25 años de la tragedia del Bazar España: "Borré ese maldito día del calendario"
Cinco personas murieron aplastadas por el derrumbe del muro del antiguo bazar la tarde del 31 de diciembre de 1998
Ana Albarrán, madre de la víctima más joven, dice que "pasarán los años, pero no el dolor"
La pared de ladrillo estaba desprotegida por una negligencia y cedió ante el fuerte viento que hizo aquel día
Hacienda embargó a las familias de las víctimas tras reclamarles parte de la indemnización que cobraron
Los padres del soldado sevillano muerto en Córdoba denuncian a la cadena de mando
"Pasarán los años, los meses, los días, las horas y los minutos, pero no pasará el dolor ni el sufrimiento de su ausencia. Aunque pasen los años, yo me siento muerta en vida, como si me hubieran arrancado las entrañas y una gran parte del corazón. Si aún estoy aquí, es por mis dos hijos que me necesitan y me dan la fuerza para seguir viviendo. Sólo me pueden entender las madres que pierden a un hijo de la noche a la mañana". Quien así habla es Ana Albarrán, que perdió a su hija Ana María, de 17 años, en el derrumbe del muro del antiguo Bazar España. De la tragedia, una de las mayores de la historia reciente de Sevilla, se cumplen este domingo 25 años.
A pesar de la magnitud de aquel suceso, nada recuerda hoy en el lugar de los hechos que allí perecieron cinco personas bajo los escombros. Ni una placa, ni un monolito, ni siquiera un ramo de flores rememora a las víctimas de aquella tragedia en la avenida de Miraflores. El bazar estaba ubicado en la esquina de esta vía con la Rondade Capuchinos, donde hoy se levanta un edificio de viviendas en cuyos bajos hay una clínica dental. Parte del solar ha quedado libre y se utiliza desde hace años como aparcamiento. En el extremo contrario de la parcela, ya en la Carretera de Carmona está la residencia de ancianos de la fundación Gerón. La parada del autobús de la avenida de Miraflores, en la que estaban la mayoría de las víctimas cuando se derrumbó el muro, ha sido desplazada unos metros más adelante y está junto a la valla del parking.
Es un lugar de ajetreo, de bullicio, una zona de mucho paso de personas que vienen o van al centro. Ya lo era en 1998 pero ahora aún más porque frente al antiguo bazar hay un concurrido restaurante de la cadena Burger King y en la misma acera hay, el estanco funciona ahora las 24 horas y siempre suele tener clientela. Unos metros más adelante hay un supermercado Aldi y numerosos bares que han convertido lo que antaño era una zona industrial en un lugar residencial muy agradable para vivir y pasar un tiempo de ocio. Es casi imposible encontrar un hueco para aparcar y el paso de autobuses de Tussam es continuo.
El 31 de diciembre de 1998 era un día de lluvia y viento. Soplaron vientos fuertes de hasta 115 kilómetros por hora, una cifra récord que no se alcanzó en Sevilla en los siguientes 15 años. Sin embargo, el muro tendría que haber aguantado en pie de haber estado apuntalado o protegido con alguna construcción en el interior. La pared estaban en malas condiciones y se había levantado tiempo atrás porque los vecinos se quejaban de que accedían indigentes y toxicómanos al solar, en el que la inmobiliaria Osuna tenía previsto, como hizo años después, levantar una promoción de viviendas. El bazar fue declarado en ruinas en 1984 y se había demolido por completo, quedando un solar vacío delimitado con una pared de ladrillos completamente desprotegida, de unos 20 metros de largo por siete de alto.
Y, algo que las familias de las víctimas consideraron inconcebible cuando supieron la cadena de negligencias que rodeaban el caso, alguien decidió colocar una parada del autobús junto al muro. A las tres y media de la tarde de aquel fatídico 31 de diciembre, el muro cedió y cayó sobre la parada. Cuatro personas que esperaban el autobús murieron en el acto, aplastadas por los escombros. Eran María Pruaño Rodríguez, de 55 años; Tomás Carroza Seguro, de 52; Encarnación Ramírez Valverde, de 39; e Irene Moreno Sánchez, de 22. Ana María Barroso Albarrán, de 17 años, pasaba por allí cuando se dirigía a casa de una amiga, a la que iba peinar para ir a una fiesta de Nochevieja. Fue rescatada con vida pero murió en el hospital horas después.
