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El proyecto del Sevilla y Quique, dudas y razones sobre su continuidad

Quique Sánchez Flores, meditabundo, con el nuevo edificio del primer equipo al fondo.

Quique Sánchez Flores, meditabundo, con el nuevo edificio del primer equipo al fondo. / Juan Carlos Muñoz

En apenas un mes Quique Sánchez Flores concretó el único objetivo que le quedaba ya al Sevilla, la salvación de la categoría. Todavía no es matemática, pero tendría que ocurrir una hecatombe para que el equipo nervionense se viera de nuevo lastrado por la fuerza centrípeta del pozo del descenso, que succiona más fuerte cuanto más cerca se está de su brocal. Así pues, es hora de que el club mire al detalle la planificación de la próxima temporada, un proyecto con aristas, a la baja y sin Europa. Tiempo tiene por delante y lo primero concierne al entrenador.

Quique aún se juega muchísimo, más allá de la aireada cláusula de que si no deja al Sevilla entre los diez primeros puede resolverse con una penalización asumible. El Sevilla anunció cuando lo fichó como solución de urgencia el 18 de diciembre, día de la Esperanza, que había firmado hasta 2025, en la confianza de que las cláusulas para romper el contrato para la segunda campaña eran muy bajas para ambas partes, tanto si el técnico quería romper su vinculación como si el club entendía que, aun cumpliendo el objetivo, debía tirar por otro entrenador para un nuevo proyecto.

Y hete aquí el quid de la cuestión, las dudas que hay en el comité de dirección sobre si debe ser el entrenador elegido para el nuevo proyecto. Un proyecto de firma que debe tener toda la confianza de la dirección deportiva, que vio cómo se le caía su fuerte apuesta en Diego Alonso antes de la elección colegiada del madrileño... Una paradoja que deben solventar José María del Nido Carrasco y Víctor Orta antes de comenzar a perfilar la plantilla, con un coste muy reducido: de los 182 millones con que empezó esta temporada, posteriormente minorizado, a los 96 millones de tope para la siguiente. Y el perfil del entrenador debe ser una premisa clave para elegir los perfiles de jugadores.

Antes de que concluya la temporada y sin que siquiera necesite mejorar mucho la actual dinámica ascendente, Quique ya cuenta con un aval importante: en apenas un mes ha salvado al Sevilla justo cuando más se empinaba el calendario y cuando más temerosos estaban el Sevilla, su entorno y su afición de que podía darse el segundazo. Porque a final de enero, tras concatenar cuatro derrotas en la Liga, eliminado de la Copa por el Atlético y con un calendario terrorífico por delante, la palabra segundazo sonaba con horrísono timbre en los cenáculos sevillistas.

La Copa sirvió a Quique para salpicar de flotadores el durísimo mes de enero. Mientras hacía el equipo a su molde y esperaba la epifanía de la dupla Isaac-En-Nesyri, con el marroquí en África, los triunfos en Ferrol y Getafe mantuvieron su crédito por los pelos. Y éste creció cuando regresó En-Nesyri y se acopló al fútbol vertical de Isaac en Vallecas. Apenas tres triunfos en un mes, entre el 5 de febrero y el 2 de marzo, espantaron todos los fantasmas. En ese tiempo, Quique solidificó el equipo, lo enrocó sobre su dibujo de 5-3-2, usando a Ocampos de carrilero izquierdo si hacía falta, tirando de la garra de Kike Salas y del estandarte que porta Isaac, y salvando una papeleta que daba pavor.

Pero en el Sevilla también está la duda de reincidir en el error que cometió con Mendilibar, al que le dio continuidad sin creer absolutamente en él. Y eso llevó a sustituirlo en cuanto se torció el inicio de curso. Eso pesa por un lado. Por el otro, que el Sevilla no puede seguir dando bandazos y que Quique, como hizo Mendilibar, no sólo salvó el equipo, sino que le ha dado un sello. Y lograr un estilo, una autoría, es lo más difícil en el fútbol y siempre conlleva tiempo.

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