Alavés-Sevilla FC | Crónica

Triplazo de Jordán para el liderato (0-1)

  • Una magistral falta del catalán le vale al Sevilla para enlazar su tercera victoria seguida a domicilio y volver a la cima de la tabla

  • La falta de gol del equipo de Lopetegui estuvo a punto de costarle dos puntos

Joan Jordán, el mejor jugador de este Sevilla de nuevo cuño hasta ahora, dibujó una parábola magistral por encima de la barrera del Alavés para devolver al Sevilla al liderato de Primera. Le bastó con ese misil inteligente a los sevillistas porque encadenaron su tercera salida sin encajar un solo gol. Y como en Cornellà, Granada y Vitoria gritaron gol los de Nervión no sin fatiguitas, pues de nuevo lo ven todo donde más gusta, desde la cima.

Todo pudo cambiar en el penúltimo minuto del viril y desbocado partido en Mendizorroza, cuando Manu García, el verdugo del Sevilla en este mismo escenario hace dos campañas, se adelantó a Reguilón en un servicio de Duarte desde la izquierda y cabeceó ante un Vaclik entregado a su suerte. La pelota se perdió junto al palo y el sevillismo resopló al unísono. Quizás esa jugada sea una señal de que este año, los hados sonríen a un equipo que pone muchísimo en la hierba –orden, entrega, intensidad, gusto, verticalidad– salvo la suerte suprema, la que abre la Puerta del Príncipe: el gol.

Por ahora, la argamasa que han arrojado atrás a paladas Diego Carlos o Fernando hace que cada gol sevillista sea oro puro. Pero la ley implacable de la Liga se acabará imponiendo y bajando al Sevilla varios estratos si no soluciona su atasco arriba. Es hora de que Lopetegui ensaye algo nuevo en el vértice de su dibujo. 

Sorprendió el entrenador de Asteasu ubicando a Óliver Torres en el flanco izquierdo del ataque en lugar del lesionado Nolito. Lógicamente, el chico jugó como interior y le dio todo el carril a ese tren de alta velocidad de última generación que atiende por Reguilón.

Óliver sí que se acopló esta vez. Supo sacar sus virtudes, el control, la capacidad asociativa, la pausa, el tiralíneas. Pero en su demarcación, debió sumar más en los últimos metros y ahí evidenció que Dios no lo llamó por esos caminos. A la media hora, la enésima galopada de Reguilón, esta vez en un contragolpe, sorprendió al Alavés descolocado. De Jong y Óliver acompañaron al lateral, que descargó con criterio hacia el holandés. Éste pudo dar un pase más delicado y adelantado, pero tampoco el ex del Oporto anduvo hábil en el control y la ocasión se fue al limbo.

Esa andanada fue un compendio de lo que fue el Sevilla hasta el intermedio en Vitoria. Un equipo autoritario, seguro de sí mismo con la pelota, fluido y hasta vertical. Nada de dominio hueco. Pero la palmaria falta de gol en su vientre limitó sus propósitos y no hizo justicia a su despliegue.

Ocampos, por la derecha, generó varios conatos de fuego: en su primera incursión, Wakaso no le hizo penalti de milagro al argentino, cuando estuvo a punto de abrir una boca de metro en su área, de impetuoso que entró abajo. En otra, Duarte le tocó la pierna izquierda cuando se disponía a rematar y el árbitro canario Hernández Hernández ni siquiera se molestó en consultar al VAR –como tampoco hizo en un pisotón en el área de Fernando a Aleix Vidal– .

Pero el peligro franco, el que sembró la inquietud en la animosa afición babazorra, fue Reguilón una y otra vez. La potencia sin control de nada sirve, como decía aquel anuncio de neumáticos, pero el jugador cedido por el Real Madrid conjuga su velocidad en carrera con una creatividad torrencial a medida que gana metros.

El Sevilla sólo aprovechó ese caudal en una falta al borde del área. Corría el minuto 37 y Joan Jordán tuvo la picardía de ubicar el balón un metrito más atrás de donde cayó su compañero. En su distancia predilecta para una parábola letal, imposible de detectar para ese buen portero que es Pacheco. Lopetegui aprovechó la nueva normativa que permite la ubicación de jugadores de tu equipo por delante de la barrera. Allá que se posicionaron dos de blanco. Y la enorme calidad del catalán en el golpeo hizo el resto. De paso, llevó justicia al pleito.

Jesús Navas y Diego Carlos se abraza al final el encuentro. Jesús Navas y Diego Carlos se abraza al final el encuentro.

Jesús Navas y Diego Carlos se abraza al final el encuentro. / EFE

Y fue justo, porque el Alavés se limitó a guarecerse en busca de un fallo sevillista en un pase o un control para lanzar en largo a Lucas Pérez o Juanlu, los dos puntas. Apenas inquietó en la primera mitad salvo en un remate raso y que se fue cruzado por poco de Juanlu, que el VAR hubiera invalidado luego por fuera de juego de su asistente (8’).

Tras el descanso, los nubarrones que vertieron una manta de agua sobre el prado vitoriano ensombrecieron el horizonte para el Sevilla, que poco a poco fue perdiendo el sitio. Asier Garitano agitó el árbol a la salida de la caseta con Burke en lugar de Pere Pons. El escocés dejó claras sus intenciones en la primera acción, con su embestida a Reguilón. Y a partir de ahí, el denominado Glorioso fue llevando a su molino la ingente cantidad de agua que  caía. La entrada de Manu García por un inoperante Lucas Pérez a la hora de juego terminó de meter en la lucha al Alavés, que apeló al juego directo y la segunda jugada ante un Sevilla muy incómodo bajo la lluvia, especialmente Jesús Navas ante Rubén Duarte, que halló un pasillo por su costado.

Lopetegui no anduvo fino con la entrada de Gudelj por Joan Jordán, de nuevo sacrificado de forma inopinada. El balcánico jamás cortó el tráfico por su congestionada zona y el Sevilla tuvo que defender más atrás de lo que quiso. Chicharito, que debutó por el rústico De Jong (70’), desahogó a medias arriba y sólo el Mudo Vázquez le puso algo de serenidad a una lucha que degeneró en batalla con la tángana final de Ocampos, quien antes había tenido al sentencia con su tiro al palo (83’). Esa trifulca terminó de desquiciar al Sevilla, que a punto estuvo de pagarlo con el testarazo final de Manu García. No fue así, y como en un guiño a lo que acontecía a esa hora en Pekín, decidió un triplazo de Jordán. Con tilde.

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