La avenida quedó completamente cubierta de escombros. Bomberos, policías y decenas de voluntarios acudieron muy rápido al lugar y formaron una cadena humana para retirar los fragmentos del muro. Cuatro de los cuerpos fueron encontrados alineados, lo que evidencia que murieron en el acto en la misma posición en la que esperaban el autobús. Los cadáveres quedaron tendidos en la acera y cubiertos con plástico sobre la acera de enfrente, empapada de la lluvia. El fotógrafo de la agencia Efe Eduardo Abad convirtió ese terrible momento en una de las imágenes más impactantes de la Sevilla del final del milenio.
Quedaba todavía una macabra coincidencia más. Uno de los bomberos del Ayuntamiento de Sevilla que estaba de guardia aquel día y que participó en las tareas de rescate reconoció a su mujer, Encarnación Ramírez Valverde, como una de las víctimas mortales, antes de que fuera identificada oficialmente y se informara a las familias de lo ocurrido. Este hombre sigue trabajando como bombero en Sevilla.
Después de la tragedia vendría otro drama. Hacienda embargó a las familias el dinero que cobraron como indemnización al ser declarado por las autoridades como una subvención. El caso provocó la dimisión del entonces teniente de alcalde y delegado de Urbanismo del Ayuntamiento de Sevilla, el andalucista Mariano Pérez de Ayala, cuando la Alcaldía ya estaba en manos de Alfredo Sánchez Monteseirín, del PSOE. La alcaldesa en la fecha de la tragedia era Soledad Becerril, que ese mismo año había vivido el asesinato de su compañero de partido y concejal del Ayuntamiento sevillano, Alberto Jiménez-Becerril, y su esposa, Ascensión García Ortiz, en un atentado de ETA en la calle Don Remondo.
Tras cuatro años de compleja instrucción judicial, se inició el juicio contra la inmobiliaria Osuna y el Ayuntamiento de Sevilla, del que se celebraron varias sesiones en 2003, pero las familias aceptaron una indemnización de 270.500 euros cada una y retiraron la acusación. Ana Albarrán fue la cara de las víctimas durante aquel tiempo.
"Yo aún mantengo viva a mi hija para poder levantarme día a día. Aunque lo quisieran llamar accidente, no lo fue. Fueron unos indeseables que cometieron el gran error de, por dejadez y desidia, no hacer su trabajo de derrumbar aquel maldito muro, que le quitó la vida a cinco personas y a cinco familias. Ya sólo espero que, cuando Dios decida llevarme y encontrarme con ella, encontrar la paz y la tranquilidad que necesito", indicó Albarrán.
"Y que no se olvide que unos políticos impresentables, para colgarse sus medallas y seguir sentados en sus sillones, nos engañaron a las familias, con una ayuda solidaria, con dinero público, y por detrás en vez de declararlo como ayuda solidaria lo hicieron como subvención. Hacienda nos embargó el dinero recibido. ¿Cómo se pueden subvencionar cinco muertes? Pregunto. No tenemos que agradecer la ayuda que nos dieron estos políticos indeseables e impresentables, que sólo jugaron con el dolor y el sufrimiento de cinco víctimas y cinco familias", continúa esta mujer, incansable luchadora en la causa de su hija.
"Después de 25 años, mi hija con 17 años tenía todo preparado para celebrar el año nuevo y terminó debajo de unos escombros. Yo borré ese día, ese maldito día, del calendario", concluye Albarrán, a la que le gustaría que hubiera algún recordatorio a las víctimas en el lugar de los hechos, como la hay, por ejemplo, a medio kilómetro de allí en el cruce en el que murió el policía local Sergio Rodríguez-Prat en 2013. Pero culpa de la ausencia de memoria pública a aquellos "políticos indeseables e impresentables", a los que desea un feliz año nuevo y "que no tengan que vivir el dolor y el sufrimiento que hemos vivido estas cinco familias". Ella, dice, no ha celebrado desde entonces una Nochevieja. La de este 2023 la pasará, como las últimas 24, sola, encerrada en casa, sin hablar con nadie.
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