Sevilla FC

De solución a laberinto

  • Caparrós no ha cuajado en su doble vertiente de gestor deportivo y entrenador y Monchi está obligado a buscar un honroso resultado a la compleja ecuación

Caparrós, en un entrenamiento reciente en la ciudad deportiva.

Caparrós, en un entrenamiento reciente en la ciudad deportiva. / Juan Carlos Vázquez (Sevilla)

La dura derrota ante el Leganés deja una paradoja en torno a una figura como la de Joaquín Caparrós. Las iras del público, aunque no de forma unánime y expresadas en un Ramón Sánchez-Pizjuán que se había ido vaciando antes del pitido final en otro mal síntoma, se centraron en José Castro.

Sonó fuerte el "Pepe Castro, dimisión" que ya se oyó en la final de la Copa del Rey y en algún momento de esta temporada. La figura de Caparrós, en cambio, ha quedado incólume. El sevillismo no lo culpa directamente de la oportunidad histórica que puede perder el club de meterse en una Champions más barata que nunca. Matemáticamente aún tiene opciones, pero a nadie escapa que ya es una quimera. Pero si algo dejó claro el paseo militar del equipo de Mauricio Pellegrino es que a Monchi casi se le ha resuelto sola la primera ecuación a resolver en su regreso: la continuidad de Caparrós frente a la apuesta por un proyecto totalmente nuevo. Ahora surge otra, qué rol darle al técnico utrerano.

A Caparrós se le ha hecho demasiado larga esta nueva etapa de apagafuegos, pese a que fue él mismo quien configuró la plantilla. No es lo mismo reordenar y levantarlo anímicamente un equipo alicaído y lograr el objetivo con cuatro partidos por delante, tres de ellos en casa y otro fuera, pero con el carácter especial de los derbis, que hacerlo con once encuentros de Liga por delante, frente a equipos de todo pelaje y con distintas contingencias propias de la competición larga:lesiones, sanciones, sorpresas como la del caso Banega...

El curso pasado, cuando llegó a ofrecerse a entrenar esos cuatro partidos sin cobrar, a sabiendas de que se subía a un tren que podría tener más paradas, ganó los tres partidos de casa y empató el derbi de Heliópolis. Luego se avino, mal que bien, a aceptar el cargo de director deportivo. Castro lo convenció, después de que el técnico dijera públicamente que ése no era su cometido, aunque en su fuero interno mantuvo ese prurito de volver a sentarse en el banquillo.

El hundimiento del equipo de Machín, que no soportó la carga de tantos partidos y tensiones entre otras cosas porque la plantilla confeccionada por Caparrós y su también neófito cuerpo técnico –Paco Gallardo y Carlos Marchena, ahora sus también noveles ayudantes tras una escasísima experiencia en el Sevilla C–, le brindó la ocasión de darle forma de equipo a su plantilla. Y no lo ha logrado. Quizá ha sido demasiado toro para él y su staff, tanto en la faceta de gestor como en la de técnico, gestionar la plantilla de un club con tanta exigencia como euros en la cartera: 200 millones de presupuesto y un listón elevadísimo por los continuados éxitos.

El utrerano ha visto cómo la realidad de una plantilla cogida con alfileres ha erosionado la estructura del equipo. Que Gonalons, que apenas había jugado ocho partidos de Liga entre lesiones y lesiones, sustituyera a Roque Mesa, una firme apuesta de Caparrós, en la primera parte del Sevilla-Leganés ilustra pos sí mismo el desastre que ha habido en una medular que, ahora sí se puede decir alto y claro, lleva mucho tiempos con Banegadependencia. Y cuando la sobreexplotación de Banega ha hecho reventar al visceral futbolistas argentino, a Caparrós le ha estallado en las manos lo que él llamó "la mejor plantilla de la Liga", un aserto que presionó a Machín.

Pero Caparrós no se puede ir por la gatera de Nervión. Es un hombre con demasiado significado en la historia del Sevilla para salir por la puerta de atrás, después de que reapareciese como apagafuegos la primavera pasada dos veces, como relevo de Vincenzo Montella para meter al equipo, como séptimo, en Europa, y luego para hacerse con las riendas de la dirección deportiva cuando Castro no encontró un relevo adecuado para Óscar Arias, después de los nones de Ramón Planes. Castro está en deuda con Caparrós, pese a su doble fracaso. Y Monchi debe hacerle hueco. La cantera es lo suyo, "la fábrica", como le gusta decir, pero está bien estructurada. La tecnificación, el contacto directo con los chavales, puede ser la solución. El primer equipo pasa ya por otras miras.

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