó una campana sobre una criatura y no murió"

Los daños, evidentemente, también afectaron al caserío ordinario de la ciudad. Como apuntan Gentil y Alpañés en el artículo antes mencionado, "las edificaciones estaban ejecutadas con muros de ladrillo y tapial, techumbres de vigas de madera y ladrillos por tabla, enmaderado, entablado a la morisca. Cubiertas de tejas o azotea, o ambas soluciones combinadas". También destacaba la abundancia de soportales. Es decir, que según la tabla de la Escala Mercalli estamos ante casas muy vulnerables ante un nivel VIII, como fue el del terremoto de 1356. La mortandad de personas tuvo que ser muy amplia. Aunque no se disponen de datos exactos, sí nos queda la cita del historiador y escritor italiano Matteo Villani con la que abríamos este artículo: "perecieron hombres, mujeres y niños en grandísimo número, haciendo de sus casas sepulturas"

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios